Los conspiradores que manipularon a los golpistas

18 / 02 / 2011 0:00 Fernando Rueda
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Armada, Milans del Bosch y Tejero son los nombres más conocidos en relación al 23-F. Sin embargo, no fueron los únicos. Los tres militares fueron engañados y manipulados por otros que permanecieron en la sombra.

El teniente general Jaime Milans del Bosch, el general Alfonso Armada y el teniente coronel Antonio Tejero han pasado a la historia como los tres principales protagonistas del fallido golpe de Estado producido en España el 23 de febrero de 1981, hace ahora 30 años. Sin embargo, los tres militares fueron manipulados, engañados y dirigidos por otros conspiradores que permanecieron en la sombra. Esta es su historia.

Santiago Bastos, jefe del Área de Involución del Cesid, no se enteró en los meses previos al golpe de nada de lo que estaba pasando porque los conspiradores le metieron en una burbuja de aislamiento de la que no fue capaz de salir. El capitán de la Guardia Civil Vicente Gómez Iglesias, destinado en el Cesid, fue leal a su jefe en el servicio secreto, el conspirador José Luis Cortina, y al mismo tiempo era gran amigo del teniente coronel Tejero, a quien manipuló sin su conocimiento. El general Armada convenció al teniente general Milans y a Tejero de que compartía con ellos sus objetivos, pero les ocultó sus verdaderos planes. Alianza Popular, el PSOE, empresarios... creían que Armada defendía un Gobierno de concentración dentro de la Constitución y se encontraron con Tejero asaltando a tiros el Congreso. La embajada estadounidense y la nunciatura del Vaticano conocieron dos días antes hasta lo más mínimos detalles del golpe.

Estos son sólo algunos de los engaños que permitieron a los conspiradores llevar a cabo un golpe de Estado el 23-F que consiguió acabar con el Gobierno de Adolfo Suárez, pero no instaurar otro presidido por un militar.

Al menos coincidieron tres golpes y un cuarto no llegó a ejecutarse. Eran los encabezados por Milans, Tejero y Armada, y el cuarto, el de los coroneles, al que muchos temían, sería el más duro.

Milans puso en marcha el suyo varios meses antes. Consiguió el apoyo o la no oposición de una gran parte de los capitanes generales con mando en región militar y el imprescindible respaldo de la División Acorazada, que debería tomar Madrid, gracias a la influencia de José Ignacio San Martín, su jefe de Estado Mayor y espía experto que había mandado el Seced, el antecesor del Cesid.

Algunos meses antes del golpe, el general Iniesta y el civil García Carrés le informaron de que Tejero había puesto en marcha su propio golpe y le recomendaron coordinarlo con el suyo. El teniente coronel de la Guardia Civil, que preparaba el asalto del Congreso de los Diputados, no tardó en convertirse en el aliado de Milans.

Paralelamente, Alfonso Armada estaba intentando solucionar los graves problemas que atravesaba el país. Existía un enorme malestar militar con origen en la decisión de Adolfo Suárez de legalizar en la Transición al Partido Comunista, para lo cual había engañado a la cúpula militar que, procedente del franquismo, se oponía radicalmente. A eso se añadían los atentados continuos de ETA y la falta de resultados patentes en la lucha contra la banda.

Armada consideraba que la única solución para evitar un golpe de Estado que acabara con la democracia y quizás con la monarquía que tanto defendía –había trabajado muy cerca del Rey desde hacía un montón de años- era instaurar un Gobierno de concentración presidido por un militar de confianza de don Juan Carlos, precisamente él.

Amparado en un informe de un prestigioso constitucionalista, que había hecho llegar al palacio de la Zarzuela, comenzó a buscar secretamente apoyos a su causa ya antes del verano de 1980. El presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, no se fiaba de él desde hacía tiempo y le había enviado lejos de Madrid, como gobernador militar de Lérida. Eso no fue obstáculo para llevar a cabo su conspiración gracias, principalmente, a su activa mano derecha en toda la operación: el comandante José Luis Cortina, jefe de la Agrupación Operativa de Misiones Especiales (AOME), la unidad de acción del Cesid.

