Historia de un desamor

31 / 03 / 2017 Luis Calvo
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El Comité Federal pone fecha para la que será la penúltima batalla de un íntimo enfrentamiento que desde septiembre de 2014 protagonizan Pedro Sánchez y Susana Díaz, ayer aliados y hoy líderes de una guerra que amenaza con romper el PSOE. 

Pedro Sánchez en Valencia durante su precampaña para la secretaría general socialista. Foto: Miguel Lorenzo

En pleno proceso de descomposición de Unión de Centro Democrático (UCD), durante los primeros 80 del siglo pasado, el ministro Pío Cabanillas Gallas hacía gala de humor en la catástrofe y advertía a sus propios compañeros con una frase que quedaría para la historia: “Al suelo, que vienen los nuestros”. Desde entonces no ha habido un solo líder político que, por si acaso, no mire de reojo a sus compañeros. La guerra del día a día, reconocen todos, es con los adversarios, pero las que más duelen, las que dejan heridas difíciles de cicatrizar, siempre se libran en casa.

Salvando las distancias con la UCD de Cabanillas, que las hay, en el PSOE prácticamente no queda nadie que no arrastre aún el rencor de una cicatriz mal cerrada. Los últimos dos años no solo han servido para hacer y deshacer amistades, sino para reconfigurar alianzas y poner en el punto de mira a los mismos enemigos que hasta hace unos meses eran colaboradores cercanos. Todo gira, sin embargo, en torno a una tortuosa relación de amor-odio, la que durante los últimos dos años y medio han mantenido el exsecretario general Pedro Sánchez, y la presidenta de Andalucía, Susana Díaz.

Fue la andaluza, como presidenta del congreso federal de julio de 2014, la encargada de presentar a Sánchez como el nuevo “secretario general de todos los socialistas”. Se la veía feliz y no era para menos. Ella misma le había llevado en volandas hasta allí.

Solo unos meses antes, Pedro Sánchez no tenía ninguna posibilidad de ganar en el congreso. Era un diputado raso, sin ningún anclaje orgánico y desconocido para la mayoría de la militancia. No parecía rival para Eduardo Madina ni para Susana Díaz, a priori sus posibles adversarios. En realidad, todo estaba preparado para que Díaz, experta en procesos congresuales, llegara a Ferraz casi por aclamación de los delegados. Pero Madina reclamó que la elección se dejara en manos de los militantes.

Díaz se negó a enfrentarse a una votación impredecible y decidió hundir las expectativas del diputado vasco. Toda la federación andaluza se volcó con Sánchez, un candidato útil y al que se pensó que se podría manejar sin problemas desde Sevilla. Con Ferraz controlada, la presidenta andaluza solo tenía que esperar a las primarias para ser candidata a La Moncloa y sustituir a Sánchez como peso pesado del partido.

Se equivocó. Sánchez no tardó en demostrar que pensaba aprovechar la ocasión para amarrarse al cargo. En septiembre ya había roto el pacto tácito de limitarse a la vida orgánica y se había postulado públicamente para encabezar las listas socialistas. Desde Andalucía (y otras federaciones) se limitaron a recordar que aún quedaba más de un año para la cita, pero el germen de la primera guerra socialista ya estaba sembrado.

 

Sálvame

No fue lo único que despertó las alarmas entre los barones. El secretario general y su equipo entraron en Ferraz haciendo ruido. Los ataques hacia un incipiente Podemos y el cambio de política comunicativa, que paseó a Pedro Sánchez por los platós televisivos (de El hormiguero en persona y de Sálvame por teléfono) empezaron a despertar las críticas. Nadie entendía el protagonismo que estaba adquiriendo Sánchez.

Durante una entrevista a mediados de octubre, Susana Díaz confesaba en una respuesta muy medida: “Pedro Sánchez tiene una estrategia y yo tengo otra”. Era solo el primer descosido, pero apenas tres meses después de su congreso al PSOE empezaban a deshacérsele todas las costuras.

De cara a la galería, la relación entre ambos líderes se trató de recomponer, pero los equipos de uno y otro ya trabajaban cavando sus respectivas trincheras. Una de ellas se construyó en torno a la corrupción. Con los expresidentes de Andalucía José Antonio Griñán y Manuel Chaves imputados por el caso de los ERE, Sánchez trató de desmarcarse completamente de ellos. En noviembre, tras la apertura de la causa en el Tribunal Supremo, Ferraz se negó a pagar los abogados de los exdirigentes. Además, comenzó la presión velada para que abandonaran sus cargos a pesar de que el nuevo código ético socialista establecía la apertura de juicio oral como límite para salir de la vida pública.

Con Susana o contra ella

En diciembre de 2014, antes de haber cumplido medio año en el cargo, Sánchez decidió empezar a volar abiertamente solo. Entonces desde Ferraz ya se advertía que el secretario general se presentaría como candidato a La Moncloa con Susana Díaz o contra ella. El propio Sánchez la retó a dar la cara cuando aseguró que animaba a quien se sintiera “capacitado o capacitada” a batirse con él por el puesto.

Igual que en ocasiones anteriores, desde Andalucía se prefirió ignorar el desafío, pero en la sede del PSOE andaluz empezaron a ser conscientes de que la única forma de que Susana Díaz llegara a La Moncloa pasaba por auparse sobre el cadáver político de Sánchez. Los movimientos para lanzar una candidatura de la andaluza comenzaron a hacerse visibles. En enero de 2015, José Luis Rodríguez Zapatero aseguró que veía a Susana Díaz como presidenta de Gobierno. Era la primera vez que el expresidente tomaba posiciones, pero hacía meses que Sánchez y él estaban enfrentados. Zapatero nunca había entendido los movimientos del secretario general para tratar de tumbar la reforma del artículo 135 de la Constitución (que él mismo había votado). Además de la declaración del expresidente, ese día dejó una imagen demoledora de la ruptura que se avecinaba en el PSOE. Durante la presentación de un libro del exministro Jordi Sevilla, Sánchez y Zapatero se negaron a darse la mano pese a la insistencia de la prensa por sacar la foto. La ruptura de Ferraz ya no era solo con Andalucía, sino con las grandes vacas sagradas del socialismo. Y llegaría más allá.

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