La novia española de Richard Gere

07 / 07 / 2015 Jesús Mariñas
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La nueva novia del actor estadounidense, una joven de 32 años, es de origen gallego. Está divorciándose de su marido, Govind Friedland, hijo del financiero Robert Friedland, con quien tiene un hijo en común, Albert. 

Es lo bueno del corazón, donde nada es eterno. Saltamos de flor en flor buscando nuevas emociones. Muchos no pasan de ahí, pero está de actualidad, como la isleña Chabelita, supuestamente encandilada de un competidor en Supervivientes. Sacan de donde no hay anticipando lo que podría ser. Pero no es el caso de Preysler-Vargas Llosa, ya en segundo plano del morbo que su pasión tardía acaparaba. Aunque siguen disparándose las tarifas de sus fotos, siempre los pillan cenando o a punto, el momentazo se paga a precios de oro que ya no abundan en las revistas: 15.000 euros pagaron por ver a la China saliendo con bolsas del instituto rehabilitador de Maribel Yébenes. Y hay más despilfarro periodístico: ¡Hola! la compró saliendo de Yébenes para guardarla y así esconder sus visitas semanales al paseo de la Habana de Madrid, donde también, previsora, acude Tamarita. Valoran sus gestos a precio de oro aunque están superados ante el romance de Richard Gere y la española Alejandra Silva. Tienen el mismo impacto emocional e incluso rebaja las altas temperaturas de este verano anticipado.

Cuentan y no acaban: porque del dúo Preysler-Nobel estiran flecos de que si “Patricia y él cenaron juntos hace un mes en Lucio y parecían normales”, me aseguran quienes los vieron animados. Patricia volvió a los pocos días. No pareció desconsolada acompañando a la rellena Isabella Rosellini, hija de Ingrid Bergman. Hasta me precisan que no demoraron la sobremesa porque a la actriz al día siguiente le esperaba otro recital de poesía inglesa en los Teatros del Canal, obra conjunta no diría que arquitectónicamente insuperable de Alberto Ruiz-Gallardón y Esperanza Aguirre en sus tiempos presidenciales.

Cifuentes toma posesión. Los evocaron al tomar posesión de su cargo Cristina Cifuentes en la comunidad madrileña. Ovaciones y aplausos cortaron a Cristina su discurso de investidura en diez ocasiones, donde no dejó de añorar a su padre, muerto en invierno, y dedicando a su madre y familia este éxito político que hasta disfrutó Aguirre.

“Está muy bien que una mujer ocupe por segunda vez la presidencia comunitaria”, y, lista, echó pelillos a la mar porque está lejos la pugna que tuvieron en campaña, donde la ganadora tuvo menos opciones económicas de promoción mientras la presidenta del PP capitalino derrochó. Pero todo se olvidó ante el éxito que la convierte en continuadora de Joaquín Leguina o Gallardón. “Yo pasé a mejor vida”, me dijo cachazuda Esperanza. A Ignacio González la sucesora no brindó elogios tan sentidos como los dedicados al esfuerzo de Leguina y Gallardón. Por algo será. Pero el contestado presi saliente no perdió la sonrisa anunciando: “Marcho enseguida a mi ático de Marbella”. Algunos lo tomaron a recochineo, como ver sentado en cuarta fila al hasta ahora número tres Carlos Floriano, portavoz que vendía lo que no había. Formó curioso trío con González Pons y el almibarado Hermoso y Llanos de Luna, muy estampada, junto con sus colegas de las delegaciones del Gobierno de Extremadura y Gran Canaria.

“Hace tiempo que no te veo por Moda cálida”, me saludó la morena isleña. “Es que ahora solo invitan a blogueras y no convocan al corazón”, contesté, aunque haya desfilado la hija de Carlos Herrera, corazón puro, a quien ¡Hola! disimuló los pechos que se transparentaban bajo gasa negra.

Los privilegios de Isabel. “¿Y qué pasará con el tema carcelario de Isabel Pantoja?”, demandé al ministro de Justicia, que ha rejuvenecido con el pelo corto. “Iremos hasta el fondo, no permitimos ninguna duda sobre tratos de favor ni semejantes”. “Mire que dicen y dicen, ministro: que si Isabel circula libremente por su módulo presidario, que han puesto dos reclusas a coserle ropa, que si desayuna con la directora, que hasta parece tener un microondas en la celda”. “A ver qué sale de la investigación y las declaraciones de los 57 funcionarios denunciadores de presuntas irregularidades. Entonces tomaremos medidas”.

