El IPC es lo que comemos

01 / 03 / 2017 Clara Pinar
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El cálculo de la tasa de inflación va más allá de los números y refleja cambios en nuestras costumbres que nos llevaron a sustituir la máquina de escribir por el ordenador o los videoclubs por plataformas como Netflix o HBO.

El gasto en ocio y cultura tuvo en 2017 la mayor variación, 21,8% más que en 2016

El filósofo alemán Ludwig Feuerbach advirtió en 1850 que “para mejorar al pueblo”, en lugar de discursos contra los pecados, lo que había que darle era “mejores alimentos”. Este es el contexto de una de sus frases, “el hombre es lo que come”, que con los años ha evolucionado y ha asimilado la naturaleza humana no solo con la alimentación –“somos lo que comemos”, leemos hoy en blogs de salud física y mental–, con la cultura –“somos lo que somos por lo que leemos”, dijo Jorge Luis Borges–, hasta llegar al “somos lo que consumimos” que utilizan ONG como Manos Unidas para alertar sobre el consumo responsable de agua o sobre el hambre en el mundo. Somos lo que comemos, lo que leemos, lo que consumimos y, como consecuencia, no solo estamos más o menos contentos con nuestros gobernantes, leemos tal o cual libro o tenemos cuidado de cerrar el grifo. Estas conductas nuestras también determinan cómo se calcula la inflación, el Índice de Precios de Consumo (IPC) que cada año elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE) y que varía, no solo en función del precio de los alimentos y otros artículos, sino de nuestras preferencias como consumidores. Que hayamos dejado de escribir a máquina o ahora nos abonemos en masa a servicios de música on line como Spotify tiene que ver con nuestros usos de consumidores pero también incide sobre cómo se calcula cada año la inflación. Así, la composición de la cesta de la compra, el conjunto de 219 artículos que el año pasado se tomaron en cuenta para concluir que la inflación cerró este enero en un 3%, ha tenido una evolución en los últimos años que refleja modas, nuevas necesidades, usos y costumbres que, así mirada, va más allá de un frío método para calcular en cuánto se encarecen los productos que consumimos.

El paso a la historia de las máquinas de coser, la llegada a nuestras vidas de los productos dietéticos o, más aún, la generalización de los teléfonos móviles y su evolución a los smartphones dicen mucho de una sociedad de consumidores como la nuestra, atravesada en los últimos años por una crisis económica que también se ha dejado notar en los cálculos de la inflación. “El principal cambio en el hábito de consumo ha sido a raíz de la crisis, tanto más destacable como lo que sucedió a finales del siglo XX y principios del siglo XXI”, observa Albert Vinyals, profesor de Psicología del Consumo en la Escola Superior de Comerç i Distribució de la Universidad de Barcelona. “Antes de la crisis, era la época de gastar, el ahorro estaba casi mal visto. Hubo un consumo exacerbado y, viendo la cesta de la compra, eran épocas en las que se gastaba menos en alimentación y se disparaban cosas como la cultura, el ocio o el transporte”, dice este experto. También se gastaba más en cuidados personales como fisioterapia y homeopatía y en operaciones de cirugía estética y para eliminar la miopía, hasta el punto de que en 2007 se convirtieron en gastos para calcular la inflación. Pero llegaron las vacas flacas y “aumentó la cultura del ahorro”, que se notó en gastar menos y comparar más los precios.

En el centro de estos análisis se encuentran personas como Conchi Arasanz, habitante de San Sebastián de los Reyes (Madrid), donde vive junto a su marido y sus dos hijas de 13 y 18 años. Como otros miles de hogares, ellos fueron elegidos por el INE para participar durante dos años en la Encuesta de Presupuestos Familiares (EPF), que es la base para determinar qué productos de consumo son los más representativos, los que superan un peso de uno por mil en los presupuestos familiares y que, en ese caso configuran la cesta de la compra del INE. Para llegar a eso hacen falta dos años, Arasanz recibió una carta en la que se le comunicaba que su familia había sido seleccionada para participar, de manera obligatoria, en la EPF. Como ella, entre 20.000 y 25.000 hogares participan en una encuesta que se realiza en las 52 capitales de provincia y en otras casi 200 localidades de distinto tamaño. Su colaboración se extendería a lo largo de dos años, pero solo debería participar activamente durante dos semanas cada año. Todo esto se lo explicó el funcionario del INE que un día se presentó en su casa para informar y para entregar “unos formularios bastante extensos”, uno para los dos adultos de la casa y otro para las hijas, que durante dos semanas debían rellenar a diario con todos los detalles de sus gastos. Allí anotaba desde un café hasta un billete de lotería. Si hacían la compra, aportaba el ticket con todos los artículos y precios. “Me lo ponía como un ejercicio, te mentalizas y lo vas haciendo”, dice sobre los dos periodos en que participó en una encuesta que en buena medida supone hacer un streaptease de los usos familiares.

“Totalmente, es un debate que tuve en el trabajo. Pero si no hay otra manera de hacer estadísticas fiables, hay que colaborar y punto”.

Muebles, ropa, energía

Además de los cuadernos que ella y su familia rellenaron con todos los pormenores de sus compras durante dos semanas, aportaron también sus gastos en gasolina o energía. Al final de este periodo una persona del INE volvió a su casa para interrogarles por otras compras menos habituales, como muebles o ropa en los últimos meses y en un año. Arasanz considera que la suya es “una familia tipo en consumo”, que quizá por eso no se ha escapado a las novedades de 2016. Ellos están abonados a Netflix, una plataforma de series y películas on line, un sector que cerró el año pasado con 5,8 millones de suscriptores en España. Curiosamente, la generalización de estos servicios puede vincularse también con el ocaso de otro que también se reflejó en el cálculo del IPC. En 2012 dejó de considerase el gasto en alquiler de películas. Los videoclubs desaparecían y se esperaba la llegada de la televisión de pago.

La familia de Conchi Arasanz no ha dejado de gastar en ocio y cultura, la partida que el año pasado registró el mayor crecimiento, un 21,8% con respecto al año anterior, que muestra quizá que muchos hogares empiezan a salir de la crisis. “Se ha visto que en los últimos dos o tres años se empieza a recuperar un poco el consumo, pero con hábitos de intentar buscar el precio más barato posible”, dice Vinyals.

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