Política de buzón físico

17 / 05 / 2017 Clara Pinar
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La crisis del PSOE, el problema catalán y la moción de censura sacan a la luz cartas políticas que tanto cultivaron Aznar o Maragall y que hoy escribe con asiduidad Lambán.

Pasqual Maragall, gran aficionado a la correspondencia política. Foto: Julian Martin/AP

Las cartas que los presidentes de Estados Unidos, John F. Kennedy, y de la URSS, Nikita Jruschov, se intercambiaron entre octubre y diciembre de 1962 descubrieron la mano izquierda y la serenidad con la que en privado apaciguaron los ánimos y gestionaron aquel año la Crisis de los misiles evitando un suceso nuclear que por las declaraciones públicas parecía más posible de lo que demostraba su correspondencia. Salvando las distancias, si alguien estudiara las cartas que en los últimos meses ha escrito y recibido el presidente de la gestora del PSOE, Javier Fernández, se podría hacer una idea del grado de tensión que generan las primarias en su partido y el mal que le hace la moción de censura que persigue Podemos. Uno de los candidatos a secretario general, Pedro Sánchez, ha elegido esta formal vía de comunicación en dos ocasiones. La primera, para responder al burofax que Ferraz le había mandado para instarle a detener el crowdfunding con el que estaba recaudando fondos. Con bastante sorna, Sánchez se dirigía al gerente del PSOE para recordarle que la recaudación era cosa de una organización sin ánimo de lucro y se ofrecía a trasladar el burofax que había recibido. Más de un mes después, Sánchez volvía a comunicarse con el PSOE, esta vez directamente con Fernández, en una misiva en la que le instaba a que el partido pidiera la comparecencia de Mariano Rajoy en el Congreso de los Diputados para responder por los casos de corrupción que implican al PP. Fernández respondió que el PSOE así lo tenía previsto y añadía su disposición a explicarle este asunto y cualquier otro por escrito, “dado que esta es la vía que has elegido para comunicarte conmigo”. Días después, el presidente de la gestora lanzaba un dardo más afilado, también por carta, a Pablo Iglesias, para que le quedara claro el no socialista a su propuesta para promover una moción de censura contra Rajoy. Polémicas aparte por errores sintácticos y ortográficos, Fernández reprochaba a Iglesias no haber apoyado la investidura de un Gobierno liderado por el PSOE y que hora pretendiera “regresar como salvador a la escena del crimen”.

Los problemas a varias bandas que está viviendo el PSOE han hecho aflorar el intercambio de cartas entre políticos, un género que inició Cicerón, que han continuado a lo largo de la historia políticos en todo el mundo y que hoy, con las nuevas tecnologías, cada vez se prodiga menos. Sin embargo, la carta sigue teniendo un significado de peso en la vida política. “Todo lo que se escribe para ser leído, para ser dicho, tiene una consistencia y una trascendencia superior. Cuando un político escribe una carta, sabe que ese texto va a tener repercusión”, indica el asesor de comunicación y consultor político Antoni Gutiérrez-Rubi. “Como instrumento de comunicación política, tiene la virtud de lo íntegro, la mayoría de las cartas no se pueden recortar, se reproducen desde la fecha y el saludo hasta la firma”, añade sobre el peso de la carta como instrumento político. En opinión del consultor político y director de La fábrica de discursos, Fran Carrillo, “sobre todo buscan mover la conversación por encima del ruido que supone el elemento ideológico”. Así fue en la correspondencia entre Kennedy y Jruschev, justo lo contrario a las cartas de Javier Fernández, más cercanas al otro efecto de la epístola. “Hay cartas que lo que quieren es evitar el diálogo, no favorecerlo, alguna de las cartas que hemos visto recientemente lo que hacen es cerrar, no abrir”, dice Gutiérrez-Rubí.

Misivas históricas

Años antes de que se produjera una de las correspondencias más memorables de la historia, entre el primer ministro británico Winston Churchill y el presidente de Estados Unido Franklin D. Roosevelt, que ha arrojado mucha luz sobre el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, en España hubo también dos cartas memorables. La primera la dejó escrita Alfonso XIII a todos los españoles el 14 de abril de 1931, nada más conocerse los resultados electorales que supusieron su exilio y la proclamación de la II República. En ella, admitía, las elecciones “me revelan que no tengo hoy el amor de mi pueblo” y anunciaba su marcha al exilio para “no lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil”. Ocho años después y con los republicanos a punto de perder la Guerra Civil, el entonces presidente de la República, Juan Negrín, enviaba una agónica carta a Roosevelt en la que pedía la ayuda de EEUU. “Señor presidente, el resultado de la lucha en España decidirá lo que ha de ser en Europa (...) cada minuto que tarde en adoptar medidas es un río de sangre y dolor”.

El exalcalde de Barcelona y expresidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, escribió muchas cartas. “Él creía en el valor de las cartas políticas, sabía que en los medios se dicen muchas cosas, pero cuando había algo importante, había que escribir una carta”, recuerda Gutiérrez-Rubi. Esto también lo saben en Europa. De la sede del Banco Central Europeo en Fráncfort salió la carta que su entonces presidente, Jean-Claude Trichet, remitió en 2011 a José Luis Rodríguez Zapatero para urgirle a endurecer la legislación laboral y la disciplina presupuestaria, que dio lugar a la reforma exprés de la Constitución aquel verano. También por carta, Rajoy se comprometía en marzo de 2016 ante el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, “a adoptar nuevas medidas”, en cuanto hubiera un nuevo Gobierno. Fueron cartas secretas o, al menos, no escritas para que las conociera la opinión pública, sino en un contexto de discreción que es la tónica general de la correspondencia política a lo largo de la historia.

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