Desde privilegiada primera fila, a la vera de Soraya, que no debería ponerse blusones largos, lo miraba pasota el protestado José Ignacio Wert. Era la última aparición del criticado ministro de Educación y Cultura. La Cifuentes, ya cincuentona, arrasó con ideas, promesas, voluntad de entrega y una imagen modernizadora frente al histrionismo disimulador hasta ahora prodigado por Hermoso, Floriano y González Pons, ya en el exilio. Fresca y rejuvenecedora estampa enmarcada en una ceñidísima chaqueta Thierry Mügler –ella lo adora– apretando cinturita bajo melena suelta. Era modelo de hace veinte años amarillo dorado. Reflejaba placidez anímica y servía de estandarte al porvenir político “un proyecto nuevo sin ataduras”, remarcó. Jorge Moragas no le quitó el ojo de encima, echando atrás sus mechones. Le encantó a su madre, Fuencisla, y a su hermana María, que me descubrieron sus antecedentes gallegos: su madre nació en Orense. Y ejerce, como Marisa González, de ángel de la guarda. También vistió vintage y pese al calor matinal lució pijama negro “que estrené cundo Ruiz-Gallardón se convirtió en presidente”. Contrastó con Cristina hija, que vestía de blanco con solapas de raso.

Lamentamos la muerte de Marujita Díaz que fue la mejor imitadora de Sara Montiel. Por encima de eso fue divertida, genial y se orinaba de pie porque tenía incontinencia. Suerte que avisaba. Brilló más con el musical que en el cine. “Banderita, tú eres roja” fue su himno de batalla que siempre le pedía embobado el conde de Barcelona y ahora encajaría en la nueva imagen patriotera de Pedro Sánchez. Resulta lo más imperecedero de un repertorio desigual. Protegió celestinamente a Encarna Sánchez y Pantoja. Sabía lo que había. Pero calló astuta y favorecedora. Importó como chulo a Dinio, casó con Espartaco Santoni y Antonio Gades –franquista y rojeras, no duraron– mucho antes que Marisol y administró mejor su inmensa fortuna que un talento único depreciado en tardes televisivas de permanente ultraje y humillación. Resultaba vergonzoso verla superar los enconos despreciadores a los que contribuía aparentemente ufana con llamativos atuendos y apañados tocados caseros expurgando del fondo de armario como apurada económicamente no lo hace Alejandra Silva, nuevo amor del astro Richard Gere.

De origen gallego, su padre Nacho Silva fue vice del Real Madrid en tiempos de esplendor inmobiliario que le permitía veraneo en Ibiza, helicóptero personal, yate tipo Mangosta y finca en Toledo, en cuya capilla, tras dejar a Roberto Carlos el madridista, ella intentó casarse con Govind Friedland, hijo del financiero Robert Friedland –que estaba en la lista Forbes de bimillonarios–. No se lo permitieron y lo hizo en Sudáfrica. Una repija siempre envidiada porque su aún marido explota en Positano Villa Treville, un chalé de 15 habitaciones sobre la antigua casa de Franco Zefirelli. Allí vivieron desde Callas a Nureyev. Él amenaza con quitarle al niño, Albert, dejándola seca. De ahí que vaya pidiendo ropa prestada en los showroom y en su Réplica de la Gran Vía Erik Yerno acaba de dejarle unos zapatos de Jimmy Choo color crema, con dos centímetros de plataforma y talla 38. No pudo llevarse un traje de Elizabeth Franqui porque era talla estándar más pequeña de lo normal y lo rechazó sintiéndolo. Le prendaban sus lentejuelas doradas.

Pagar a escote.“No sé cuánto durará con Richard, porque es muy tacaño y cuando cenamos con ellos nos hace pagar a escote. Es tacañísimo”, me soplan unas amigas. Juntos visitaron el palacio de Liria, donde vaga la sombra de Cayetana, ya tan irreal como Alfonso Díez.

Lo dijeron cuando Miriam Yébenes presentó su libro de cómo mantenerse como ella y su madre Maribel y como hacen con Isabel Preysler, Naty Abascal, espectacular con falda campana de Valentino y fan de las floreadas zapatillas flossy, ya sensación estival desde Ibiza a Marbella. Mar Flores, que siempre paga cash iba receñida en jean verde limón, el libro fue presentado por un Boris Izaguirre que impacta en la tele latina de Miami guiado por Tono Sanchís. Aún herido, Alejandro Villamor contó pestes de Rafael Spottorno “y su maltrato cuando pretendía que yo le contase cosas de don Juan Carlos al caerse en la senda de los elefantes. Me negué a informarle y me puteó”, reveló a García Montes bajo espectacular gales de Etro.

Cita similar se dio en la residencia de Jérôme Bonnafont, embajador de Francia, donde se presentaron los nuevos Citroën amadrinados por una bellísima Amaia Salamanca, en su sexto mes grávida. Viene niño tras Olivia. Carmen Martínez-Bordiú se desparramó en un banco buscando sombra y, cerca del muy cuestionado García Revenga, la vi mustia, desemparejada y sin saber hacia dónde tirar este verano “porque no sé qué hará mi madre”. No se ha visto en otra igual. Que haga lo que su amiga Isabel.

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