La excomunión del cardenal favorito

27 / 01 / 2015 Luis Reyes
  • Valoración
  • Actualmente 0 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 0 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

Roma, 12 de julio de 1730 · Elección de Clemente XII, que excomulgó y encarceló al cardenal Coscia, favorito de su antecesor.

El nuevo Papa encontró las finanzas en caos, la corrupción instalada en el Vaticano, y decidió actuar con mano firme contra la raíz del problema, aunque estuviese en las más altas esferas curiales. No nos referimos al actual papa Francisco, sino a Clemente XII, que en 1731 sucedió a Benedicto XIII en un cónclave largo y accidentado.

Clemente XII era hijo del conde palatino Bartolomeo Corsini, de una familia florentina perteneciente a la nobleza imperial, es decir, que recibía sus títulos del emperador romano-germánico, no de Roma. Aunque era el primogénito renunció a sus derechos dinásticos para entrar en la Iglesia, algo que solía reservarse al tercer vástago de las estirpes nobiliarias. Su familia también formaba parte de la aristocracia eclesiástica, y contaba con varios cardenales entre tíos y primos.

Cuando se convocó la elección del sucesor de Benedicto XIII el cardenal Corsini no se consideraba uno de los favoritos. El cónclave estaba dividido, como siempre, en varias facciones políticas, siendo los partidos más poderosos el imperial, el francés y el de los Zelanti (celosos, en el sentido de cumplidores de su deber), un grupo de cardenales ancianos anteriores al pontificado de Benedicto XIII, que pretendía librar la elección de las influencias de las grandes potencias extranjeras y elegir al candidato mejor para los intereses de la Iglesia.

No tardaron en decantarse las fuerzas y se fue imponiendo con relativa facilidad el candidato imperial, que para más inri se llamaba Giuseppe Imperiali. A los 15 días de comenzar el cónclave solamente le faltaba sumar un voto para proclamarse Papa, pero entonces intervino el camarlengo del colegio cardenalicio, cardenal Cornelio Bentivoglio, que a la vez era embajador de España, y lanzó una bomba. En nombre de Su Católica Majestad Felipe V ejercía el derecho de veto.

Hacía poco que había terminado la larga Guerra de Sucesión española, y el archiduque Carlos, que la había provocado al disputarle la corona a Felipe V, era precisamente el emperador romano-germánico. Es más, aunque la guerra hubiera terminado con la Paz de Utrech, España y Austria seguían en hostilidades, porque Felipe V quería recuperar los territorios italianos cedidos al austriaco en Utrech. No era por tanto admisible para Madrid que Viena se reforzase poniendo a su candidato en la Silla de San Pedro.

Los partidarios de Imperiali pusieron en duda la vigencia del derecho a veto español, pues el poder que presentó Bentivoglio tenía 10 años de antigüedad y ni siquiera estaba firmado por Felipe V, sino por el secretario del Consejo de Estado. La única solución para salir de dudas era enviar un emisario a Madrid, para averiguar si el rey de España confirmaba su voluntad de vetar a Imperiali. Mientras tanto las votaciones quedarían en suspenso, y así, lo que iba a ser un cónclave rápido de dos semanas se convirtió en uno largo de más de cuatro meses.

Cuando el emisario volvió al cabo de ese tiempo con la confirmación del veto por Felipe V, fue necesario un reacomodo de alianzas, y como ha sucedido en más de un cónclave, en esas circunstancias se eligió a alguien que no era candidato de nadie, el mal menor admisible para los distintos partidos: Lorenzo Corsini, que adoptó el nombre de Clemente XII. Pero en cuanto subió al solio pontificio el nuevo Papa se encontró una sorpresa muy desagradable: las arcas del Vaticano estaban vacías, la Iglesia estaba en bancarrota. Clemente XII reaccionó con firmeza frente a la catástrofe y fue directo a cortar la cabeza de la corrupción, el cardenal Coscia, favorito del anterior Papa, Benedicto XIII.

El papa Orsini.

Benedicto XIII, Pietro Orsini en el siglo, pertenecía a la Casa de Orsini, la más alta nobleza romana. Como primogénito heredó, entre otros títulos, los de príncipe de Solofra y de Vallata y duque Gravina, pero renunció a todo ello para dedicarse a la Iglesia. A los 18 años ingresó en los dominicos en contra de la voluntad de su familia, que incluso intentó impedirlo acudiendo al Papa. La carrera eclesiástica era uno de los feudos de la Casa de Orsini, que presumía de cuatro papas en su árbol genealógico, pero lo que Pietro pretendía era ser un humilde fraile de una orden mendicante.

