La alcaldesa de París consulta a Cristina Cifuentes
Anne Hidalgo charla animadamente con la delegada del Gobierno en Madrid acerca de los problemas que tienen sus respectivas ciudades.
Resultó un fiestón enfrentador donde ellas contendieron sin buscarlo, eso no estaba previsto. España y Francia nuevamente cara a cara. Mostraron alardes de elegancia esas caras habituales que componen el pan diario de nuestra actualidad. Aunque el duelo imprevisto tuvo de protagonistas a dos alcaldesas singulares y contrapuestas, nada que ver políticamente la una con la otra: la francesa salida de una votación democrática y escogida a dedo la señora de José María Aznar, que aspira a repetir ya por méritos propios y no repitiendo el mandato municipal capitalino como si le tocase el gordo. Pero no se trató de calibrar, comprobar o contrastar sus méritos de mandonas aquí o allá capitaneando ciudades punteras en historia, monumentalidad y turismo. Buscaron más la rivalidad personal, descubrir diferencias físicas o de comportamiento, constatar sin enfrentar, poder comparar y comprobar en la distancia corta como hicieron ante esos ya inamovibles símbolos eternos de la femineidad nacional.
Carmen Martínez-Bordiú, más rellena de lo necesario –el duradero amor la llena y rebasa hasta reventar costuras–, o la momificada Isabel Preysler, impasible al tiempo, los años y sus matrimonios rotos. Icónica, ella parece haberlo detenido ayudada por Photoshop, que tiene el rejuvenecedor efecto milagroso que antes atribuían a Lourdes. Carmen y ella son viejas amigas y cómplices de correrías y vecindad cuando respectivamente estaban casadas, o más bien uncidas, al entonces ambicioso Julio Iglesias y al aburrido pero buenazo duque de Cádiz, incapaz de darle a su esposa la variedad sexual que su juventud requería. Finalmente la encontró con el anticuario Rossi, o tal cuentan con pelos, señales y largura. No dejan de envidiarla.
Visita a Madrid.
Lo exhumaban historicistas ante esta pareja singular de mujeres cautivadoras con mando en plaza, tal la hispano-francesa de origen gaditano Anne Hidalgo, hija de emigrantes, y la posible repetidora a la alcaldía madrileña, Ana Botella. Ella no aplaca furibundas protestas en el mundo gay tras volver a postergar –“quiere esconderla al mundo”, denunciaban enfurecidos– la siempre divertida cabalgata del día del Orgullo Gay, sacándola de la céntrica y deteriorada Gran Vía a zona menos ostensible. Contrasta con el apoyo que parecido desfile generador de ganancias –cien millones dejó en la Ciudad Condal– encuentra en la Barcelona del Ayuntamiento y la Generalitat de Xavier Trías y Artur Mas. Parece contencioso de nunca acabar.
Lo aireaban bajo la cálida noche abundante en vips, que pasaron revista en auténtico repaso al dúo de munícipes. Venga a revisarlas a ver por cuál empezaba el despiece: las despistó Ana Botella con traje negro muy ceñido con broche remarcando la cadera derecha. Vistió más perfecta de lo que suele a veces, en arrebato hippy, para el quehacer municipal, mientras su colega parisiense defraudó con un traje corto bajo abrigo setenteañero de raso marfileño, como de clasicorra madrina casamentera, al que tan solo animó con pendientes rematados por una perla bailona. Exacta pero sin relumbres, no quedó glamurosa ni vino para epatar en esta operación nostálgica. Botella fue a por todas y la desbancó más engalanada, aunque los fotógrafos comentaron que “Anne posa de manera más encantadora y sencilla”. Ellos lo captan todo y quedaron molestos con las prisas. La una no llegó y la madrileña se excedió. Todo medido para hacerse notar, como la malla negra con encaje superpuesto que parecía tul cuadriculado escondedor de brazos llegando al puño, que Preysler usó sobre receñido forro de seda granate mientras la siempre bellísima Bordiú acudió sola y luego la recogió el Chatarrero, muy caballero de gracia y cartera dispuesta. Se arrebujó –¿o escondió?– en una especie de túnica salpicada de grandes lunares multicolor que entusiasmó en su exceso al embajador francés, Jérôme Bonnafont.
Convocó el pasado 14 de julio en los jardines de su sede tan apetecida ante la mirada inquisitiva de la poco exhibida señora de García-Margallo. El efecto de ninfa grácil –es una imagen, no lo tomen al pie de la letra porque la rubeniana Carmen no está para equilibrios– deleitó al duque de Alba, que prefiere ser llamado Alfonso Díez. Qué diferente a su antecesor, Jesús Aguirre, siempre a vueltas con el protocolo y el abanico. El marqués de Griñón –que ya tiene Imperium, uno de los vinos más caros de España– ganó kilos y observó que Alba llevaba zapatos con suela de goma, casi atentador sacrilegio para su esmoquin de cuadrada pajarita, mientras su hijastro Fernando respiraba feliz porque desconfiaba poder abrocharse la chaqueta del esmoquin. Lo consiguió con un supremo esfuerzo con la promesa de “este verano perderé kilos”, algo que arrancó sonrisas en la estupenda Carolina Bang, que parece otra sin tener al lado a Álex de la Iglesia, con el que acaba de casarse en el idílico Ampurdán. Iba de negro casi ritual, menos en las inamovibles de “toda la vida”.
Credencial de perennidad.