Armada se reunió en octubre de 1980 en la casa del alcalde socialista de Lérida, Antonio Ciurana, con los diputados del PSOE Enrique Múgica y Joan Raventós, a los que expuso su plan de sustituir a Suárez por un Gobierno presidido por un militar, con representación de todos los partidos políticos. Era muy importante que fuera un uniformado el que lo dirigiera, pues el objetivo era parar a los diversos grupos militares que planeaban tomar el poder por la fuerza. El contenido de esta conversación fue transmitido por Múgica a Felipe González, que a su vez se la contó a la Ejecutiva socialista, una parte de la cual se opuso abiertamente. Personas cercanas a Cortina, por su parte, que habían pertenecido a la sociedad Godsa, fundada en su día por Manuel Fraga, pasaron la información a Alianza Popular.

Personalmente, Cortina se dedicó a reunirse con personalidades del mundo económico, periodístico y político. Para ello, utilizó la operación Tenedor que la AOME tenía en marcha. Se trataba de grabar las conversaciones que mantenía con esas personas influyentes en los reservados de algunos restaurantes de lujo de Madrid, para que quedara patente que les había informado de lo que estaban tramando y grabar su aceptación, sin que luego pudieran negarlo.

También mantuvo algunas reuniones más complicadas y conflictivas. Informó con tiempo al jefe de la delegación de la CIA en Madrid, Ronald Edward Ester. Y un par de días antes del golpe hizo lo propio con Terence Todman, el embajador de EEUU, y con monseñor Inocenti, el nuncio del Vaticano. Además, mantendría un contacto con Ignacio Sotelo, secretario de Cultura de la Ejecutiva del PSOE.

Los conspiradores de lo que se ha llamado la operación Armada u operación De Gaulle habían conseguido convencer a finales de 1980 a una gran parte de la sociedad influyente española e internacional de la necesidad de apoyar un gobierno de concentración nacional presidido por un militar.

Conspiradores en el Cesid.

El trabajo de agentes del Cesid sería decisivo para preservar el silencio en torno a la operación Armada y para reconducir el golpe de Milans y Tejero. Con respecto a Armada, blindaron su casa de escuchas telefónicas haciéndole un barrido y bloquearon el trabajo de investigación de los agentes del Área de Involución. Con este fin, primero no atendieron las demandas de acciones operativas en la calle que les solicitaba el jefe antigolpista Santiago Bastos, y cuando ya no pudieron negarse alegando exceso de trabajo, llevaron a cabo algunos seguimientos que siempre daban resultados negativos.

Vicente Gómez Iglesias, capitán de la Guardia Civil que mandaba el Grupo 1 de la AOME, estaba momentáneamente fuera de la unidad haciendo un curso de tráfico, algo que sorprendió a todos sus compañeros pues con tanta carga de trabajo como tenían en aquel momento no se concedían cursos a nadie que los pidiera y menos uno de tan aparente poca importancia. Muchos pensaron posteriormente que ese curso fue un pretexto para colocarle en una posición privilegiada cuando se desencadenara la acción.

Cortina sabía que Gómez Iglesias y Tejero eran grandes amigos desde que trabajaron juntos en la comandancia de San Sebastián y convenció a su subordinado para que le prestara al teniente coronel toda la ayuda que necesitara, pero sin mencionarle ni una palabra respecto a que agentes del Cesid iban a trabajar para ayudarle a dar su golpe. Habían abierto la posibilidad de poder utilizar a un Tejero manipulado como segunda alternativa si los planes de Armada se torcían.

Con el objetivo de trabajar en las misiones clandestinas vinculadas a la “Operación Armada” y al golpe de Tejero, Cortina utilizó a la Sección Especial de Agentes (SEA), la élite dentro de la AOME, cuyas misiones nadie conocía en la unidad operativa a excepción de él y su segundo, Francisco García Almenta. Integrada por siete agentes, únicamente contaron con los más adeptos, mandados por Rafael Monge. Al margen dejaron al resto, incluido el jefe de la unidad, Juan Rando, que nunca habría comulgado con esos planes.

Una vez lanzadas las redes y con el convencimiento de que los peces influyentes en la sociedad española estaban de su parte y que estaba en marcha el golpe conjunto Milans-Tejero, Armada se reunió con el Rey el 3 de enero de 1981, en Baqueira. Le informó del pésimo ambiente reinante en las Fuerzas Armadas y de que estaba buscando soluciones que impidieran al país pasar por una situación dramática. Lo único que don Juan Carlos dejó claro era la necesidad de respetar la Constitución. No apoyó ninguna solución, ni siquiera habló de ellas, pero Armada interpretó que recibía el beneplácito a su plan para instaurar un Gobierno de concentración con él al frente, en sustitución de Adolfo Suárez.

