El gran dilema de Sánchez

22 / 07 / 2016 Luis Calvo
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Los socialistas confían en que un pacto del PP con Ciudadanos y los nacionalistas alivie la presión sobre ellos. Si no, les resultará imposible mantener su triple negativa a abstenerse, formar un Gobierno de izquierdas o provocar nuevas elecciones.

 

El pasado martes 19, durante la sesión de Constitución de las Cortes, el Partido Socialista vivió una sensación contradictoria, de alivio y frustración al mismo tiempo. Por un lado vio como un discreto pacto, fraguado sin cámaras y a puerta cerrada entre el PP y los nacionalistas conservadores de CDC y PNV (y la concurrencia previa de Ciudadanos), alejaba definitivamente a su candidato, Patxi López, de la presidencia del Congreso solo seis meses después de ser nombrado. Por otro, esa misma votación abría una puerta de esperanza para que los socialistas escapen de la ratonera en la que los resultados de las generales les han metido. “Ya no somos el único actor que puede evitar las elecciones. No cuela que todo dependa de nosotros. Rajoy ha demostrado que puede pactar con otros partidos cuando le interesa. Ahora solo tiene que seguir haciéndolo”, pedía poco después un miembro del equipo socialista.

Pero lo cierto es que esa posibilidad es aún bastante remota. Para vascos y catalanes, una cosa es pactar la abstención en votación secreta y para la Mesa de la Cámara Baja y otra muy distinta que sus diputados se pongan en pie y voten a favor (o se abstengan) públicamente en la investidura de un presidente al que hasta hace dos días no dudaban en vestir con cola, cuernos y tridente. Además, ambos tienen durante los próximos meses retos para los que les conviene estar los más alejado del PP que puedan. En Cataluña, el president Carles Puigdemont se someterá en septiembre a una moción de confianza para la que son determinantes los votos de la CUP, un partido de extrema izquierda para el que cualquier pacto con el PP contamina el Gobierno de la Generalitat. Los vascos, por su parte, tienen en otoño una cita con las urnas en las que se juegan seguir siendo primera fuerza política ante el empuje de Podemos.

Incluso para el PP, un posible pacto de investidura con los nacionalistas se antoja cuesta arriba. No quieren ni oír hablar de las posibles cesiones que la inestabilidad parlamentaria les obligaría a hacer para evitar la caída del Gobierno. La primera opción de Mariano Rajoy, pese a las intrigas parlamentarias de la última semana, sigue siendo un Gobierno facilitado por el PSOE y con el apoyo más o menos estable de Ciudadanos, entregado tras semanas de renuncias a sus propias promesas electorales.

El grueso de la presión sigue, por tanto, recayendo en la dirección socialista, que no se baja de la triple negativa que ya esbozó en la misma noche electoral: el PSOE no facilitará la investidura de Mariano Rajoy “ni por activa ni por pasiva”, no tratará de formar un Gobierno alternativo para el que los números no dan, ni forzará que se produzcan unas terceras elecciones. Lo cierto es que, en el caso de que Rajoy no consiga amarrar los votos nacionalistas, las tres son excluyentes. Es decir, la única forma de evitar una tercera convocatoria electoral es que el PSOE se abstenga o trate de formar Gobierno. Alfonso Guerra, que descarta una presidencia de Pedro Sánchez, lo resumió en una sola frase hace unos días: “Es contradictorio que el PSOE diga no a Rajoy y que no habrá terceras elecciones”. Tarde o temprano los socialistas tendrán que elegir una de las tres opciones. Y cada una tiene sus partidarios dentro de la formación.

A día de hoy son mayoría, pero silenciosa, los partidarios de que una abstención permita arrancar de una vez la legislatura. Solo algunos de ellos se han atrevido a decirlo alto y claro, la mayoría históricos sin ninguna responsabilidad actual, ni pública ni orgánica. Felipe González, Javier Solana o Josep Borrell han puesto voz a aquellos que creen que no hay otra salida, pero temen defender públicamente una decisión que resultaría muy complicada de explicar a la militancia.

Más allá de la vieja guardia socialista, el más significado con esta opción es el presidente extremeño, Guillermo Fernández Vara, que confesó que pocas alternativas había a una “mínima abstención a última hora” que rompa el bloqueo institucional. Junto a él, más discretos, están la mayoría de los barones críticos con la actual dirección de Pedro Sánchez. Sus razones son políticas, pero sobre todo orgánicas. Saben que será imposible abrir el calendario de renovación interna hasta que no haya un Gobierno estable en España. Con Rajoy en Moncloa y Sánchez compitiendo con Podemos por liderar la oposición, sería el momento de plantar cara al secretario general y convocar el congreso que le aparte definitivamente del cargo. En resumen, si pacta, Sánchez estará un paso más cerca de su, una y otra vez  pospuesto, entierro político.

