Todos los nobles del Rey

11 / 02 / 2011 0:00
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Ya son cincuenta. Con los cuatro últimos marqueses, a quienes se concedió el título el pasado 3 de febrero, el número de personas ennoblecidas por el rey don Juan Carlos llega al medio centenar. En realidad 51 si contamos al Príncipe de Asturias, que es la persona a la que más títulos ha concedido el Rey de una sola vez: seis. Fue el 21 de enero de 1977.

La fórmula es siempre la misma y aparece en el Boletín Oficial del Estado. Es la siguiente: “Queriendo demostrarle mi Real aprecio, vengo en otorgarle el título de... para sí y sus sucesores, de acuerdo con la legislación nobiliaria española. Dado en Madrid...”. Una pequeña curiosidad: hasta 2004, lo que el Rey transmitía no era “mi Real aprecio” sino “Mi Real aprecio”, con mayúscula en el adjetivo posesivo. Ahora ya no es así.

Los cuatro nuevos nobles son bien conocidos. El más popular es, sin duda, Vicente del Bosque, seleccionador nacional de fútbol y, a partir de ahora, “ilustrísimo señor marqués de Del Bosque”. Los motivos, según el Rey: “La gran dedicación al deporte español y la contribución de don Vicente del Bosque González al fomento de los valores deportivos, [que] merece ser reconocida de manera especial”. El siempre humilde seleccionador admite que le da un poco de apuro eso del “ilustrísimo”, dice que el título fue una iniciativa del propio don Juan Carlos y de inmediato asegura que el reconocimiento no es tanto para él como para todo el equipo que ganó la Copa del Mundo en Sudáfrica. Pero la verdad es que ya no recuerda cuántos premios, honores y distinciones le han caído encima desde que Iniesta le metió a Holanda aquel gol inolvidable.

Y hay quien ha hecho ya la inevitable comparación: el tercer duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, está en la historia (entre otras cosas) por la batalla de Jemmingen, librada el 21 de julio de 1568, en la que el ejército que él mandaba derrotó a los holandeses de Luis de Nassau. Casi cuatro siglos y medio después, otra victoria sobre Holanda (es verdad que menos cruenta) le ha valido un marquesado al estratega español. La historia, aunque sea en sentido figurado, parece dar vueltas.

A Mario Vargas Llosa le ha hecho el rey marqués de Vargas Llosa por “su extraordinaria contribución (...), reconocida universalmente, a la Literatura y a la Lengua española”. Nadie ha puesto un pero... salvo algunos nobles. En la Diputación Permanente de la Grandeza, formada por la docena y media de personas elegidas para representar a todos los títulos del Reino, hay quien ha dicho que queda feo que el marquesado y el tratamiento de “ilustrísimo” le hayan llegado al escritor después del Nobel... y no después del Príncipe de Asturias de las Letras o del Cervantes (1986 y 1994, respectivamente); que eso hace de menos a los premios españoles.

El ministro de Raimon.

Aurelio Menéndez, nuevo marqués de Ibias, es catedrático de Derecho Mercantil, también premio Príncipe de Asturias (de Ciencias Sociales, en 1994), exmagistrado del Tribunal Constitucional y fue preceptor del Príncipe y ministro de Educación en los años de la Transición, cuando el presidente del Gobierno era Carlos Arias Navarro. Dato curioso: el director general de Universidades de entonces, Eduardo Zorita, hombre de confianza del ministro Menéndez, fue quien autorizó el memorable concierto del cantante Raimon en el Palacio de los Deportes de Madrid, el 1 de abril de 1976. Aquello provocó un colosal cabreo del presidente Arias Navarro; el ministro culpable es hoy marqués gracias a su “valiosa y fecunda labor en el ámbito de la docencia universitaria y las ciencias jurídicas (...), al servicio de España y de la Corona”.

Por último, Juan Miguel Villar Mir, ministro de Hacienda con Arias Navarro (compartió Gabinete con Aurelio Menéndez), ingeniero, empresario y presidente de OHL, es nuevo marqués de Villar Mir gracias a su “destacada y dilatada trayectoria al servicio de España y de la Corona”.