Informado por Cortina de los movimientos de Milans y Tejero, Armada decidió que había llegado la hora de hablar con el capitán general de Valencia. Varios días después se reunieron y le contó sus planes de cambiar a Suárez por un militar por métodos pacíficos, intentando aprovechar una moción de censura contra el presidente. Previamente, para granjearse su respeto, Armada le explicó que el Rey estaba de acuerdo y había depositado toda su confianza en él. La mención del monarca hizo que Milans aceptara. No obstante, Armada le explicó su plan B: si era necesario, se podría provocar un incidente militar que les permitiera reconducir la situación e imponer el Gobierno militar. En ningún momento mencionó su intención de que ese gobierno estuviera integrado por políticos en representación del arco parlamentario.

El 18 de enero, Milans convocó a su gente a una reunión, a la que no asistió, en la que se propuso dejar la dirección de la operación en manos de Armada. Todos, incluido Tejero, aceptaron retrasar sus planes a la espera de poder sustituir a Suárez sin acciones militares. Sin embargo, el plan inicial se iría al traste. Suárez, harto de la situación política personal que vivía y sospechando los planes de Armada, presentó su dimisión el 29 de enero. Cambió el paso a los conspiradores, que pasaron a apostar por ejecutar sus planes con Tejero encendiendo la mecha y Armada apareciendo como el mesías salvador.

El teniente coronel había ultimado los preparativos del asalto al Congreso. Tenía en su poder los autobuses que le permitirían transportar a los guardias civiles asaltantes hasta el Congreso desde distintos acuartelamientos, pero le faltaba la logística: equipos de comunicación y alguien que les ayudara a llegar el día D a su destino por las intrincadas calles de la capital. Con este fin, le pidió ayuda a su amigo Gómez Iglesias.

El capitán de la Guardia Civil habló con Cortina. El jefe de la unidad operativa vio claramente la oportunidad. Hizo que su subordinado le transmitiera a Tejero que los tres agentes de la SEA se encargarían de ayudarles, pero que era preciso que se reuniera con él.

Gómez Iglesias transmitió el mensaje a Tejero, que cayó en la cuenta de que todos sus movimientos de los últimos meses habían estado controlados por el Cesid. Aceptó la ayuda y la reunión, que se celebró el día 18 de febrero en casa de Cortina. Allí, el jefe del espionaje le apabulló demostrándole que conocía todos los detalles del golpe. Después le dejó claro que su misión sería tomar el Congreso; la de Milans, que la sociedad visualizara el golpe de Estado; y la de Armada, acudir al Congreso para conseguir que los diputados aceptaran el nuevo Gobierno militar. Nuevamente, el hábil Cortina no mencionó la presencia de dirigentes de izquierda, ni que él y otros habían estado consensuando con las fuerzas políticas nacionales e internacionales la nueva situación política española. Para preparar el momento definitivo del golpe, Cortina le propuso que se reuniera con Armada.

Tres días después, el 21 de febrero, una vez que Tejero había transmitido el contenido de su reunión a Milans, se reunió con Armada y Cortina. Sin que el teniente coronel de la Guardia Civil se enterara, tanto en esta reunión como en la anterior, los agentes de la SEA habían realizado labores de contravigilancia para que no quedara el más mínimo rastro de los dos encuentros. De esa reunión salió sellado el pacto de actuación, que Tejero aceptó.

El 23 de febrero los agentes de la SEA del Cesid Rafael Monge, Miguel Sales y José Moya coordinaron la operación de llegada de los autobuses de guardias civiles hasta el Congreso. Allí, sin oposición gracias a la sorpresa, tomaron el Congreso y para controlar a los diputados lanzaron ráfagas de tiros al techo y se enfrentaron físicamente al teniente general Gutiérrez Mellado. El golpe había perdido la limpieza que esperaban.

Durante las siguientes horas, el Congreso fue controlado por miembros uniformados de la Guardia Civil, entre los que no llamó la atención la presencia de un capitán llamado Gil Sánchez Valiente, que en los días siguientes iba a ser destinado al Cesid y que informó secretamente a sus mandos del servicio de lo que allí dentro estaba sucediendo. Luego huiría de España, supuestamente con un maletín con información del golpe.

