El caso de Leviatán

03 / 02 / 2015 Ignacio Vidal-Folch
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La última película de Zviaguinstev muestra la indefensión del ciudadano atrapado en los engranajes del poder en Rusia.

Nos costará enterarnos, y tardaremos en apreciarlo y disfrutarlo, pero es evidente que la creatividad que palpita en Rusia en todas las ramas de la cultura es extraordinaria. En cine hay un nuevo, gran talento, que se llama Andrei Zviaguintsev. El último de los cuatro largometrajes que ha dirigido, Leviatán, está nominado al Oscar a la mejor película extranjera. No tengo una bola de cristal pero creo que es probable que lo gane, por dos motivos: el primero es que es una película excelente, una tragedia moderna muy bien urdida y contada, honesta con el espectador, formidable como espectáculo cinematográfico, aunque ciertamente sombrío. El segundo es que de ella emana una imagen, una idea de cómo es la vida social en Rusia y de la indefensión del ciudadano atrapado en los engranajes del poder, nada halagüeña para ese poder. Y si algo complace a Estados Unidos es fastidiar a Vladimir Putin, ya sea reventando el precio del petróleo o distinguiendo esta película con un premio de Hollywood. De hecho el ministro de Cultura ruso, Vladimir Medinski, ha hecho unas declaraciones contra la película, acusándola de antipatriótica y de estar al servicio de EEUU. Al hacerlo, ha conseguido lo que en apariencia –solo en apariencia– es lo contrario de lo que pretendía: el señor ministro ha quedado como un chovinista carpetovetónico, le ha propor-cionado a Leviatán una publicidad extraordinaria y ha multiplicado la atención que la Academia de Hollywood prestará a la película. No hay propaganda mejor que la inquina del poder. Ya lo decía Dalí, “que hablen de mí, aunque sea bien”.

Ahora bien, contra lo que pueda creer el lector desavisado, Medinski no es un simple, y no ha cometido un error de cálculo al cargar contra esa obra maestra que es Leviatán. Porque –y eso es lo que a los occidentales nos cuesta comprender– lo que se opine en California o en España sobre la salud de la democracia en Rusia, le importa muy poco. Los rusos –perdóneseme la generalización– se han sentido siempre incomprendidos, cuando no agredidos, por Occidente, y les importa poco lo que pensemos de ellos. Lo que sí le importa a Medinski es la opinión pública del interior, y es a ella a quien se dirige, y es ella la que cultiva al rasgarse las vestiduras por el mensaje implícito en Leviatán, película que da una imagen muy negativa de la alianza entre la Iglesia ortodoxa, el poder político y la judicatura. (Puede Zviaguintsev decir, legítimamente, que la historia que cuenta es universal y podría suceder en cualquier país, pero el caso es que está ambientada en Rusia.) Y Medinski con su anatema se alza en paladín de esa Iglesia tan poderosa en la formación de la opinión y en abanderado de todos los chovinistas de su país, que no son pocos.

En mi opinión, tanto en El regreso como en Elena y en Leviatán, esas modernas tragedias griegas cuyos protagonistas se enfrentan a fuerzas invencibles, Zviaguintsev ha logrado lo que para un narrador es la cuadratura del círculo: dar un testimonio de su realidad, y desde la autoría artística más libre e independiente. Estar a la vez en la estética torre de marfil y en la denuncia social. Si usted no llega a tiempo de ver Leviatán en el cine, me alegra informarle que El regreso se puede ver gratuitamente en youTube.

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