El dragón persa

11 / 01 / 2017 Pratibha Thaker
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Irán podría seguir el modelo chino y convertirse en una potencia económica regional.

Lo que China era en 1990 lo será Irán en 2017. El fin del aislamiento internacional está reavivando el dinamismo empresarial que tradicionalmente ha caracterizado al país. Para los conocedores de China, el motor del crecimiento iraní les será familiar: la inversión industrial. El gran riesgo es que el presidente Donald Trump, que ha criticado el acuerdo nuclear con Teherán, actúe de aguafiestas. Irán espera que el presidente electo no quiera provocar un conflicto con sus aliados europeos.

Si el acuerdo se mantiene, Irán ofrecerá numerosas oportunidades. Su industria automovilística es la decimoctava del mundo, el país tiene más de 50 empresas farmacéuticas, el turismo tiene un gran potencial gracias a los 21 monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y las industrias alimentarias y de alfombras ya son competitivas internacionalmente. Irán está lanzado en la expansión de lazos comerciales con Europa y Asia, de modo que su rápida modernización económica no es difícil de imaginar.

China creció impulsada por un enorme dividendo demográfico, e Irán está en una posición similar: el 60% de su población tiene menos de 30 años. Esta abundancia de mano de obra mantendrá la contención salarial en la recuperación económica, especialmente si viene acompañada por el aumento de la participación de la mujer en el mundo laboral. Acabar con la fuga de cerebros (en torno a un cuarto de los iraníes con título universitario vive en el extranjero) también incrementaría la productividad.

El rápido auge de China como dragón tecnológico hizo posible que algunas de sus empresas, como Alibaba, dominaran el mercado local. La población de Teherán, joven, urbana y con un elevado grado de conocimientos tecnológicos, ya está impulsando un número creciente de startups en la ciudad. Digikala, el equivalente local de Amazon, puede ser un ejemplo excelente.

Desde su ingreso en la Organización Mundial del Comercio en 2001, China no tardó en dominar la exportación global de manufacturas. En este proceso amplió su cuota de mercado a costa de otros exportadores asiáticos, pero también se convirtió en un destacado importador de piezas y componentes fabricados por sus vecinos. Algo similar puede ocurrir ahora con Irán si se convierte en una plataforma de manufacturas y un nudo comercial para Oriente Próximo, el Cáucaso y Asia Central. Pero esto requeriría de la renovación de una infraestructura de transporte hoy en día saturada e infrafinanciada, para lo cual el Gobierno iraní está ofreciendo ya contratos a empresas europeas y
 asiáticas.

El Partido Comunista Chino ha tratado de mantener un equilibrio difícil entre dar margen al sector privado para desarrollarse y asegurar el control estatal de las “altas instancias de mando” de la economía. Los inversores extranjeros son bienvenidos, pero grandes áreas económicas les están vedadas y en otras solo pueden invertir de forma limitada. El presidente reformista iraní, Hasan Rohani, que espera ser reelegido en 2017, también deberá encontrar un equilibrio entre un enfoque favorable para los negocios y las presiones de los grupos religiosos de la línea dura. Prevalecerán los enfoques proteccionistas debido a que las poderosas élites se resistirán a ceder control en los sectores vitales de la economía.

El espectacular crecimiento experimentado por China en las últimas décadas indica que un sistema político autoritario y una economía construida en torno al Estado pueden generar rápidos incrementos de ingresos. En 2017, las empresas que ya han navegado con éxito el mercado chino podían ser lo bastante listas como para detectar las crecientes similitudes que presenta Irán.

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