Por esa misma razón, la abstención es la última opción que se plantean los partidarios de Sánchez. En una decisión que confunde calendario institucional y orgánico, la dirección socialista está decidida a mantener el no a Rajoy hasta sus últimas consecuencias. “Apoyar al PP sería un tiro en la sien, pero no para Pedro, sino para todo el partido”, explica uno de sus fieles. La insistencia en que la decisión es definitiva y el empeño en los argumentos ha sido tal que hace casi imposible un paso atrás de Ferraz. Incluso si el Comité Federal amenaza con intentar torcer la voluntad de Sánchez, a Ferraz siempre le quedaría el comodín de preguntar a los militantes. Nadie cree que ante una consulta así las bases socialistas decidan respaldar una abstención que permita gobernar a Rajoy.

Quedan por tanto dos opciones. La primera, y consecuencia directa de ese voto en contra, es la convocatoria de terceras elecciones. De nuevo en este caso una cosa son las declaraciones públicas y otra, muy distinta, la postura íntima de los dirigentes socialistas. Nadie después de una inédita repetición electoral está dispuesto a defender en público que se vuelva a las urnas. El coste político sería casi inasumible. Sin embargo, empiezan a surgir en torno a Pedro Sánchez voces que no consideran una tragedia repetir los comicios. Según este análisis, unas terceras elecciones castigarían fundamentalmente a los partidos emergentes. Ciudadanos quedaría reducido a la irrelevancia política y sus votos se partirían entre PSOE y PP. Incluso aunque Podemos no continuara el descenso que mostraron los últimos comicios, la diferencia con los socialistas sería mayor que la actual.

El PP gobernaría, nadie lo duda, pero con una posición más cómoda de los socialistas y sin necesidad de haber entregado en público las armas a su enemigo natural. Además, en caso de nuevas elecciones, no resulta difícil culpar a Rajoy de haber sido incapaz de pactar con nadie excepto una abstención de Ciudadanos. Este planteamiento, que nadie se atreverá a desvelar en público, empieza a ganar fuerza frente a la otra opción que poco después de la noche electoral defendieron algunos de los barones más fieles a Sánchez: la posibilidad de armar un Gobierno de izquierdas con el apoyo de Podemos y algunas fuerzas nacionalistas.

La presidenta balear, Francina Armengol, fue la primera en romper una lanza en este sentido: “Si Mariano Rajoy no consigue los votos necesarios para ser investido, hay otra opción posible: que lo intente Pedro Sánchez”. Nadie creyó que fuese una voz discordante, sino la encargada de lanzar un globo sonda por parte de la dirección socialista que restase presión al dilema planteado por el PP a Sánchez: o admitía un Gobierno de Rajoy o habría terceras elecciones. El rechazo fue tan generalizado entre los principales dirigentes críticos que la propia dirección socialista corrió a enterrar la propuesta asegurando que el PSOE estaría en la oposición.

Opte por lo la alternativa que opte, tanto la repetición electoral como el intento, casi imposible ante la posición actual de los partidos, de formar Gobierno, para los críticos cualquier cosa que no sea permitir que arranque la legislatura significará una “nueva patada hacia delante” de Pedro Sánchez. Hay un cierto consenso dentro del PSOE en que no conviene al partido revisar su liderazgo hasta que no se cierre el actual periodo electoral. Eso ha retrasado una y otra vez un congreso que debería haberse celebrado a principios de año, tras las elecciones de diciembre. Todos estos meses de espera con los partidarios de unos y otros velando armas para una batalla que tarde o temprano se producirá sí o sí no ha hecho más que profundizar en las divisiones y enrarecer el ambiente interno del partido. Una muestra es la filtración, con acusaciones cruzadas entre críticos y sanchistas, de las intervenciones de algunos barones en el último Comité Federal. Tanto que el presidente asturiano, Javier Lamban, insinuó a Sánchez que ha llegado el momento de dejar paso voluntariamente: “Perdimos las autonómicas y las generales de 2011 y José Luis Rodríguez Zapatero no se presentó a la reelección como secretario general. Perdimos las europeas de 2014 y Alfredo Pérez Rubalcaba presentó su dimisión”, dijo. No entra en los planes de Sánchez. Otro conocido dirigente, uno de los más damnificados por Sánchez en los últimos años, reconocía poco después que “este tío no se va a ir jamás por su propia voluntad. O le echamos o cargamos con él”. 

Los críticos están preparados para cuando tengan que presentar batalla. Aunque la presidenta andaluza, Susana Díaz, sigue amagando a la espera de dar el paso definitivo, sus tropas empiezan a moverse. Cuenta además con la ventaja de tener esta vez en el Congreso a Eduardo Madina, que recuperó su escaño en las últimas elecciones. Antaño enemigos, el diputado vasco suena ahora como posible hombre de Díaz en Madrid, una figura que le ayudaría a unir a distintas familias socialistas en torno a su liderazgo.

Pero todo ello ocurrirá, en todo caso, cuando el PSOE logre por fin, abrir el proceso de reflexión que tiene pendiente tras encadenar los tres peores resultados históricos consecutivos del partido. Y para eso debe haber Gobierno. Todos critican el bloqueo político al que la polarización política ha llevado al país, pero no siempre para los intereses particulares dicho bloqueo es malo. Evita por lo pronto que las cosas se muevan y por tanto puedan ir a peor.  

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