En el exterior, Milans cumplió con su parte del trabajo y sacó los tanques a la calle en Valencia. El resto de las capitanías generales quedaron a la espera. Pero una gran parte de ellas quedaron en evidencia: muchas unidades no permitieron que los soldados abandonaran sus puestos a la hora de la comida, como era preceptivo, cuando el asalto al Congreso todavía no se había producido.

También quedaron en evidencia los Estados Unidos. En parte porque su secretario de Estado, Alexander Haig, declaró que “es un asunto interno español”, pero con mayor claridad porque todas sus bases en España estaban en alerta desde horas antes y, como por casualidad, la Sexta Flota estaba desplegada en las costas valencianas.

En esos momentos Armada, que acababa de ser nombrado segundo jefe de Estado Mayor, y había dejado Lérida para regresar a Madrid, apareció como la única solución viable para resolver el problema. Con el apoyo de sus mandos, se fue al Congreso, donde habló con Tejero. Todo parecía salir según habían previsto en las reuniones previas, hasta que Armada cometió un gran error: le enseñó a Tejero la lista del Gabinete que pensaba presidir, en el que había socialistas y comunistas. El teniente coronel le dijo que no había llegado hasta allí para que los que quería echar de la vida política subieran al poder. En ese momento se terminó el golpe y empezaba la investigación que sacaría a la luz a los conspiradores.

Limpiar el rastro.

Estaba clara la responsabilidad de Milans, Tejero, los militares de su entorno y de todos los que habían acudido al Congreso. Pero había unos cuantos cuyos nombres todavía tardarían en aparecer. Evidentemente, Armada fue el primero en ser señalado. Para cuando fue detenido, todo su entorno había comenzado una operación de borrado de huellas.

Nadie más habría sido descubierto si no hubiera sido por la indiscreción de un hombre que perdió los nervios. Durante la tarde del 23-F, Rafael Monge, uno de los agentes de la SEA que llevó a los guardias de Tejero al Congreso, cometió la indiscreción de contarles primero al capitán Rubio Luengo y después al sargento Juan Rando, lo que había hecho. Los disparos que había escuchado en el interior del Congreso le habían alterado y necesitaba confesarse.

Rando, un agente operativo que había demostrado su valía y que en los siguientes años lo haría aún más siendo el primer agente infiltrado en el entorno de ETA en el sur de Francia y montando redes de colaboradores en países de alto interés para España, no se quedó quieto tras recibir la información sensible.

Al mismo tiempo, los capitanes de la AOME Diego Camacho y José Armada decidieron acercarse a ver de qué podían enterarse por los alrededores del Congreso y, ante su sorpresa, llegaron hasta dentro de la Cámara sin que nadie se lo impidiera. Allí se enteraron de que los asaltantes esperaban a Armada. Con esta información, se desplazaron hasta la dirección del Cesid, situada en aquel momento en Castellana, 5, en el centro de la capital, y le transmitieron la información al director en funciones, Narciso Carreras, que no se enteró de nada, y al secretario general, Javier Calderón, jefe directo de Cortina e íntimo amigo suyo desde hacía muchos años. Calderón les dijo que estaban equivocados y les retiró de la investigación.

Camacho se quedó sorprendido y aún más cuando su viejo conocido Rando le narró lo que le había contado Monge. Sospechó de Calderón, pero unos días después, animado por un reducido número de agentes que sospechaban que un sector de la AOME había colaborado activamente en el golpe, quedó en una cafetería con Calderón y le contó todo lo que sabía por Rando.

El secretario general le dijo que él personalmente se encargaría de la investigación y le sacó del caso. No pasarían muchas horas antes de que Rando recibiera una llamada de Cortina para quedar con él. Rando vio clara la conspiración, no acudió y tanto él como Camacho y Rubio Luengo abandonaron sus domicilios y empezaron a residir en paradero desconocido.

Pasados unos días, Calderón citó a Camacho en su casa de campo y le ofreció sibilinamente un ascenso a cambio de su silencio. El capitán no aceptó y se fue inmediatamente. Después se produjo el encuentro entre Cortina y Rando en la cafetería del hotel Cuzco. El jefe de la AOME le entregó dinero por trabajos realizados para una empresa vinculada a la unidad y le prometió también un ascenso si se olvidaba de todo lo que había pasado. Rando, íntegro, rechazó el chantaje. Días después, tuvo un pequeño accidente tras el que descubrió que su moto había sido manipulada para intentar asesinarle.

