Rivera el tapado

22 / 03 / 2016 Luis Calvo
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El presidente de Ciudadanos no deja de crecer políticamente a costa de sus rivales. En algunos círculos políticos se le sitúa ya como el candidato de consenso para evitar la repetición de elecciones. 

En mayo de 2009, con apenas tres años de vida, Ciudadanos pasó por uno de los peores momentos de su aún corta historia. Los 90.000 votos de las elecciones catalanas de 2006, recién fundado, no habían servido para lograr grupo parlamentario y sus tres diputados (sexta fuerza política) convivían en el Grupo Mixto. La formación buscaba cómo crecer en las europeas de ese mismo año y la elección de aliados (el ultraconservador Libertas, presidido por Miguel Durán) provocó la ruptura interna. Los dos compañeros de bancada de Albert Rivera se rebelaron contra la decisión del presidente. Lo destituyeron. Como no controlaban los órganos internos, lo hicieron en el Parlament. Rivera perdió la presidencia del Grupo Mixto y por un momento muchos pensaron que también el control del partido. Para colmo, su apuesta para las europeas fue un fracaso. La coalición, encabezada por Durán, no logró representación. Parecía que el partido luchaba por su vida. Hubo incluso quien solo auguraba su supervivencia si pactaba con  Unión, Progreso y Democracia (UPD) a nivel nacional.

Nada más lejos de la realidad. Tras la crisis, el aparato de Ciudadanos ratificó el liderazgo de Rivera y en las autonómicas de 2010 logró revalidar los tres escaños en Cataluña, ya con los críticos fuera de la formación. Y siguió creciendo. Nueve diputados en las catalanas de 2012 y dos años más tarde, el salto a la política nacional. En 2015 Ciudadanos ya era la segunda fuerza catalana y la cuarta nacional. La crisis no solo sirvió a Rivera para cohesionar el partido, sino como el primer paso para lanzarlo poco después en todo el país. Al final, al contrario de lo que auguraban todas las predicciones es Ciudadanos quien ha acabado con UPD y ha ocupado su hueco.

La historia, más allá de lo anecdótico, define perfectamente al personaje. Rivera no es alguien a quien se tumbe fácilmente. Le gusta apostar. Con buenas cartas, mejor, pero si la mano es mala tampoco se rinde. Desde que asumió la presidencia de Ciudadanos en 2006 a Rivera no le han faltado enemigos, internos y externos, pero nadie ha logrado sacarle de la política. Caiga una o mil veces, Rivera siempre se levanta. Y cuando se recupera, sigue escalando. Muchas veces por encima de los cadáveres de sus rivales (ver recuadro en página 56).

La última cima a la que se enfrenta se llama operación Borgen. Los mentideros políticos bullen en las últimas semanas con todas las posibilidades para evitar la repetición de elecciones. Están, por supuesto, las ya clásicas de una coalición entre los dos grandes partidos o un pacto de izquierdas. Incluso una abstención de Podemos que permita a Pedro Sánchez llegar a Moncloa. Pero entre ellas toma fuerza las últimas semanas una cuarta, que no tiene como protagonistas ni a Sánchez ni a Rajoy, sino a Rivera. Ante el bloqueo mutuo entre PP y PSOE, el líder de Ciudadanos empieza a emerger como nombre de consenso, como la persona pactista que podría evitar que los españoles volvieran a las urnas.

La situación recuerda tremendamente a una serie danesa, Borgen, estrenada en 2010, en la que la Birgitte Nyborg, la líder de un pequeño partido centrista alimentado por el descontento general (los Moderados) pasa de buscar encaje en una coalición con los partidos grandes a ser nombrada primera ministra después de que estos se desangren en el debate público. No es difícil buscar similitudes.

