Escozor de 20 años

11 / 01 / 2017 Caroline Carter
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Tensas elecciones en 2017. Pocos hongkoneses quieren realmente la independencia.

Un espectacular golpe a la democracia

En una ciudad tan entusiasta por los fuegos artificiales como Hong Kong, el 1 de julio de 2017 se escuchará un gran estruendo. El Gobierno festejará dos eventos: el 20º aniversario de su traspaso de Reino Unido a China y la investidura de su próximo presidente. Ambos acontecimientos serán recibidos con vehementes protestas por cientos de hongkoneses. La comparecencia de Xi Jinping sería la primera de un presidente chino desde que su predecesor tomara juramento a Leung Chun-ying (conocido como CY) como actual jefe ejecutivo hace cinco años. También proporcionaría a las autoridades la excusa que necesitan para llevar a cabo una campaña de represión contra la disidencia.

Veinte años bajo la influencia china, que irá aún más lejos que nunca en 2017. La intromisión sin precedentes de China en las leyes de Hong Kong en 2016 hace temer por la prematura disolución de “un país, dos sistemas”, la autonomía prometida a Hong Kong durante 50 años desde 1997. Esta inquietud aumentará.

China, no obstante, ha perdido otra oportunidad de otorgar a Hong Kong el derecho de elegir a sus propios líderes. En 2014, la versión china del sufragio universal (los votantes pueden elegir solo de entre una lista de candidatos aprobada por el Gobierno) llevó a cientos de miles de personas a las calles. Las discusiones sobre la reforma constitucional quedaron paralizadas en 2015, por lo que las elecciones de 2017 se celebrarán bajo el mismo, resistente y despreciado sistema que antes.

Las elecciones de septiembre de 2016 aportaron nuevos políticos localistas al Consejo Legislativo de la ciudad y que abogaban por la autodeterminación. Después de que a algunos de ellos se les prohibiera ocupar sus escaños, sendos Gobiernos de Hong Kong y China se aseguraron de que dichas demandas no se repitieran en el futuro. El sentimiento anticontinental se ha enconado, desconcertando a turistas y generando, entre los medios de comunicación continentales de China, mayor hostilidad hacia Hong Kong.

Para satisfacer a ambos bandos, lo ideal sería que Hong Kong tuviera un líder popular en casa y obediente al liderazgo de Pekín (características tan incompatibles que el territorio, probablemente, sea más propenso a la última). Quien quiera que sea nombrado jefe ejecutivo no tendrá apoyo popular. A principios de 2017, un poderoso comité de 1.200 miembros pro-Pekín nombrará a los candidatos para el cargo; el 26 de marzo, los mismos elegirán al ganador. Para darle apariencia de competición real, a los candidatos prodemocracia se les permitirá presentarse a las elecciones (pero no ganarlas).

Chun-ying parece querer presentarse de nuevo, pero no será fácil. En 2012  fue elegido como jefe ejecutivo con una escasa mayoría, apenas 689 votos de los 1.200. Y el apoyo desde entonces ha ido reduciéndose. Incluso el entusiasmo de China por Chun-ying ha decaído. Bajo su mandato, la ciudad ha vivido protestas contra el Gobierno y los políticos electos que quieren alejar el territorio del continente.

Se necesita un tipo especial de persona que quiera un puesto tan ingrato. Los rivales de Chun-ying serán, probablemente, Regina Ip Lau Suk-yee, más conocida por su fracasada ley de seguridad que incitó las protestas masivas que tuvieron lugar en 2003, y el secretario de Finanzas, John Tsang Chun-wah, cuyo apretón de manos con Jinping en la cumbre del G-20 en Hangzhou en septiembre fue interpretado por algunos como respaldo.

Cuando las protestas callejeras se vuelvan más ruidosas y violentas, el Gobierno hará retroceder a los disidentes, incluyendo una ley de seguridad más estricta. Pocos hongkoneses quieren realmente la independencia total de  China, pero todos tendrán que soportar los castigos impuestos por Pekín a aquellos que sí la quieren.

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