La máquina del tiempo

11 / 02 / 2016 Daniel Jiménez
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El Instituto Cervantes cumple 25 años con el delicado trabajo de difundir el idioma. Y cuidar de su salud.

Cámara acorazada de la sede central del Instituto Cervantes.

En los últimos días, y con motivo del 25 aniversario del Instituto Cervantes, hemos podido leer varias declaraciones de su director, Víctor García de la Concha, anunciando sin remilgos que estamos tratando fatal a nuestro idioma, que estamos pervirtiendo el legado de nuestros antepasados, que los españoles estamos empobreciendo el español, que lo hablamos mal y lo escribimos peor. En una de esas entrevistas zanjó la discusión diciendo que nuestro hablar era “zarrapastroso”, una palabra humillante para denunciar una realidad deshonrosa. Porque tal vez sí, tal vez sea cierto que entre todos estamos dejando que nuestro idioma, nuestros idiomas, se empobrezcan, aunque seamos “muy españoles y mucho españoles”, Rajoy dixit.

Innumerables acciones. Los trabajos, las actividades y las publicaciones que el Instituto Cervantes lleva a cabo para evitar que eso ocurra son innumerables. Sus objetivos son claros e inmutables. Primero, promover universalmente la enseñanza, el estudio y el uso del español y las lenguas cooficiales y fomentar cuantas medidas y acciones contribuyan a la difusión y la mejora en la calidad de estas actividades. Segundo, contribuir a la transmisión de la cultura española e hispanoamericana en el exterior. Para ello cuenta con dos sedes en la comunidad de Madrid y está presente en 90 ciudades de 43 países de los cinco continentes. Todos los centros organizan cursos, exposiciones, ponencias, exámenes, premios. Contribuyen a la formación continua del profesorado. Nos abren las puertas de sus bibliotecas.

En el año 2005 el Instituto Cervantes recibió el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, compartido con la Alianza Francesa, la Sociedad Dante Alighieri, el British Council, el Instituto Camões y el Goethe-Institut. Cada uno de estos organismos vela por el cuidado de su idioma.

Pero hay algo que nos hace únicos. Existen, en la cámara acorazada del sótano de la sede central en la calle Alcalá de Madrid, unas cajas de seguridad donde grandes personajes de la cultura hispánica han depositado un legado que no se abrirá hasta la fecha que ellos decidan. Su primer depositario fue el escritor Francisco Ayala, en febrero de 2007. El último fue el poeta cordobés Pablo García Baena. Entre medias han confiado textos inéditos, cartas y objetos varios escritores y artistas como Ana María Matute, Juan Marsé, Antonio Gamoneda, Antoni Tápies, Nuria Espert o Víctor Ullate. Hace unos años, Nicanor Parra depositó en una caja fuerte su máquina de escribir, o como él mismo la llamaba, su “máquina del tiempo”, con la que había dado forma a una obra poética extraña, polimorfa y antisistema. La máquina, junto a un poema inédito, estarán custodiadas en la cámara acorazada del edificio del antiguo Banco Central hasta el 5 de septiembre del año 2064. Ese día, el texto explosionará en nuestras manos, en las manos de los hispanohablantes que entonces sigan preocupándose por los laberintos de nuestra lengua, por su forma y su fondo, por sus ritos, por sus héroes.

Hasta que llegue ese momento, sería deseable que nosotros, los que hablamos y escribimos para expandir el acervo de nuestras lenguas, no escondamos el idioma en esa caja fuerte, que lo llevemos a las calles y a las plazas, a las reales y a las virtuales, que utilicemos las palabras precisas en los momentos oportunos, que por afán de constricción no perdamos la coherencia semántica, que por las ganas de ser comprendidos a la primera no perdamos la versatilidad léxica, que por la urgencia de comentar cada noticia del día no descuidemos el tiempo necesario para descifrar y comprender lo que leemos. Que luchemos por defender nuestro idioma, nuestros idiomas, porque esa es la mejor manera de celebrarlos.

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