En esos días Cortina y su segundo, García Almenta, no habían dejado de mover piezas para evitar el procesamiento. Para encubrir la acción de los agentes de la SEA habían reactivado la operación Míster, cerrada meses antes y que consistía en la investigación de las actividades de un ciudadano estadounidense. Les venía genial porque su campo de actuación era en las proximidades del Congreso, zona por la que se movieron sus agentes en apoyo a Tejero.

Además, Cortina, acompañado de Gómez Iglesias, fue a visitar a Tejero a la cárcel. Allí le recomendaron no dar sus nombres en la declaración ante el juez, porque de esa forma ellos podrían ayudar mejor a los golpistas.

No obstante, dadas las crecientes sospechas que había en el Cesid sobre el comportamiento de algunos de sus integrantes, el director se vio obligado a ordenar una investigación, que pasaría a la historia como Informe Jáudenes, en honor al apellido del jefe de la División de Interior que la realizó. La investigación secreta se llevó a cabo en los diez primeros días de abril, tomando declaración a los conspiradores y a sus denunciantes, pero sin grabar ni dejar por escrito sus palabras. El informe no investigó si los hechos narrados eran ciertos o no, limitándose a contar lo que cada uno decía, eso sí, apoyando la versión de Calderón y Cortina. Sin embargo, este informe no se entregó al juez instructor de la causa porque de él se desprendían testimonios incriminatorios contra los conspiradores que podrían haberlos condenado.

La estrategia de ocultamiento se derrumbó cuando Tejero decidió incriminar a Cortina. Entonces, su labor consistió en respaldar la existencia de la operación Míster y en recordar en determinados ambientes gubernamentales la existencia de trabajos del Cesid como la operación Tenedor, en la que tenían grabados a decenas de altas personalidades, y la operación Fantasma.

Esta acción, llevada a cabo durante la Transición, consiguió que José María de Areilza se retirara de la carrera presidencial con Adolfo Suárez tras ser sometido a una investigación por el servicio secreto en el que le descubrieron una negativa relación política y una supuesta relación sentimental.

Las sentencias llevaron a la cárcel a Milans, Armada, Tejero -30 años- y a los principales participantes directos en el golpe y dejaron libre a Cortina por falta de pruebas. García Almenta y Calderón ni llegaron a estar imputados.

30 años después.

La vida de los golpistas y conspiradores en estos 30 años ha sido muy dispar. Tejero, a punto de cumplir los 80, nunca ha renegado de lo que hizo, intentó una aventura política con un partido llamado Solidaridad Española y hasta en alguna ocasión ha escrito contra Zapatero. Milans del Bosch tampoco se arrepintió de su actuación, conoció y animó posteriores intentos golpistas, consiguió la libertad condicional en 1990 y murió siete años después. Armada, por su parte, fue indultado en 1988 por razones de salud y tras acatar la Constitución, algo que no le supuso el menor problema. Actualmente pasa una gran parte de su tiempo en un pueblo de La Coruña.

Gómez Iglesias, condenado a seis años, fue el primero que salió de prisión tras acatar la Constitución y quedó en libertad en 1984. Se dedicó a trabajar en empresas de seguridad. Cortina tuvo que dejar el Cesid, pero fue declarado inocente. Se dedicó a trabajos de seguridad. Llegó a asesorar a Álvarez-Cascos cuando era vicepresidente del Gobierno y al Cesid durante el mandato del Partido Popular.

Javier Calderón no fue procesado por el intento y abandonó el Cesid poco después de llegar Manglano. Tuvo una destacada carrera en el Ejército que le permitió ayudar a colegas del espionaje que colaboraron con él durante el 23-F. José María Aznar le nombró director del Cesid en 1996 y una de sus primeras decisiones fue vengarse de Camacho y Rando, expulsándoles.

Santiago Bastos no pudo hacer nada en el 23-F porque le tuvieron bloqueado, pero tras la llegada de Manglano consiguió en varios años desbaratar la extrema derecha militar. Llegó a ser subdirector del Centro.

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