Los libros de ellas

20 / 07 / 2016 Daniel Jiménez
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Los libros escritos por mujeres se encuentran entre lo mejor que puede leerse ahora mismo.

Pilar Adón

Hace un par de años, en esta misma revista, publiqué un reportaje sobre la literatura femenina, si existía o no, si era machista usar esa terminología, o si era un invento de los periodistas y demás gente de la cultura predominante, que utilizaban esa expresión para, de alguna manera, infravalorar su significado, sus presupuestos y sus resultados. Escritoras como Laura Freixas y Rosa Règas respondieron con rotundidad y clarividencia a esas y otras cuestiones. Pero fue Clara Usón la que dio con una interpretación que me sobrecogió porque me atañía directamente. Ella dijo:  “No creo que se trate de una conspiración manipuladora de los varones españoles, escritores, profesores de Literatura y críticos incluidos; simplemente no nos leen, y en cambio sí se leen entre ellos”.

No fue hasta la publicación y posterior promoción de mi novela Cocaína cuando me di cuenta de cuánta razón había en aquella afirmación. En varias de las entrevistas que realicé, dos o tres periodistas me pusieron contra las cuerdas al preguntarme por qué había tan pocas referencias a libros escritos por mujeres en mi obra. Cocaína es la historia de un escritor en ciernes que habla y maneja decenas de referencias sobre la escritura y el fenómeno literario, pero todas o casi todas ellas proceden de la literatura escrita por hombres. En ese momento fui consciente de mis limitaciones como escritor, como lector y como individuo. A lo largo de mi vida, sin que tenga una respuesta satisfactoria ni una excusa preparada a tal efecto, me había dedicado casi en exclusiva a leer libros escritos por hombres, y esa limitación se había filtrado en lo que había escrito.

Solo ellas

 Sin perder más tiempo en justificaciones o desvíos, escribo estas líneas para intentar resarcirme de mi error, por omisión u olvido, puesto que en los últimos meses me he dedicado, también en exclusiva, a leer libros escritos por mujeres, y sobre ellos me gustaría alertar a los lectores. Comencemos por Farándula (Anagrama) de Marta Sanz, una disertación sobre el lugar que ocupan en la sociedad los artistas, más concretamente los actores. El estilo de la obra, la profundización en el tema tratado y las variaciones tonales de los personajes conforman un retrato agudo, no exento de ironía, sobre la relevancia política y social de la cultura. En la misma editorial he descubierto a Sara Mesa, que con dos novelas y un libro de cuentos se ha convertido en la revelación literaria de los últimos años. En los relatos incluidos en Mala letra está la esencia de su poderío narrativo y algunas de sus constantes rítmicas y sensoriales.

Gracias a la recomendación de una librera di con Jenn Díaz y su libro Madre e hija (Lumen), un largo monólogo plagado de reflexiones sobre el lugar de la mujer en relación con la figura del hombre, un relato que recapacita con claros y oscuros sobre los roles de género y la necesidad de su cuestionamiento. La escritora Marta Caparrós maneja en Filtraciones diferentes registros narrativos para acercarse a la realidad actual, mientras que Gabriela Ybarra en El comensal y María Folguera en Los primeros días de Pompeya (los tres libros en Caballo de Troya) parten de experiencias personales para trascender el acto de la escritura y preguntarse acerca de su poder sanador o redentor.

Por su parte, la escritora y editora Elvira Navarro planea sobre las deudas y las contradicciones mentales en su libro La trabajadora (Penguin Random House), mientras que Pilar Adón se revela en los relatos de El mes más cruel (Impedimenta) como una narradora inquietante y atmosférica. Ahora sigo sin saber si existe la literatura femenina o es un invento de la sociedad machista imperante, pero al menos he roto algunas de mis carencias como lector gracias a los libros de ellas. 

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