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Sin competencia para Franco

28 / 07 / 2015 Luis Reyes
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Estoril y Labajos (Segovia), 20 - 24 de julio de 1936. Mueren el general Sanjurjo y Onésimo Redondo.

Celebración de las honras fúnebres de Onésimo Redondo, el Caudillo de Castilla, en Valladolid al terminar la Guerra Civil.

En la aldea de Labajos, junto a la carretera de Madrid a La Coruña, ni siquiera se habían enterado de que España había entrado en la Guerra Civil cuando el 24 de julio llegaron de la capital varios camiones de milicianos. Llevaban monos, fusiles máuser y la bandera roja y negra de la CNT.

Al poco llegó de la dirección contraria un automóvil del que bajaron cinco hombres, que se acercaron amigablemente a los milicianos. De pronto hubo una escena de desconcierto, un mutuo sobresalto, y los recién llegados echaron a correr mientras los milicianos encaraban sus armas. Cuatro fueron hacia un bancal de centeno, uno se refugió tras una valla de piedra a la vez que empezaba a disparar su pistola. Hubo un tiroteo de diez minutos, pero una pistola frente a muchos máuser, solo podía terminar de una manera. El tirador solitario fue abatido.

Así murió Onésimo Redondo, fundador de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS), por confundir la bandera rojinegra de los anarquistas con la de los falangistas, que tenía los mismos colores. Las guerras civiles se prestan a la confusión, pero esta fue de las que hacen Historia, porque Onésimo era la máxima figura del fascismo en el bando rebelde. Además, llovía sobre mojado, pues cuatro días antes había sucedido otra muerte tonta de enorme trascendencia política, la del general Sanjurjo, jefe militar de la rebelión.

La de Sanjurjo no fue por confusión, sino por vanidad. Una avioneta debía traerlo de Estoril, donde estaba exilado, a España, a asumir la jefatura del Alzamiento. El aparato era un juguete, un De Havilland Puss Moth, que despegaría de la pista de carreras del hipódromo de Cascaes, y Sanjurjo metió un maletón muy pesado, porque llevaba todas sus condecoraciones, que eran muchas. El piloto le advirtió que la avioneta no podía aguantar tanto peso, pero Sanjurjo dijo que no iba a empezar una guerra sin sus medallas. El aviador era Juan Antonio Ansaldo, un señorito sportman de la aristocracia vasca, jefe de pistoleros de Falange y más chulo que un ocho, aficionado a vivir peligrosamente como recomendaba Mussolini, de modo que se dijo “pues si quiere que nos estrellemos, nos estrellamos”. Y se estrellaron. Ansaldo salió vivo, pero Sanjurjo no.

Esas dos muertes antes de que transcurriese la primera semana de la Guerra Civil iban a tener consecuencias históricas, porque al desaparecer las máximas figuras militar e ideológica del bando sublevado le dejaban el camino libre, sin adversarios de peso, al general Franco.

Rivales. Sanjurjo era un militar africanista de inmenso prestigio en el Ejército, una de las cruces que sobrecargaron su avión era la Laureada, el supremo reconocimiento al valor guerrero, y además tenía el mérito de ser aceptado como jefe por las distintas facciones políticas que se habían sumado al golpe militar.

En cuanto a Onésimo Redondo, a quien se conocía como el Caudillo de Castilla –título del que, por cierto, se apropiaría Franco– era el pionero del movimiento fascista español desde el principio de la República, creó las JONS dos años antes de que José Antonio Primo de Rivera fundase la Falange. Y cuando se fusionaron las dos en FE de las JONS, fue Onésimo quien aportó más señas de identidad al nuevo partido.

Suyas eran la reciedumbre y austeridad castellanas, gala de los falangistas, porque era hijo de pequeños agricultores de Castilla la Vieja, mientras que José Antonio y sus primeros camaradas eran marqueses, y suya la simbología del yugo y las flechas, los anagramas de los Reyes Católicos, así como la bandera roja y negra que, por burla del destino, le costaría la vida, como a Sanjurjo se la costaron sus medallas.

Al iniciarse el Alzamiento Onésimo Redondo estaba preso igual que José Antonio, pero mientras que este se hallaba en la cárcel de Alicante, zona republicana, a Onésimo le pilló en Ávila, zona sublevada, y se puso al frente de la Falange castellana, la más potente. Las otras dos figuras destacadas del fascismo, los carismáticos Ruiz de Alda y Ramiro Ledesma Ramos, tampoco podrían tomar el relevo de Onésimo, fueron detenidos en Madrid.

Ruiz de Alda, un héroe nacional como aviador del Plus Ultra, que atravesó el Atlántico hasta Buenos Aires, era uno de los fundadores de Falange y formó, con José Antonio, parte del primer Triunvirato dirigente. En agosto lo fusilaron en el patio de la Cárcel Modelo madrileña. Al miliciano que, antes de dispararle, le quitó el reloj de pulsera, le dijo: “Ese reloj ha atravesado el Atlántico”, y el otro contestó: “Más valdrá”.

El fascista extravagante. Ramiro Ledesma Ramos era el tipo más extravagante del fascismo español, que ya es decir, una especie de Gabriel D’Anunzzio amante de la velocidad, poeta y exhibicionista, fundador de las JONS junto a Onésimo Redondo. José Antonio lo había echado de Falange en 1935 por ser demasiado revolucionario, lo mismo daba vivas a la Italia fascista que a la Rusia soviética, en perfecto reflejo de la confusa ebullición de la época. Fue asesinado en la famosa saca de la cárcel de Ventas de octubre de 1936, cuando los presos fueron llevados en camiones al cementerio de Aravaca y ametrallados.

En cuanto a José Antonio Primo de Rivera, sería fusilado el 19 de noviembre del 36, en la cárcel de Alicante, el único ejecutado de manera regular, tras un juicio, y con la muerte del Ausente, como le decían, desapareció el último líder fascista que podía haberle disputado la supremacía al general Franco. Que hubiera tenido éxito es otra cuestión.

En el ámbito militar, los jefes de la rebelión en Madrid y Barcelona, los generales Fanjul y Goded, habían fracasado y fueron pasados por las armas, de modo que solo quedó otra gran personalidad castrense, el general Mola, el Director, el eficaz organizador del Alzamiento. Mola, que además tenía el mando efectivo de tropas en la mitad Norte de España, aceptó con reticencia que Franco asumiera el mando supremo en octubre del 36, y si quedaba alguien que pudiera encararse a la concentración de poder personal en Franco, era él.

Por desgracia, antes del primer año de guerra, en junio de 1937, el general Mola murió en otro accidente aéreo. El Generalísimo Franco ya podía ser también el Caudillo.

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