José Álvarez Junco

03 / 05 / 2016 Hernando F. Calleja
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Catedrático de Historia.

“El nacionalismo es una construcción mental, pero es muy real”

Dioses útiles, su último libro, es una reflexión histórica, social y política sobre naciones y nacionalismos que aboga por someter las emociones a la razón.

He creído ver en su libro un cierto escepticismo en cuanto al concepto de nación.

Creo en el nacionalismo como una construcción mental. La nación es un conjunto de seres humanos que creen poseer unas características culturales comunes, que viven en un territorio y que, a partir de esas características comunes creen ser los dueños de ese territorio. De ahí se extrae una consecuencia política importante, que es la soberanía. No soy en absoluto escéptico sobre la existencia de naciones o nacionalismos, porque son muy reales.

¿El nacionalismo es una enfermedad, una exacerbación de la nación?

El nacionalismo es muchas cosas. Una teoría política que enuncia que a cada nación le debe corresponder un Estado. Es también una visión del mundo: la humanidad está dividida en naciones. Es, asimismo, un sentimiento de adhesión a una identidad colectiva. Y el nacionalismo es, finalmente, una política, una actividad de unas élites nacionalistas que cultivan la nación porque basan en ella su legitimidad, lo que hace que deban ser obedecidas por una serie de gentes.

¿Esa construcción requiere un ingeniero y unos materiales?

No hay un diseño preconcebido y dirigido por una oficina siniestra que manipula los datos para engañar a pueblos dóciles y crédulos. Es un proceso espontáneo y luego hay unas élites que trabajan para estructurarlo y se benefician de ello.

¿Es posible hablar de naciones que representan valores superiores a otras?

No lo creo. Hay identidades colectivas que se han identificado con causas más interesantes o más beneficiosas para la humanidad que otras. Los franceses de la Revolución se consideraron libres y, por tanto, superiores a los de su entorno. Eso acabó creando el efecto napoleónico del derecho a dominar a los otros. Los principios de la Revolución eran un avance, pero la manera de imponerlos no lo fue.

¿Toda nación está abocada a ser un Estado?

La nación tiene vocación de Estado. Pero no es que vaya a terminar siéndolo. Hay naciones sin Estado, a pesar de que tengan un fuerte sentimiento nacional. Pongamos el caso de Cataluña. Un 80% de los catalanes responderían sí a la pregunta de si somos una nación. Eso no quiere decir necesariamente que deba existir un Estado catalán y tampoco que ese Estado sea independiente.

¿Un eventual cambio constitucional es inevitablemente federal?

Sí. Creo que la solución federal es la más lógica. Ahora tenemos un federalismo mal definido. Deben clarificarse las competencias del Estado y las de las comunidades; debe fijarse qué impuestos recaudan unos y otros. Y debe haber un Senado de representación federal real y organismos de arbitraje que sean reconocidos por todos. 

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