José Antonio Bernal. “Sabía que en Irak la situación estaba muy jodida”

22 / 11 / 2013 10:52
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El 9 de octubre de 2003 fue asesinado en Bagdad. Una advertencia del odio a los espías españoles que en el CNI no entendieron para evitar el atentado de noviembre.

De compras. Bernal se fue de compras por Bagdad con su viejo amigo Zanón (derecha) unos días antes de ser asesinado.

José Antonio Bernal llegó a Bagdad el 17 de septiembre de 2001 para ocupar el puesto de viceconsejero de Información de la Embajada de España. Era un joven decidido y entusiasta que aprendió el complicado oficio del espionaje en el extranjero, rodeado de enemigos, gracias a la mano experta de su jefe, Alberto Martínez.

De joven había soñado con ser piloto de combate, pero vio truncada su carrera cuando apenas había comenzado a preparar el examen de ingreso en la Academia General. Le hicieron las pruebas de aptitud médica y presentaba un problema de oído a 4.000 pies de altura.

La decepción le duró poco tiempo y pronto no acabó con su vocación militar. Su padre le marcó el camino de radiotelegrafista y él se lanzó en tromba. Se presentó al examen de ingreso y sacó el número 1, con una nota de 9,95. Un puesto destacado que no abandonaría en el escalafón los años que tardó en convertirse en sargento.

En junio de 1995 entró en el Cesid. Mientras hizo el curso de acceso, nadie supo a qué estaba dedicando su tiempo. Quizás su mujer supiera algo, pero no sus padres. Cuando cambió de destino, intentó seguir con el engaño, pero su padre, un militar experimentado, un día le comentó: “No me engañes, cuando te vistes con corbata para ir a trabajar es porque no vas a un cuartel”.

Soledad Gómez, su madre, siguió mucho tiempo pensando que trabajaba en un cuartel. Nunca dudó de él. Era el primogénito cariñoso que al volver de la academia para preparar su ingreso en el Ejército entraba en su cocina, olía cada plato que estaba guisando y entonaba aquella monserga de “jo, mamá y si no apruebo... Jo, mamá y si no apruebo...”. Ella le transmitía la tranquilidad y el ánimo que su hijo buscaba: “Siempre dicen que como una hija para una madre no hay nada, pero mi hijo era para mí algo especial. Era una excelente persona, muy cumplidor, muy amigo de sus amigos”.

Durante los seis años que pasó en el Cesid hasta que fue destinado a Irak ocupó un puesto en el Centro de Comunicaciones. Nunca fue un aventurero. Eso sí, era ambicioso dentro de su profesión y cuando a principios del siglo XXI se enteró de que había una plaza para un agente de su perfil en Irak, como número dos de la delegación del Cesid, solicitó la plaza. Unos días antes de la adjudicación, se sinceró con su padre: “Quiero irme a Irak, pero es muy difícil que consiga la plaza porque mi jefe no quiere desprenderse de mí y si me pone pegas no me la van a dar”. Su padre vio claro cómo echarle una mano: “Habla con fulano [un alto mando de la Casa], que es amigo, y le dices de parte mía que quieres ir a Irak”. A José Antonio no le gustó aquello, pero obedeció. La plaza fue para él.

Antes de incorporarse a su destino en la embajada, hizo un largo curso para aprender la idiosincrasia del país y algunas técnicas especiales necesarias para un agente secreto que se va a mover en territorio hostil. Además, perfeccionaba el inglés y daba clases de árabe.

José Antonio se fue a Bagdad el 17 de septiembre de 2001, pocos días después del atentado del 11-S en Estados Unidos, lo cual complicaría sobremanera su misión. No tardó en llevarse a su mujer y a su hija, aunque regresarían un año después al complicarse la situación en Irak. En febrero de 2003 el ataque para derrocar a Husein era inminente y recibieron desde Madrid la orden de abandonar el país antes de que el conflicto estallara. Al regresar, Martínez y Bernal se convirtieron en las principales figuras del gabinete de crisis que se montó en la sede del CNI. Eran los únicos que disponían de acceso a fuentes directas en Irak.

Quiso cumplir su compromiso.

