“El catedrático de prima” (II)

26 / 01 / 2016 Luis Reyes
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Madrigalejo, 23 de enero de 1516. Aun muerto, Fernando el Católico fue ejemplo de políticos durante siglos

“El rey de Francia se queja de que le he engañado dos veces. Miente el muy necio; le he engañado más de diez”. Tan sarcástico como cínico se muestra Fernando el Católico en este desplante. Los franceses, que los sufrían, los llamaban “rodomontadas de los españoles”, pero en realidad toda Europa temía y admiraba a Fernando de Aragón como el auténtico “príncipe nuevo” del Renacimiento.

Esto no es palabrería, quedan las pruebas materiales esparcidas por el continente. Desde el Salón de las Libertades de la ciudad flamenca de Brujas, donde se alza su efigie a tamaño natural, al mausoleo de Maximiliano I en Innsbruck, con la estatua monumental de bronce del Rey Católico, pasando por Roma, donde Giulio Romano, primer discípulo de Rafael, trazó su retrato en un fresco de las Estancias Vaticanas con una cartela que dice “Ferdinandus Rex Catholicus Christiani Imperii Propagator”, es decir, “conquistador del Imperio Cristiano”. Todos estos homenajes se le hacían en países que no estaban bajo su soberanía, como reconocimientos extranjeros a su figura política.

Si Fernando el Católico fue arquetipo de gobernante para Europa, para Francia fue el archienemigo, la pesadilla perpetua de tres reyes, Carlos VIII, Luis XII y Francisco I, a los que se enfrentó con todas las armas que podía emplear el Príncipe de Maquiavelo, la diplomacia y la guerra, el soborno y la falsificación, el halago y el lecho conyugal. Diplomático magistral, Fernando logró amplias alianzas europeas sin precedentes, como la Liga Santa y la Liga Santísima. La excusa de las ligas era el peligro turco pero las arrastró al “todos contra Francia”, provocando aquella triste reflexión de Luis XII: “Yo soy el Moro contra quien se arma el rey Fernando de España”.

En el campo de batalla de las guerras italianas confió en el Gran Capitán, el mejor militar de su época, que no solo derrotó una y otra vez a los franceses, sino que organizó el primer Ejército moderno, inventó el tercio de infantería, lo que daría el dominio militar de España en Europa durante siglo y medio.

Tras enviudar de Isabel la Católica, se puso piel de cordero y se casó con una sobrina Luis XII en muestra de buena voluntad, sacándole al francés por las buenas el reconocimiento de la soberanía española en Nápoles, y de propina el reino de Jerusalén, que era título de pretensión pero muy valorado. Fue matrimonio de conveniencia para Fernando, entre otras cosas porque la novia, Germana de Foix, tenía 17 años y él 53, aunque a la postre le resultó inconveniente, pues el afán de cumplir sexualmente con su joven esposa le llevó al consumo de drogas vigorizantes que le provocaron la hidropesía y la muerte. Hasta el hombre más listo hace tonterías... pero volvamos a sus éxitos políticos.

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