A quiénes se hace nobles.

La facultad de conceder títulos nobiliarios es propia, exclusivamente, del Rey. Es una de las pocas cosas que le deja hacer la Constitución sin consultar con nadie, aunque el Real Decreto haya de llevar en el BOE, preceptivamente, la firma del ministro de Justicia o, en casos excepcionales, del presidente del Gobierno. Pero el Rey hace noble a quien quiere y a cuantos quiere.

Don Juan Carlos, en sus 35 años de reinado, ha sido parco en concesiones de títulos. La cifra de 50 cartas es muy exigua si la comparamos con la de sus antecesores. De los casi 3.000 títulos de nobleza vigentes hoy en España, alrededor de la tercera parte se otorgaron en el siglo XIX y principios del XX, cuando los monarcas usaban la “merced nobiliaria” para agradecer, en numerosas ocasiones, favores económicos ligados a actividades industriales, financieras, empresariales... o hasta momentos íntimos, como es el caso de Isabel II, quien no tenía duelo en conceder títulos y grandezas de España a generales más o menos bonitos que la hacían feliz o a personajes que bailaban muy bien el vals.

El actual rey, sin duda muy bien aconsejado, ha usado el ennoblecimiento para enaltecer a quienes cree que lo merecen de verdad. Aunque no en todos los casos. Hay que dividir los títulos de don Juan Carlos en dos épocas muy bien definidas. En la primera, que va desde su proclamación (22 de noviembre de 1975) hasta casi las primeras elecciones generales, del 15 de junio de 1977, el rey usó varias veces su facultad de conceder títulos de un modo inequívocamente político. Se trataba de amansar a las figuras emblemáticas del aún muy poderoso franquismo, y así, cuatro días después de subir al trono, hizo Señora de Meirás a la viuda del dictador (que había otorgado, por su santa voluntad, 54 títulos hoy polvorientos) y duquesa de Franco a la hija de ambos. Los dos títulos llevaban Grandeza de España: la primera, porque así lo quiso el Rey, y la segunda porque todos los duques son, por definición, grandes de España.

Lo mismo sucedió con Carlos Arias Navarro, a quien el Rey hizo marqués y grande después de obtener, hay quien asegura que de modo bastante violento, su dimisión como presidente del Gobierno. También hizo conde (póstumo) al expresidente de las Cortes Alejandro Rodríguez de Valcárcel: un hombre que, de haber vivido Franco una semana más, podría haber reventado la Transición.

Seis títulos para un niño.

También política, pero en sentido distinto, fue la concesión del Principado de Asturias. El 21 de enero de 1977, mediante un brevísimo Real Decreto, don Juan Carlos hizo a su hijo Felipe, que estaba a punto de cumplir 9 años, príncipe de Asturias, de Gerona, de Viana, duque de Montblanc, conde de Cervera y Señor de Balaguer. Esto molestó mucho al rey padre, don Juan de Borbón, quien aún no había cedido a don Juan Carlos ni los derechos a la Corona ni la jefatura de la dinastía; eso se haría cinco meses después. El mensaje estaba claro: fortalecer la sensación pública de independencia del nuevo rey respecto de su padre, como exigían los aún briosos restos del régimen anterior. Eso se debió, más que probablemente, al consejo del más valioso hombre del rey en la política de entonces, Torcuato Fernández Miranda, quien, en mayo de ese mismo año de 1977, sería distinguido con un ducado y nada menos que con el Toisón de Oro, la más alta condecoración civil española.

Pero a partir de las elecciones generales de 1977 el Rey hizo con los títulos lo que mejor le pareció, sin pensar ya en favores que quizá le obligaban a pagar. Y se dedicó a distinguir por encima de todo a hombres y mujeres de la cultura, de la investigación e incluso del deporte. Tan sólo cinco veces ha concedido don Juan Carlos títulos a miembros de su familia. Estos han sido su hijo Felipe, su hermana Margarita, sus hijas Elena y Cristina y, curiosamente, don Carlos de Borbón-Dos Sicilias, duque de Calabria, a quien don Juan Carlos hizo infante de gracia: el título más alto que existe en España después del de príncipe, que hoy sólo puede llevar el heredero.

