El hombre de Verdún

01 / 03 / 2016 Luis Reyes
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Verdún, 26 de febrero de 1916. Pétain toma el mando de las tropas en la mayor batalla de la Gran Guerra.

Dos ancianos de armas tomar: el general Philippe Pétain con el Tigre Clemenceau, presidente del Gobierno francés.

Su carrera militar estaba prácticamente acabada cuando estalló la Gran Guerra. Philippe Pétain no había llegado a general como le correspondía por edad, era un coronel de 58 años que nunca había estado en campaña, un militar que sin escuchar un tiro enemigo tenía ideas raras. Heréticamente contradecía la doctrina bélica francesa, la ofensiva a ultranza del generalísimo Joffre, siempre la ofensiva de la gloriosa infantería con la bayoneta calada. Decía cosas como “el cañón conquista, la infantería ocupa”, o “un mínimum de infantería, un máximum de artillería”, que parecían de cobardes. Por desgracia le habían dado la oportunidad de impartir unas clases en la École de Guerre, donde se forman los altos mandos y oficiales del Estado Mayor del Ejército francés, y allí había expandido su nefasta escuela Pétain. El generalísimo Joffre había reaccionado a tan perniciosa influencia y bloqueó su ascenso a general.

Pero en 1914 Francia movilizó a casi 4 millones de hombres y faltaban oficiales para encuadrar tanta tropa, de modo que al coronel Pétain, a punto de retirarse, le dieron el mando par intérim (provisional) de una brigada, aunque sin ascenderlo a general de brigada. En cuanto empezaron los combates se vio claramente que la escuela Pétain llevaba razón. Los ataques a la bayoneta de grandes formaciones de infantería con pantalón rojo, que la hacía más visible a las ametralladoras enemigas, dieron lugar a tremendas carnicerías. Los generales se quedaban sin soldados, excepto en la 4ª Brigada, donde el porcentaje de bajas era mucho menor... La brigada del coronel Pétain, que no lanzaba a su infantería al asalto hasta después de un contundente bombardeo de artillería.

De pronto lo que había retardado su carrera se convirtió en acelerador. Lo ascendieron a general y en un mes pasó a mandar una división. Antes de dos meses mandaba un cuerpo de Ejército y al año de conflicto, un Ejército de un cuarto de millón de hombres.

 Ese era su grado cuando comenzó la mayor batalla de la Primera Guerra Mundial con el ataque alemán sobre Verdún, el 21 de febrero de 1916. El generalísimo Joffre seguía detestando a Pétain, pero tenía un jefe de Estado Mayor peculiar, el general Noël Édouard Marie Joseph, vizconde de Curières de Castelnau, un aristócrata monárquico y ultracatólico al que llamaban el Capuchino con Botas, pese a lo cual era un militar eficaz y clarividente. Fue él quien convenció a su reticente jefe para que le diera el mando en Verdún a Pétain. Fue la mejor decisión de Joffre, cuya ejecutoria resultó por lo demás nefasta hasta que fue cesado a finales de ese año. Por cierto, el rencoroso Joffre siempre le negaría a Pétain el mérito de haber ganado la batalla de Verdún.

El plan de ofensiva era brutal, “desangrar a Francia hasta la muerte” había dicho el general Falkenhayn, jefe del Estado Mayor alemán, pero Pétain tenía una baza, había comprendido el primero que aquella guerra sería lo que llaman una guerra de usura, donde lo fundamental es limitar las pérdidas y optimizar la defensa. Y eso no consistía solo en construir impenetrables blocaos de cemento, lo más importante era el factor humano, los soldados no eran peones que se movían por un tablero, había que atenderlos, cuidar su condición física y su moral.

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