No le dejaron. El peso de su apellido era abrumador y lo llevó por un camino que no quería. A los 23 años fue nombrado cardenal y después arzobispo, tomando posesión de la importante sede de Benevento. Allí fue donde conoció al que iba a ser su favorito, un muchacho llamado Niccolò Coscia, de una familia de la región napolitana de nobleza cuestionada, que le sedujo por su inteligencia y carácter decidido. No sabemos si por entonces Coscia tenía vocación sacerdotal o si era un joven oportunista que vio la posibilidad de aprovecharse de tan poderoso mentor, el caso es que se ordenó sacerdote, convirtiéndose en la mano derecha de Orsini en el gobierno del arzobispado.

En 1724 Orsini fue elegido papa Benedicto XIII. Intentó no aceptar el cargo con todas sus fuerzas, hasta que el general de los dominicos le obligó a cumplir el voto de obediencia. Toda la desazón que sintió Orsini debió de ser euforia para Coscia, seguro de conservar el favoritismo con el nuevo Papa. En efecto, Benedicto XIII lo nombró enseguida cardenal, aunque con la oposición de 20 de los 27 miembros del colegio cardenalicio. No ocupó ningún cargo destacado de la Curia, pero como nepote del Papa comenzó a controlar el tesoro vaticano. Llevó a Roma a su mafia de Benevento, saqueó las arcas, vendió cargos, le procuró a su familia siete feudos en Nápoles, hizo a un hermano obispo y a otro duque... ¡Ya nadie podría decir que los Coscia no eran nobles!

Tan flagrantes eran sus delitos, que cuando en 1730 murió Benedicto XIII la primera reacción de Coscia fue huir de Roma, refugiándose en los Estados de su amigo el duque de Caserta. Solamente volvió cuando obtuvo garantías de que podría llegar al cónclave sin ser detenido, pero tan pronto terminó este con la elección de Clemente XII, el cardenal Coscia volvió a huir, esta vez a Nápoles.

Benedicto XIII había tenido una fe ciega en Coscia, y de hecho le entregó el gobierno de la Iglesia, una tarea que le venía grande a aquel Papa que quería ser fraile mendicante. Esto tuvo consecuencias aún más desastrosas, cuyas secuelas provocarían la desaparición de los Estados de la Iglesia. Cobrando seguramente elevada tarifa, el cardenal Coscia reconoció el título de rey de Cerdeña al duque de Saboya. La corona sarda les daría a los Saboya un prestigio que les permitiría, en el siglo XIX, capitanear el movimiento de la unidad italiana, cuyo último escalón fue la conquista de los Estados Pontificios y el asalto a Roma. Los papas quedaron desde entonces enclaustrados en el Vaticano, y los Saboya, proclamados reyes de Italia, se convirtieron para la Iglesia en la encarnación del Anticristo, siendo excomulgada toda la dinastía durante generaciones.

Caída y recuperación.

Coscia debía tener gran confianza en la red de relaciones e intereses que se había forjado repartiendo prebendas, el caso es que regresó a Roma, pero Clemente XII no tuvo clemencia con él, valga la paradoja. Fue obligado a renunciar al arzobispado de Benevento, que había heredado de Benedicto XIII, procesado por robo, fraude, extorsión, falsedad documental y abuso de confianza. Fue condenado a diez años de cárcel, restitución de lo robado y desposesión de la púrpura cardenalicia, y encerrado en Castel Sant’Angelo. Pero la culminación de su castigo fue la excomunión ferendae sententiae, aunque años después le fue levantada.

Al final, sin embargo, le valieron sus amistades y a la muerte de Clemente XII lo pusieron en libertad y le permitieron participar en el cónclave que eligió a Benedicto XIV, pese a que Coscia estaba desposeído en ese momento del cardenalato. El nuevo Papa fue más lejos: ordenó la revisión de su proceso, en la que salió absuelto, y le restituyó sus antiguos cargos y la púrpura cardenalicia. Benedicto quiere decir bendito, y los dos papas de este nombre fueron sin duda una auténtica bendición para el corrupto Coscia.

Grupo Zeta Nexica