Inversiones a plazo de un siglo

22 / 06 / 2016 José María Vals
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Empresas y Estados soberanos comienzan a animarse y emiten bonos u obligaciones a plazos de 50 o 100 años. Comprar este tipo de activos tiene sus riesgos, aunque de momento hay mucha demanda.

Para el común de los mortales, invertir los ahorros a 30 años ya es algo nada habitual. Dejar el dinero y tener que esperar tres décadas para que se lo devuelvan es algo que no entra dentro de los estándares de inversión de los pequeños ahorradores. Sin embargo, empresas y Gobiernos han comenzado una batalla por alargar los plazos de la deuda que emiten. Ahora están de moda los bonos u obligaciones a 50 años y los hay incluso a 100 años (un siglo esperando para recuperar el dinero invertido).

Una de las últimas operaciones de este tipo ha sido ejecutada en España, concretamente en la capital, donde la Comunidad de Madrid emitía el pasado 7 de junio obligaciones a 50 años por un importe de 60 millones de euros y con un tipo de interés del 3,756%. ¿Quiénes compran este tipo de deuda? ¿Por qué lo hacen? Es difícil de entender que un inversor deje su dinero en un activo que tardará un siglo justo en ser liquidado, pero existir, existen.

A lo largo de 2015, dos importantes empresas energéticas de ambos lados del Atlántico, la brasileña Petrobras y la francesa EDF, emitieron bonos a 100 años para reestructurar su deuda. Con ello logran alargar los plazos de vencimiento, eliminando riesgos próximos de liquidez, al tiempo que logran tipos de interés bajos para décadas. “Pero siempre cabe preguntarse si alguien se ha puesto a pensar en que dentro de cien años a lo mejor ni existen ya estas empresas”, confiesa con cierta sorna un analista.

Efectivamente, los fondos de inversión y de pensiones, cuya estrategia de inversión suele ser siempre a largo plazo, nunca se habían planteado entrar en emisiones de bonos y obligaciones de empresas o de Estados soberanos a tanto plazo. El riesgo de las inversiones a muy largo plazo siempre es mayor que en plazos más cortos, porque no hay nadie capaz de prever un escenario económico para medio siglo y mucho menos para 100 años.

Por los datos que manejan los intermediarios del mercado, todas estas emisiones de renta fija han acabado en manos de fondos que llevan muchos meses estrujándose el cerebro en busca de caminos alternativos para sacar algo de rentabilidad con la que poder retribuir a los partícipes. Las empresas lo saben y aprietan en los plazos. La renta fija siempre ha tenido riesgo, pero en estos plazos es mayor de lo habitual, aunque es la única forma de lograr rentabilidades aceptables en estos tiempos.

Los Estados soberanos han seguido la misma estela y ya en marzo el Gobierno de Irlanda colocó en el mercado una emisión de 100 millones de euros a 100 años con un tipo de interés del 2,35%. Si Irlanda sigue existiendo como país y no quiebra, los compradores de estos bonos recibirán religiosamente cada año la renta correspondiente. En abril se sumó Francia a la fiesta, pero esta vez a lo grande. Emitió 3.000 millones de euros a 50 años con un tipo de interés del 1,81%. También en abril el Gobierno belga realizó dos emisiones, una de 100 millones a 100 años y otra de 3.000 millones a 100  años, con tipos de interés muy similares (2,30% y 2,15%, respectivamente).

El Tesoro español ha entrado en mayo último con una emisión de bonos a 50 años, por importe de 3.000 millones de euros, a un tipo de interés del 3,49%. Del éxito de la operación da idea el hecho de que la demanda de inversores sumó tres veces el dinero que el Tesoro quería colocar.

Riesgo temporal

Dentro de las emisiones de activos de renta fija, ya sean de empresas privadas o de deuda pública, hay dos tipos de riesgo fundamentales que afectan al precio. Por un lado, la calidad del emisor. Es decir, si el mercado y los analistas confían en que la empresa o el Estado que emiten esos bonos van a poder pagar sin problemas los intereses y podrán liquidar la emisión en su fecha de vencimiento, el interés que se les pedirá a cambio es menor que si los posibles inversores contemplan en el horizonte riesgos de impago o de dificultades económicas. Esa es la razón, por ejemplo, de que los bonos emitidos por los Gobiernos de Estados Unidos o de Alemania ofrezcan menos rentabilidad que los de otros países.

Pero a este riesgo de calidad del emisor hay que sumarle otro: el de la duración. Cuanto más lejano esté el vencimiento del activo, la incertidumbre por lo que pueda ocurrir entre medias también aumenta. Por ese motivo, las letras del Tesoro a seis meses o a un año ofrecen siempre intereses mucho menores que los de emisiones de bonos y obligaciones a tres, cinco o diez años, que eran hasta hace poco los plazos más habituales de emisiones de deuda pública.

Ahora, con la política de tipos de interés prácticamente cero del Banco Central Europeo, varios países de la Eurozona, entre los que se encuentra España, están emitiendo deuda a corto plazo a tipos de interés negativos, es decir, cobran a los inversores por recoger su dinero en lugar de pagarles algo. Y esto es así porque el propio Banco Central Europeo cobra a quienes quieran dejar depósitos de dinero en esta institución.

En el caso de España, según revelaba el ministro de Economía en funciones, Luis De Guindos, esta misma semana, la deuda emitida por el Tesoro con plazos de hasta dos años tiene tipos de interés negativos. La vida media de la deuda del Estado español se sitúa ya en el entorno de los siete años (6,9 para ser exactos) y el precio que paga el Tesoro ha bajado en media del 3%.

Todo esto ocurre porque hay muchos fondos de inversión y pensiones buscando rentabilidades allí donde las haya y están dispuestos a sumir un mayor riesgo de plazos con tal de conseguir un tipo de interés aceptable. Es la primera vez que este fenómeno de alargamiento de plazos se generaliza y habrá que ver qué pasa, no ya en los próximos años, como era normal hasta ahora, sino en las próximas décadas. 

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