El día que los servicios secretos se toparon con un nuevo enemigo

15 / 09 / 2016 Fernando Rueda
  • Valoración
  • Actualmente 0 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 0 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

La seguridad cambió desde aquel día, aunque haya países aún reticentes a ver el peligro. 

A  partir del 9 de noviembre de 1989, fecha de la caída del Muro de Berlín y final oficial de la Guerra Fría que había enfrentado a los dos bloques liderados por Estados Unidos y la Unión Soviética, los servicios de inteligencia y seguridad vivieron desconcertados. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, habían dedicado sus mayores esfuerzos a ese conflicto y sin él sintieron que no eran nada. Estados Unidos –como muchos países– aprovechó para desprenderse de un montón de agentes de campo que se habían estado jugando la vida, un día sí y otro también, y que les daban muchos problemas cuando eran descubiertos. Decidieron volcar sus inversiones hacia el futuro, las nuevas tecnologías, los satélites que todo lo veían y a quien nadie detectaba.

Así estaban las cosas, con una cierta depresión entre los profesionales del espionaje, cuando el 11 de septiembre de 2001, hace ahora 15 años, terroristas de Al Qaeda secuestraron cuatro aviones de línea en Estados Unidos. Dos se estrellaron contra las Torres Gemelas de Nueva York, uno contra el Pentágono, en Virginia, y otro más lo hizo en Pensilvania. Los cerca de 3.000 muertos que provocaron estos ataques sorpresa cambiaron la faz del mundo y de todos y cada uno de sus habitantes. Había llegado desde el aire una amenaza capaz de despertar a los servicios secretos y requerirles de nuevo un esfuerzo sin límite para acabar con el enemigo.

Lo primero que pensaron los estadounidenses al despertar de la pesadilla de ese día es que no estaban seguros ni en sus propias casas, que lo que no habían conseguido los rusos lo había llevado a cabo un grupo del que muy pocos habían oído hablar: Al Qaeda. Sus servicios de seguridad habían fallado. Ni el FBI, ni la CIA, ni la NSA, ni las decenas de agencias más pequeñas de diversos departamentos habían conseguido reunir la información suficiente para evitar el atentado. Billones y billones invertidos en seguridad no habían servido para nada.

La comisión de investigación creada en el Congreso fue dura con todos y demostró que el gran fallo, el imperdonable fallo, había sido que habían dispuesto de numerosos datos aislados que señalaban  la preparación de un atentado de Al Qaeda, pero que cada agencia había actuado a su bola, sin coordinación de ningún tipo.

Otro fallo imperdonable fue que con el río sin fin de dinero invertido para garantizar la seguridad del país, un año antes de los atentados, la unidad de la CIA dedicada a luchar contra Al Qaeda se quejó de la insuficiencia de su presupuesto. Es decir, no fueron capaces de ver que entre cientos de amenazas, la más grave era la de ese hombre alargado y barbudo que vivía escondido en un pueblo perdido de Afganistán: Osama Bin Laden.

El mundo cambió, y con ellos España, porque la venganza del presidente estadounidense, George W. Bush, incluyó en un primer momento acabar con el escondite de su enemigo en Afganistán, lo que hizo sin muchos problemas, aunque sin poder capturarlo. Para ese momento, la CIA ya había movilizado a sus colegas de todo el mundo para que les ayudaran a acabar con Al Qaeda. España fue uno de sus primeros destinos, al descubrir que meses antes del 11-S uno de los implicados, Mohamed Atta, había pasado por varias ciudades españolas.

El CNI y la Policía Nacional se volcaron como nunca para detener a la red de apoyo de Al Qaeda en España. Diez días después del atentado, detuvieron a seis argelinos. Y dos meses después, se inició la operación Dátil que supuso el encarcelamiento de otras 13 personas, entre las que estaba su cabecilla, Abu Dahdah. Estos detenidos y los que siguieron en los meses posteriores –entre los policías españoles había empotrados agentes del FBI–, confirmaban que en España los terroristas islamistas se dedicaban a labores de retaguardia y captación, no a preparar atentados.

En la mayor parte de los países de todo el mundo se interpretó que el 11-S era una guerra particular de Al Qaeda y grupos islamistas contra Estados Unidos, un grave error que muchos terminarían pagando. El primero que lo visualizó fue España. El Gobierno de José María Aznar y todos los servicios de seguridad bajo sus órdenes se volcaron con Estados Unidos. A las detenciones continuas siguió la decisión del presidente del Gobierno de participar activamente en la invasión promovida por Bush contra Irak. La decisión política de Aznar, no sustentada en datos reales sobre las conexiones de Al Qaeda con Sadam Husein, ni en la existencia de armas de destrucción masiva, llevó a España a la primera línea de la lucha contra Bin Laden. Y el 11 de marzo de 2004, sin que nadie fuera capaz de evitarlo, Madrid fue atacada por los yihadistas.

Algunas medidas antiterroristas promovidas por Estados Unidos, como los controles exhaustivos en los aeropuertos, ya habían extendido la sensación de amenaza sobre la población de todo el mundo. España y otros países occidentales habían aumentado las personas y medios dedicados a combatirlos, pero hasta que no llegó el 11-M no se encendió en nuestro territorio la luz de alarma prioritaria.

Un año después, el 7 de julio de 2005, el ataque fue contra tres vagones de metro y un autobús de Londres. Ya no bastaba con que todos los ciudadanos tuvieran que descalzarse antes de volar en un avión. Ahora, hasta se controlaban las mochilas que acompañaban a los jóvenes al entrar en el metro. Los servicios de seguridad dispararon sus presupuestos para hacer frente a la amenaza.

La colaboración internacional llegó a unos niveles desconocidos, aunque algunos países seguían reticentes a considerar que la amenaza iniciada el 11-S pudiera alcanzar su territorio. Bélgica no lo vio ni cuando sus vecinos franceses sufrieron diversos atentados. Para entonces, Bin Laden había sido abatido en Pakistán por tropas de élite de EEUU, Al Qaeda había disminuido como amenaza y había nacido el Estado Islámico, aún más mortífero y salvaje.

Actualmente, el mundo vive convulsionado por el terrorismo islamista, los servicios secretos y policiales lo tienen marcado como la amenaza número 1 y los países viven con el temor de que sus campos de fútbol o sus salas de fiesta sean atacados. Todo comenzó el 11 de septiembre de 2001. 

Grupo Zeta Nexica