La invención de la Cataluña diferente

29 / 09 / 2015 Luis Reyes
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Barcelona, 1588. Nace el mito de una raza diferente que vence a moros e hispani

El emperador trazando las barras de Cataluña con la sangre del Velloso es leyenda histórica. Otger Cataló (abajo), mera invención.

Francesc Calça, catedrático de Retórica de la Universidad de Barcelona y conseller de la Generalitat, tenía claro que la Historia estaba al servicio de la ideología. Su Historia titulada De Catalonia, era descaradamente un instrumento político, como asumía al comenzarla por una dedicatoria a sus colegas, los diputados catalanes, en la que lamentaba la insoportable falta de elogios y el desconocimiento que sufría Cataluña, “quae prima Hispaniae, neque ea minima portio est” (que es lo mejor de España, y no lo menos importante).

El eje principal de la obra de Calça era que Cataluña fue liberada de los moros por un pueblo de etnia particular y distinta a los del resto de Hispania, los catalaunos, que habían combatido a los musulmanes y a los godos o hispani. En cuanto a la creación de la Marca Hispánica por los emperadores franceses, desaparecía de la Historia de Cataluña.

CATALUÑA-HISTORIA-2

De Catalonia fue publicado en 1588, si bien dos años antes otro autor menos conocido, un notario rosellonés llamado Francesc Comte, había mantenido en un manuscrito la misma tesis, aunque sustituyendo a los catalaunos por otra raza exótica, los catos. En resumen, Calça y Comte llevaron a la historiografía catalana del XVI a planteamientos de nacionalismo étnico que se adelantan en siglos a los de Sabino Arana o Hitler.

Sin embargo no había Historia, sino mitología, en esas razas fundacionales. Los catalaunos fueron según los autores clásicos romanos una tribu celta de la Galia Bélgica; su capital Duro-Catalaunum era la actual Chalons-sur-Marne, en el extremo nordeste de Francia, a más de 1.200 kilómetros de Barcelona. Sabemos que mantuvieron abstrusas pugnas con los remigios, y si su nombre tiene alguna resonancia histórica es porque allí estuvieron los Campos Cataláunicos, donde se libró una batalla trascendental para nuestra civilización en la que romanos y godos derrotaron a las hordas de Atila, rey de los hunos que había asolado Europa. Pero a Calça le venía bien explicar la etimología de Cataluña relacionándola con hecho tan heroico como la batalla contra Atila.

En cuanto a los catos, de los que nos habla Julio César, eran todavía más extraños a la península ibérica que los catalaunos, pues no eran galos belgas, sino germanos de allende el Rhin, habitantes de una región que hoy se extendería por Hesse y Westfalia. Dieron mucha más guerra que los catalaunos, y serían frecuentemente citados por los historiadores romanos, pues combatieron ferozmente a las legiones durante cientos de años. Sin embargo, otro pueblo germánico más poderoso, el franco, los absorbió y desaparecieron de la Historia, hasta que Comte los resucitase. Según su estupendo manuscrito los catos vivían en cambio más acá del Rhin, precisamente en los Campos Cataláunicos, siempre en la idea de aprovechar el aroma heroico de la batalla contra Atila, y su príncipe era nada menos que Otger Cataló, héroe mitológico catalán creado un siglo atrás.

Wilfredo el Velloso. Las invenciones de Calça y Comte le daban la vuelta a lo que habían sostenido hasta entonces los autores catalanes, volcados a ensalzar la figura del legendario primer conde de Barcelona, Wilfredo el Velloso. En la Edad Media, época del feudalismo, era la grandeza y abolengo del señor lo que enaltecía a su pueblo, así que los cronistas medievales sostenían que Wilfredo era de sangre imperial carolingia, puesto que Carlomagno y sus descendientes eran, en aquellos tiempos, los grandes héroes fundadores de Cataluña. Los carolingios la habían librado de los moros creando la Marca Hispánica, Carlomagno en persona habría conquistando Gerona, y su hijo Ludovico Pío, Barcelona.

El emperador Carlos el Calvo, nieto de Carlomagno, fue quien otorgó el dominio hereditario del condado de Barcelona a Wilfredo el Velloso, creando además de forma dramática su emblema, pues tras una batalla contra los moros en que el Velloso resultó herido de muerte, el emperador mojó su mano en la sangre del conde y trazó las cuatro barras rojas sobre el escudo dorado de Wilfredo, que sería ya para sus descendientes.

En el siglo XV, en los prolegómenos de la Edad Moderna y la unificación peninsular de los Reyes Católicos, hubo un cambio de dirección entre los historiadores catalanes, que pretendieron relacionar a Wilfredo el Velloso con la realeza goda –o sea, española– antes que con los emperadores franceses. El humanista valenciano Roig i Jalpí hizo descender al Velloso “del linaje real de los godos”, y el barcelonés Pere Miquel Carbonell le llamó Guifrè d’Arrià, “natural del ducado de Baviera, en Alemania”. Pero quien marcó el nuevo rumbo fue un peso pesado del humanismo catalán, Joan Margarit, obispo de Gerona que llegó a cardenal, canciller de los reyes de Aragón Alfonso el Magnánimo y Juan II (el padre de Fernando el Católico), que influido por la cultura renacentista italiana critica los mitos medievales, “propagadores de sueños y profecías”. Para Margarit los “catalanes” venían de los “gothoalanos” (godos y alanos) y la primera capital goda en España fue Barcelona, antes que Toledo.

Otger Cataló. En línea radicalmente distinta otro autor del XV, Pere Tomich, elaboró un héroe fundador que no era ya legendario como Wilfredo el Velloso, sino completamente inventado: Otger Cataló. Este fue según Tomich el único noble cristiano que sobrevivió a la invasión de los moros refugiándose en los Pirineos. Un perro le curó lamiendo sus heridas y una cabra le alimentó con su leche, una curiosa variante del mito de Rómulo y Remo. Una vez curado atronó los montes con el sonido de su cuerno y logró atraer a nueve valientes dispuestos a luchar contra los moros, lo que juraron ante una imagen de la Virgen Negra, se supone que la Virgen de Monserrat que encontrarían unos pastores mucho después. Aquellos Nueve barones de la fama, de los que descendía la nobleza catalana, echaron a los moros con ayuda de los emperadores carolingios y hasta del Papa, que participó personalmente en la conquista de Barcelona.

Como se ve, Tomich no le ponía límites a su fantasía, convirtiéndose en legítimo antecesor de Calça y Conte.

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