Un tuit de los etruscos

26 / 09 / 2016 Luis Algorri
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Aparece una piedra con inscripciones que podrían ayudar a descifrar el idioma de los antiguos etruscos.

Los etruscos eran un pueblo que venía en el libro justo antes de los romanos y después de los griegos. Los chicos del Bachillerato de entonces sacamos la idea, seguramente apresurada, de que eran gente más bien áspera, montaraz, un tanto pendenciera, con un arte comparativamente arcaico (sus esculturas se parecían a las de los griegos de mucho antes de Fidias y Pericles) y, esto sobre todo, con un serio problema de comunicación: viviendo como vivían en el santo centro de Italia, hablaban y escribían un idioma incomprensible cuyo origen no era capaz de explicarnos ningún profesor. Andando el tiempo encontré gente que, con la seguridad y el aplomo que tienen siempre los estafadores, aseguraba que se trataba de un pueblo de origen extraterrestre.

Eran buenos con los barcos, parece, pero su mal carácter les llevó a guerrear con todos sus vecinos, a veces por separado, a veces con todos a la vez, lo cual es prueba evidente tanto de su heroísmo de tintes casi espartanos como de su poco apego a la vida: enfadarse a la vez con griegos, celtas, cartagineses y romanos (o protorromanos) no puede dar ningún buen resultado si vives justo en el medio de todos. Pese a lo cual aguantaron más o menos ocho siglos, desde el XI hasta el III antes de nuestra Era. Bien es verdad que durante casi la mitad de aquellos ocho siglos en su tierra no había prácticamente nadie que mereciese nombre, pero caramba: ocho siglos es mucho tiempo.

Y quiere la leyenda que los últimos reyes de Roma antes de la República fuesen etruscos, singularmente Tarquino el Soberbio. Pero la historia la escriben siempre los vencedores y nada tiene de extraño que los historiadores republicanos romanos, que tenían de su monarquía legendaria un concepto más bien despectivo, atribuyesen a aquellos reyes de cuento una genealogía etrusca, pueblo con el que también se llevaban fatal. Nihil novum sub sole: nada nuevo bajo el sol, que decían, con toda la razón, aquellos mismos romanos. Echarle la culpa de todo al que pierde es costumbre más vieja que rascarse la cabeza.

Pero lo que singulariza a los etruscos sobre todos los demás derrotados de la historia es su idioma. Hay que decir que eran, literariamente, lacónicos. Escribieron muy poco y casi todo lo que se conserva son inscripciones funerarias, o sea lápidas. Algo muy poco útil para descifrar su escritura: imaginen ustedes a alguien que, dentro de doscientos siglos, tratase de descifrar el idioma que hoy usamos y lo único que conservase fuesen las esquelas del diario Abc: de poco le servirían porque todas dicen lo mismo.

No es un caso único, vaya eso por delante. Costó décadas hacerse una somera idea de qué rayos escribían los hititas, o los acadios, o los caldeos, aunque casi todo eso se resolvió hace tiempo. Pero hoy seguimos sin tener ni sospecha de lo que contienen los símbolos de la escritura Vinca (bisabuelos de los actuales rumanos o serbios), o los protoelamitas de lo que hoy es Irán, o los jodíos cretenses con su incomprensible escritura Lineal A y Lineal B. Eso por no hablar del archiconocido manuscrito Voynich, encontrado en Hungría y datado en el siglo XV, que ha salido indemne de los análisis de los más resabiados criptólogos del mundo. Nadie ha podido con él. Nadie sabe lo que pone ahí.

Con los etruscos es lo mismo. Todo lo que conservamos son unos cientos de palabras, si es que son palabras. Los sabios han detectado que no es una lengua indoeuropea (como el latín, el griego y sus derivados) sino un asunto diabólico que parece salir de una variante calcídica del alfabeto griego que procede de la isla de Limnos, en el Egeo. Es decir, que se puede pronunciar pero nadie tiene ni idea de lo que dice. Se van a enfadar los lectores vascos que no tengan sentido del humor, pero en la facultad nos decían que eso mismo le pasaba al euskera y nos hacía mucha gracia; bien es verdad que han pasado treinta años.

El incomprensible idioma etrusco tiene también algo parecido a su piedra de Rosetta: la Inscripción de Pyrgi, unas hermosas láminas de oro que tienen el mismo texto (muy breve) escrito en dos lenguas: etrusco... y púnico-fenicio, lo cual, la verdad, no hizo aflorar lágrimas de alegría en los ojos de los filólogos.

Pues bien, acaba de aparecer lo que podríamos llamar un tuit etrusco. Una piedra enterrada en un lugar del norte de Italia, y que se descubrió en abril de este año, contiene unos 120 caracteres. Es el tercer texto etrusco más largo que se conoce. Doscientos kilos de piedra para escribir algo que, después de meses de investigación, los sabios han despachado con una frase pasmosa: “No sabemos lo que dice pero no dice lo mismo que las otras”, frase que recuerda a la memorable sentencia de Sofía Mazagatos sobre Mario Vargas Llosa: “No he leído nada suyo pero le sigo, ¿eh?, le sigo”. El tuit de los etruscos ha tenido, en Internet, el resultado que cabía esperar. Ya hay quien asegura que la CIA lo ha descifrado pero que no quiere decir lo que pone, porque confirma las profecías de Nostradamus. Otros aseguran que pronostica el fin del mundo.

Lo admirable, ¿saben ustedes?, es que haya gente capaz de dejarse las pestañas durante meses y años para descifrar una frase escrita hace veintitantos siglos. Diga lo que diga. Eso quiere decir que el hombre sigue dependiendo de su pasado para sentirse eso, humano. Somos lo que fuimos. Somos historia. Somos la acumulación de nuestra memoria como civilización y como especie. Somos cultura. No todo está perdido, así revienten Donald Trump y todos sus filisteos.  

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