Ha habido nada más que seis políticos (Fernández Miranda, Suárez, Tarradellas, Gutiérrez Mellado, Calvo-Sotelo y Antonio Fontán), cuatro empresarios y un par de banqueros, pero nada menos que 21 personas relacionadas con el mundo de la ciencia, del arte, de las letras, la música, la historia, el derecho o el deporte. El tercer título que el Rey otorgó, después de los dos primeros ya mencionados (los franquistas obligatorios) fue la Grandeza de España al ilustre historiador Juan de Contreras y López de Ayala, marqués de Lozoya. De los cuatro últimos, tres son a hombres de la cultura, el deporte y el derecho, y uno a un empresario. Entre ambos extremos están el guitarrista Andrés Segovia, Salvador Dalí, Gregorio Marañón y Moya, Joaquín Rodrigo y, entre muchos otros, el más curioso de todos. Es el de Carlos Luis del Valle-Inclán, hijo del escritor Ramón María del Valle-Inclán, a quien le concedió el delicioso título de marqués de Bradomín, inventado por su padre en la Sonata de otoño (1902).

¿Para qué sirve ser noble?

Para poco. Legalmente, para casi nada. El tratamiento y poco más. Hasta 1984, los Grandes de España tenían derecho a pasaporte diplomático. Hoy, ya ni eso. No hay, por supuesto, tierras ni rentas asociadas a los títulos, como ocurría hasta el siglo XVIII; más bien al contrario, ser noble cuesta dinero en la transmisión de los títulos. Por uno con Grandeza hay que pagar 1.775 euros. Aunque, como dice cierto marqués letrado, “la ruina de un duque quiero por fortuna”.

Además, los propios nobles empiezan a tener conciencia (al menos muchos) de que sus títulos son algo del pasado... que no siempre cae bien en la sociedad. Lo decía en noviembre pasado el presidente de la Diputación de la Grandeza, Alfonso Martínez de Irujo, duque de Aliaga, segundo hijo de la duquesa de Alba, que ha sucedido al conde de Elda al frente de la institución: “El tiempo corre en contra nuestra desde hace muchos años y además, aunque a veces creamos lo contrario, somos un colectivo muy debilitado socialmente. Unos, en su defensa del progreso social, creen que no tenemos sitio; otros, instalados en el conservadurismo, creen que sólo representamos una tradición petrificada”.

Piensan, al menos muchos, que el Rey les hace poco caso: van siete años en los que no acude a las asambleas de la Diputación de la Grandeza, y no asistió siquiera cuando, en marzo de 2010, tomó posesión como presidente el mencionado duque de Aliaga: resolvió el asunto con una carta.

¿Se llevan bien, al menos? Pues la verdad es que no. Abundan los pleitos entre familiares por el derecho a los títulos (el caso Medina-Sidonia es de culebrón) y, además, los más conspicuos defensores de su condición miran mal a los advenedizos: nunca tomaron en serio al duque de Suárez, por ejemplo, o al marqués de Iria Flavia (Cela), a quien consideraban un señor grosero que decía tacos. Otros quieren más merced de la que les dan: Juan Antonio Samaranch, el único deportista ennoblecido además de Vicente del Bosque, se molestó porque su título de marqués no llevaba aparejada la Grandeza de España, como él esperaba. Y muy pocos rechazan un título: al Rey sólo le ha dicho que no, que se sepa, Felipe González.

Pero la mayoría trabajan todos los días y no llevan puesta, ni siquiera mentalmente, la corona nobiliaria en la cabeza. El nuevo marqués de Del Bosque se tiene que aguantar la risa cuando le preguntan si los futbolistas de la selección le van a llamar, a partir de ahora, Vicente, míster o ilustrísimo señor marqués. Y como suele repetir Javier Timermans, abogado, reconocido experto en derecho nobiliario y marqués de Villapuente: “Al Rey lo queremos todos mucho, pero nos recibe una vez al año, por Navidad. Y nos recibe con el servicio de Zarzuela”.

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