¿Estás ahí, Susy?

01 / 02 / 2017 Geoffrey Carr
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La hipótesis de la supersimetría se demostrará o será abandonada.

¿Dónde andará la supersimetría?

La gran tragedia de la ciencia –afirmó Thomas Huxley– es la muerte de una hipótesis hermosa a manos de la horrible realidad”. En eso consiste, sin embargo, el método científico. Si la naturaleza ofrece evidencias claras de que una hipótesis es errónea, hay que abandonarla, o al menos modificarla. No hay duda de que esto supone un mal trago para sus partidarios, pero al menos sirve para que todo el mundo se pueda situar.

¿Qué pasa, sin embargo, en el caso contrario, cuando la realidad no es capaz de refutar una hipótesis y al mismo tiempo se niega tozudamente a ofrecer datos que puedan demostrarla? En ese caso nadie sabe qué terreno está pisando. Y esto es lo que está ocurriendo con una hipótesis fundamental de la física, la denominada supersimetría (o Susy para los amigos). Susy pretende atar muchos de los cabos sueltos de la física teórica al dar a las partículas fundamentales conocidas de la materia y la energía una partícula asociada, denominada s-partícula. Se trata de una hipótesis limpia y elegante, pero que aún no se ha podido demostrar de forma empírica. Y 2017 será el año en que se demostrará o será abandonada.

La supersimetría no es una idea nueva, pues en su concepción moderna se remonta a 1971. Pero hasta hace poco nadie se preocupó demasiado por el hecho de que no aparecieran las s-partículas en los aceleradores de partículas debido a que, según la supersimetría, son más pesadas que las partículas a las que acompañan, de modo que requerirían más energía para formarse. Cuánta más energía es algo que depende del modelo de Susy que se suscriba. Pero hay suficientes modelos que dicen que “bastante más”, aunque hasta ahora las máquinas responsables de producirla no podían alcanzar niveles tan altos. Pero la situación ha cambiado con las recientes mejoras del Gran Colisionador de Hadrones (LHC, en sus siglas en inglés) de Ginebra. Este dispositivo volvió a entrar en funcionamiento en 2015, y ahora es lo bastante potente como para que las
 s-partículas teorizadas por todos los modelos de Susy puedan por fin manifestarse.

Aunque también podrían no hacerlo. A pesar de la avalancha de artículos publicados en 2016 acerca de que el LHC había encontrado una nueva partícula, este hecho se demostró luego incorrecto. En una conferencia posterior celebrada en Copenhague así se reconoció formalmente.

Si a pesar de ello en 2017 las s-partículas vuelven a aparecer, todo el mundo lo celebrará y se retomarán investigaciones sobre misterios científicos como la materia oscura (uno de los componentes del universo, que solo se puede detectar por sus efectos gravitacionales, y que podría estar formada por s-partículas) o la cuestión de que las distintas fuerzas de la naturaleza son, en realidad, expresiones distintas de un mismo elemento. Pero si las s-partículas no aparecen finalmente, entonces Susy, en el mejor de los casos, necesitará ingresar en una unidad de cuidados intensivos.

Hay modelos de esta teoría que podrían mantenerla viva un tiempo. Hay uno, por ejemplo, que sostiene que solo la mitad de las partículas conocidas poseen s-partículas asociadas, algo cuya demostración queda hoy muy lejos del alcance del LHC. Pero estos argumentos tan cogidos por los pelos suenan desesperados, y sobre todo contrastan con el triunfalismo que vivió la física teórica en 2013, cuando se confirmó la largamente teorizada existencia del bosón de Higgs. Determinar cuándo muere una hipótesis es mucho más difícil que decir cuándo nació. Pero a menos que las s-partículas decidan mostrarse, los libros de historia coincidirán en que 2017 fue el año de la muerte de Susy.

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