Plácido Domingo, un largo porvenir a sus espaldas

05 / 07 / 2016 Antonio Puente
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Uno de los más grandes tenores de la historia recibe un gran homenaje en Madrid por su 75 aniversario.

Con motivo de su 75 cumpleaños, el Bernabeu le acaba de rendir un sonoro tributo con un macroconcierto de una treintena de artistas y grupos, protagonizado por él mismo. Al tenor planetario, que acaba de bajar del cielo a Madrid, nunca se le han caído los anillos por divulgar el bel canto, vestirse de mariachi o reavivar los ritmos de zarzuela con que fue amamantado en su cuna de la calle Ibiza, junto al Retiro madrileño, donde nació. Sus más íntimos le siguen llamando “el Granado”, pues, al parecer, de niño no paraba de entonar el impetuoso tema Granada, de Agustín Lara, antes de que sus padres, los cantantes de zarzuela Plácido Domingo y Pepita Embil, se lo llevaran a México, a sus 8 años de edad.

Considerado el “hombre de ópera” más versátil y planetario que hayan conocido los tiempos, al tenor, barítono y director de orquesta, le va que ni cantada la célebre sentencia de Vittorio Gassman: “Tengo un largo porvenir a mis espaldas”, con sus más de 3.500 actuaciones y un total de 134 papeles de ópera distintos. Su nombre figura en el Libro Guiness de los Récords por ser el cantante más ovacionado: una hora de aplausos sin interrupción tras su interpretación de La Bohème, en la Ópera de Viena. Y es también el pichichi en actuaciones en el Metropolitan de Nueva York, pues, desde que allí debutara, en 1968, en compañía de Renata Tebaldi, ha pasado por ese santuario en otras 20 ocasiones, dejando atrás el récord de Caruso. En su anecdotario también está el inolvidable concierto a la intemperie en Central Park, ante 400.000 almas con sus cuerpos expuestos a la tromba de agua, y el tenor cantando impertérrito bajo la lluvia...

Si hubiera que trazar un antes y un después en su carrera, la data sería: DF, 19 de septiembre de 1985. Para entonces, en el ecuador de su cuarentena, el lejano niño madrileño que cantaba Granada a capella y el adolescente melenudo enrolado en el grupo mexicano de rock Los Black Jeans, era ya un cantante de ópera de fama mundial.

“Los tres tenores”

En la ducha sonaría ahora, seguramente, La Traviata, obra con que debutó como tenor, en Monterrey, en 1959, y también, 15 años después, como director de orquesta, en Nueva York. Tras el impulso definitivo que le supuso su estancia, por dos años y medio, en la Ópera Nacional de Israel, a partir de 1962, se sucederían los debuts en los principales santuarios del mundo, para llegarle su fama entre el público no iniciado con la participación en los Mundiales de Fútbol de España, en 1982.

Desde entonces, se enroló en una ristra de conciertos benéficos, el más sonado de los cuales fue el concierto “Plácido y sus amigos”, en Los Ángeles, junto a Frank Sinatra y Julie Andrews, el verano de 1983. A partir de ahí, cualquier arena le ha sido propicia. En 1990 formó, junto a Pavarotti y José Carreras, “Los tres tenores”, una sinergia comercial en exceso criticada, cuando se trataba de captar fondos para la Fundación de la Leucemia, a raíz de la enfermedad que padeció el tenor catalán. Se implicó, asimismo, con las víctimas del huracán Paulina, que arrasó el puerto de Acapulco, en 1997. Como si fuese su antagonista a derrotar en algún drama operístico, el tenor recaudó fondos para reconstruir allí una barriada derruida, y en los últimos lustros, México le ha rendido múltiples homenajes por aquellas acciones; el más notorio, su propia estatua de dos metros de altura, en DF, íntegramente creada, en 2007, con llaves donadas por la población... Plácido Domingo, que, incluso, le ha prestado su voz al personaje Plácido Domingo en un capítulo de los Simpsons, nunca ha tenido empacho, en fin, en descolocar al público más purista, suplementando las más ortodoxas piezas con corridos y rancheras, villancicos, temas pop, y, por supuesto, zarzuela, con la certeza premonitoria de que su repertorio iría a ser de lo más “granado”.

 
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