Rivera protagonizó, sin duda, el mayor pinchazo de las últimas generales. Durante meses las encuestas habían situado a Ciudadanos casi en un triple empate con el PSOE y Podemos, a poca distancia del PP. Los últimos días el globo se deshinchó. Ciudadanos se quedó en 40 diputados, solo un tercio de los del PP y 50 menos que los socialistas. Pero lo peor es que aritméticamente no es relevante para ningún pacto. Sin la concurrencia de los populares o de Podemos, no puede haber Gobierno. Ni siquiera lo es para el gran pacto que propone el propio Rivera, con los dos mayores partidos. PP y PSOE se bastan, si quisieran, para formar un Gobierno. No necesitan de los escaños naranjas. Hace pocos días un miembro del Gobierno explicaba los ataques de Rivera a Rajoy amparándose en el escaso papel que Ciudadanos tendría en una gran coalición. “Tiene que poner a sus diputados a jugar, a hacer ruido. Es un partido irrelevante para los pactos tratando de que no se note”. De hecho, la estrategia del PP es ya eliminar a Rivera del foco público, menospreciar su fuerza y ningunear sus propuestas.

Por ahora no tiene éxito. Lo que no le dan las matemáticas, Rivera, sin embargo, lo está consiguiendo con política. Primero, propiciando los acuerdos de la mesa del Congreso, pero sobre todo gracias al pacto que firmó con los socialistas. Cuando parecía que el PSOE más se acercaba a un posible pacto de izquierdas, Rivera logró arrancar de Sánchez un acuerdo impensable con el programa socialista en la mano que rompió la mesa a cuatro entre el PSOE, Podemos, Compromís e Izquierda Unida. Un pacto que no daba para gobernar (solo sumaba 130 diputados) pero que logró situar a Rivera en el centro de todas las miradas. Tanto que una semana después de la votación Rivera ya no señalaba a Sánchez como candidato, sino a cualquiera dispuesto a firmar el acuerdo. Lo importante son las políticas, aseguró, no los nombres.

El suyo no ha tardado en salir a la palestra. El discurso de Rivera en la primera investidura fallida de la democracia no había sido ya el de un aliado, sino el de un candidato. Así lo percibieron los ciudadanos. Las encuestas que se han publicado desde entonces coinciden en señalar un ascenso de Ciudadanos, quizá no lo suficiente para disputar un Gobierno, pero sí para avalar sin dudas la estrategia seguida por Rivera y su equipo negociador. Si algo no quieren los españoles es volver a las urnas. Y quien fuerce elecciones es muy probable que pague un precio importante por hacerlo. De hecho, ya lo está haciendo.

Ni Rajoy ni Sánchez están en la mejor de las circunstancias para volver a las urnas. Al presidente del Gobierno le acosa la corrupción que durante años anidó en su formación, especialmente en Madrid y Valencia. Su gestión del partido durante los peores años de escándalos le ha convertido en un obstáculo insalvable para conseguir aliados. Nadie está dispuesto a salir en la foto haciendo presidente a Rajoy. Aunque no es probable que nadie relevante alce la voz, en el PP empiezan a existir presiones más o menos sutiles para que el presidente deje paso. La decisión, en todo caso, será solo suya.

Sánchez tampoco lo tendrá fácil. El calendario orgánico del PSOE puede arruinarle los últimos días de negociación antes de la convocatoria de elecciones. Ya existen contactos con los principales barones para retrasar el congreso del partido hasta después de que concluya el plazo fijado para la investidura, pero queda por ver si estos, y sobre todo la posible aspirante, Susana Díaz, aceptan el arreglo. En todo caso, pase lo que pase con el congreso, si hay nuevas elecciones el PSOE deberá abrir un proceso de primarias para elegir su candidato.

“Si Rajoy y Sánchez consiguen llegar a las elecciones, perfecto. Vendrán de sendos fracasos y con contestación interna, probablemente muy desgastados. Si no, Rivera será el único reconocible y con recorrido de los tres candidatos que vayan a las urnas peleando por el centro. Se enfrentará a dos novatos”, explican desde Ciudadanos. En el partido naranja no creen que una nueva votación vaya a cambiar radicalmente las cosas. Parece evidente que las nuevas urnas no darán mayorías absolutas y quien gobierne deberá negociar y ceder cuotas de poder. Eso es ni más ni meos que lo que pasaba en Borgen. Pero Borgen es, por ahora, solo una serie. 

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