La espera antes de la caída

12 / 01 / 2017 Jeremy Cliffe
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Las dolorosas verdades sobre el brexit empiezan ya a desvelarse.

Theresa May, primera ministra de Reino Unido

Cuando un edificio es demolido, reina una breve calma al principio. La dinamita estalla, el cemento escupe unas pocas volutas y el inmueble se tambalea un poco, hay una quietud de unos pocos segundos y luego, un crujido y todo se viene abajo. El Reino Unido vivirá casi todo 2017 en ese momento etéreo. En primavera, con la bendición del Parlamento, Theresa May detonará el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea: un país miembro de la UE romperá con su pertenencia al club. En Westminster, esta explosión inicial ahogará el ruido de todo lo demás, las ráfagas de polvo cubrirán cualquier otra iniciativa del Gobierno. Sin embargo, hacia finales de año, por razones tanto internas como externas, May apenas aportará nada sustancial.

Por supuesto, el Reino Unido se mueve ahora en un territorio desconocido y volátil. El brexit, junto con una mayoría suficiente de tan solo 16 votos, podría forzar a May a convocar unas elecciones anticipadas. En ocasiones, el año se percibirá como una larga serie de pulsos entre el poder legislativo y el ejecutivo. Pero May es prudente y, con el Partido Laborista y el Partido por la Independencia de Reino Unido (UKIP, por sus siglas en inglés) en su peor momento, probablemente resista la tentación de aprovechar su ventaja en las urnas. Además, esa ventaja debería ayudarle a contener la impaciencia y la discrepancia en el seno de su propio partido.

Cuando detone el artículo 50, May iniciará la cuenta atrás de dos años para el brexit. Los primeros meses serán de carraspeo burocrático (la Comisión Europea liderará las negociaciones, con el Consejo Europeo pisándole los talones). En las elecciones presidenciales de Francia, en abril y mayo, los políticos franceses hablarán con firmeza del brexit, al contrario que la ultraderechista y populista Marine Le Pen, que quiere un referéndum en su país para abandonar la UE. Poco después, les tocará el turno a los políticos alemanes en las parlamentarias de septiembre (probablemente se implicarán en serio con el brexit en noviembre, cuando se haya formado una nueva coalición en Berlín).

Seguramente, las cosas no seguirán completamente en calma después de que May pulse el botón rojo. Cada detallito sobre su estrategia de negociación será un nuevo campo de batalla. Por un lado estarán los ministros del brexit, incluido su secretario, David Davis; diputados tories de segunda fila como Iain Duncan Smith; y, los que harán más ruido, los tabloides como el Daily Mail. Estas voces defenderán agresivamente una rápida y total ruptura con la UE.

Por el otro lado estará la auténtica oposición: la libra esterlina. Mientras las probabilidades de salida del Reino Unido del mercado único crecen –un corolario de su inflexible posición sobre la inmigración– sus perspectivas económicas decaerán. A la libra le costará encontrar su suelo, la inflación empezará a doler, el crecimiento será inferior al de la Eurozona y la inversión se reducirá. Los empresarios alzarán sus voces, haciendo causa común con los diputados proeuropeos, Hacienda (en la persona de Philip Hammond, ministro del ramo) y la reciente y vigorosa ala liberal de los tories (liderada por George Osborne, predecesor de Hammond).

La tensión entre estos dos ejércitos crecerá. Algunos diputados intentarán, con relativo éxito, usar el artículo 50 para debatir la posición de May de cara a las negociaciones. Una votación en verano sobre el proyecto de ley (Great Repeal Bill) para revocar formalmente la legislación que llevó al Reino Unido a entrar en el club europeo en 1973 (pero también incorporando en la legislación británica toda la legislación actual de la Unión Europea) provocará otro enfrentamiento entre las partes.

Pero el conflicto real empezará a finales de año. Una vez que se pongan en marcha las negociaciones en otoño, se dividirán en dos mitades. La primera, más simple, se referirá a un acuerdo básico de divorcio: el proceso por el que los británicos y el resto de la UE se repartirán las instituciones de la Unión y un montón de efectivo; y también el proceso por el que los procedimientos transfronterizos y la población inmigrante serán regularizados. La segunda mitad, más delicada, se referirá a las nuevas relaciones entre ambas partes (que pueden acabar pareciéndose al tratado de libre comercio de Canadá con la UE). Pero estas posiciones no estarán en modo alguno cerradas hasta principios de 2019, por lo que a finales de 2017 los británicos sentirán cada vez más presión para firmar un acuerdo provisional que cubra el periodo entre el brexit y la nueva y permanente solución.

Niebla en el Canal

Con respecto a este asunto, las negociaciones pueden llegar a un punto muerto cuando los británicos exijan un arreglo temporal para mantenerse en el mercado único sin plena y libre circulación de personas, y sus socios europeos insistan en que no hay mejor acuerdo que la plena integración. En el Reino Unido, el papel del Parlamento Europeo y su veto sobre la solución final del país se comprenderán mejor. El brexit propiamente dicho –la creciente crisis con que el Reino Unido dejará la UE– se materializará en 2018 y 2019. Pero a finales de 2017, con las negociaciones avanzando a duras penas y las manecillas del reloj moviéndose sin parar, los británicos descubrirán que sus manos no son tan fuertes como muchos habían supuesto.

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