Derrotado Husein y ocupado el país por las fuerzas estadounidenses, Bernal tuvo que regresar. El destino por el que tanto había peleado había perdido toda su tranquilidad. “Él era plenamente consciente de las dificultades que se encontraría a su regreso –explica su padre–, la situación estaba muy jodida. No podía permitir que los españoles que estaban allí no tuvieran a nadie que se preocupara por ellos. Había firmado por tres años y tenía que cumplir con su compromiso”.

Es imposible saber a ciencia cierta lo que le pasó por la cabeza antes de su partida, pero nadie conocía mejor que él la situación que se iba a encontrar. El servicio secreto de Husein le tenía identificado, había trabajado con ellos íntimamente, y disponía de muy buenos contactos con diversos grupos religiosos. Lo lógico era pensar que ahora le vieran como un traidor. Bernal era metódico y nunca se engañaba. No lo intentó con su padre: “Yo me quiero ir a Irak, si me sale bien, bien; si me sale mal, pues mal”. Y tampoco con su madre cuando le espetó: “¿Cómo te vas a ir allí tal y como están las cosas?”. José Antonio no dudó: “Sabes qué te digo, que en todas partes hay Dios”.

El 7 de octubre, a la hora de la comida telefoneó a su mujer, con la que deseaba tener un segundo hijo cuando hubiera pasado la experiencia iraquí y regresara a España, y antes a su madre. Lo hacía con cierta frecuencia, quería mucho a sus mujeres. Tras hablar con su madre se despidió: “Bueno, pues en una semana nos vemos, que voy de vacaciones cortas, un beso”.

Una medalla sin entregar.

Dos días después, la noticia de su asesinato llegó a los telediarios sin tiempo para que los agentes que el CNI había enviado a casa de sus padres tuvieran tiempo de advertirles. “Cuando vi en la tele la noticia dije: ‘Han matado a Josito’ –recuerda su padre-, fue como si ya supiera que iba a ocurrir”.

El teléfono comenzó a sonar inmediatamente y no paró de hacerlo en días. De entre todas las llamadas hubo una especial para el capitán del Ejército del Aire: su antiguo jefe, el que había ayudado a su hijo para conseguir el destino, que en ese momento estaba destinado en una delegación del servicio de inteligencia en el extranjero. El hombre no pudo evitar llorar amargamente en cuanto escuchó la voz del padre de Bernal y lleno de congoja le dijo que él era el responsable de la muerte. José Antonio le respondió que no había culpables y le consoló: “En cualquier caso, si hubiera alguien culpable, que no es el caso, sería yo”.

El capitán Bernal habló directamente con la prensa para dejar las cosas claras:  “Somos militares, sabemos que se corre un riesgo, para el que nuestro hijo se había presentado voluntario”, dijo y añadió que era el trabajo que le gustaba y que había muerto “en acto de servicio, haciéndolo por Dios y por la patria”.

Le concedieron, entre otras condecoraciones, la Gran Cruz de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo, cuya orden apareció publicada en el Boletín Oficial de Defensa del 31 de octubre de 2003. El ministro Federico Trillo le anunció a Bernal que el presidente José María Aznar quería entregársela personalmente. Sin embargo, el acto se retrasó, después tuvieron lugar los atentados del 11-M, el cambio de Gobierno y... por muy inaudito que pueda parecer, diez años después, todavía no se la han entregado. Las fuentes consultadas consideran que el asesinato de Bernal fue una encerrona perfectamente montada.

El guarda de seguridad que debía estar en la puerta de su domicilio no apareció esa mañana, pero tampoco lo hicieron el jardinero ni la chica que cocinaba, cuando siempre acudían a su casa temprano por la mañana. La investigación del servicio de inteligencia descartó la casualidad y el guarda fue interrogado: aseguró que no podía declarar nada hasta que desapareciera Husein, que por aquel entonces seguía escondido en el país. Su ausencia no fue una casualidad: si quería salvar su vida y la de su familia, no debía estar en la puerta de Bernal esa mañana.

Para honrar la memoria del agente, se han creado los premios José Antonio Bernal Gómez, patrocinados por el Ayuntamiento de Navahermosa, en colaboración con la Asociación Voces Contra el Terrorismo, que reconocen a personas que han entregado su vida a la lucha contra los terroristas.

Grupo Zeta Nexica