Es color, más bien no color, credencial de perennidad. Permite excesos, atrevimientos de corte y hasta contrastarlo con chaqueta verde, como hizo la reaparecida, también renacida, Cristina Hoyos. No pierde la sonrisa ni el braceo único que admiró la Hidalgo añorando su infancia en ese Sur.
Destacó Carmen Peñafiel con su chic habitual acentuado por cinturón con lazo dorado, mientras Ana Rodríguez, ex Bono, contrastó turquesa con negros y Ariadne Artiles bajo encajes transparentes dejó imaginar lo que escondía. Depuró estilo, gana día a día y ya superó dificultades con Pepe García, hijo del inolvidable José María García. “Su madre y futura suegra, Montse Fraile, la adora”, aseguraron a Cristina Cifuentes. Se desmarca de las peperas rígidas en atavío como la Cospedal, o Soraya, que tiene estilo propio. Deslumbró en azules princesa opacando al resto, parecía tercera en discordia echando por tierra el mano a mano idealizado de las Anas. Saludó a su contrincante pero se entendió con la hispano-francesa, que insistió en preguntarle cómo van las manifestaciones y el 15-M.
“Pues bajaron un 40%”, y la dejó sin habla incitando la repregunta: “¿Cómo lo hace?”. “Cumpliendo con mi deber y cuidando a los ciudadanos”, la delegada del Gobierno que oyó alabanzas a su eficacia se puso a la altura y también indagó sobre cómo hará París para que sus habitantes elijan proyectos ciu-dadanos patrocinados por el muni-cipio. Anne lo había adelantado al ser proclamada “Mujer del año” y Cifuentes tomó buena nota, acaso ya perfilando estrategias de alcaldable. “El primer año propondremos nosotros como experiencia piloto, y a partir de ahí será por sugerencias populares”, reveló Anne, y en eso se les acercó Jaime de Marichalar formando cuarteto. Intercambiaron confidencias ante los elogios que echó a Isabel Preysler cuidadora de Miguel Boyer: “Resulta admirable en su desvelo y cómo ha dejado de hacer trabajos por atender a Miguel. No es como otras”, lanzó directo el exduque parece que aún resentido. O tal pareció, algo inapreciable en la siempre tímida princesa Irene, hermana y cómplice de la reina Sofía.
La fiesta del verano.
Impactó relajada como nunca realzando un acto de Follie-Follie, firma griega que así quiso celebrar el verano que por fin se asentó. Acostumbrados a verla siempre en discreto segundo plano y sin manifestarse, impactó tenerla tan a mano, enfundada en uno de esos monos a los que es tan adicta, igual que su hermana. Y si doña Sofía dejó la corona lanzándose a vestirse muy floralmente como no lo había hecho nunca, su hermana pequeña –le lleva dos años– se mostró próxima y comunicativa olvidando anteriores reservas. “La Reina Sofía y yo pasaremos unos días en Marivent –donde Letizia solo será entrevista para la Copa del Rey porque detesta la humedad balear, con ella acaba un ciclo de historia vacacional– y también iremos a Grecia, visitaremos el Peloponeso, donde ya reside Constantino”, anticipó al embajador heleno, Francisco Verros, cuya residencia desde hace 34 años es el antiguo palacete afrancesado de Puerta de Hierro que perteneció a la actual marquesa de Tamarit, Victoria de Borbón. Ahí perduran en su fachada los escudos con la flor de lys, señalaron mientras sonaba música de Melina Merkoúri, casi mejor cantante que actriz o ministra de Cultura.
Algunos contaban la humorada de Rafael Spottorno, receptor de un elefante de trompa levantada en porcelana al ser despedido por la prensa tras cesar como jefe la Casa Real, donde pechó con la más fea sin evitar cornadas. Le faltó maldad o mano izquierda, una pena de gestión nada protectora de su majestad. Otros lo hacían con la autoría que Felipe Varela se atribuyó de un bolso regalado a Letizia por la diseñadora Macarena Benesca. El diseñador se apropió el registro aunque la creadora sabe que cuesta 200 euros, está combinado en pitón azul gris y lo llamó Fantasía. Suponían que el modista igual hizo en otros casos mientras la cuñadísima se dejó llevar por la nostalgia: “Como acaba de hacerlo mi cuñado don Juan Carlos, mi padre también proyectaba abdicar a los 70. Pero murió antes. Doña Letizia es muy distinta de mi hermana, pero lo harán muy bien porque mi sobrino Felipe está muy preparado”, no quitó ojos a Tamara Falcó y Virginia Troconis que deslumbró en su delgadez. Dos encantos en blanco y azul casi abonadas a realzar la firma de joyería y accesorios, tal María Teresa Campos apoya a sus hijas, recién llegada de Punta Cana.
Suena a juego esperanzado, renacido deseo por cumplir o ilusión tan en carne viva como la de su hija pequeña, Carmen Borrego, ya a punto de dar un nuevo “sí, quiero” . En pocos días se unirá a Juan Carlos Bernal mientras Terelu sigue viento en popa a toda vela. Desafía como siempre: lo mismo afronta descalificaciones a su novio, el boxeador Pepe Valenciano, que ríe ante quienes dudaban de si volvería a Telecinco. “Lo hago con el contrato de siempre”. La añoran presentando el Deluxe encomendado a María Patiño. Cantó el ya inevitable Juan Soto, que dedicó a los novios un agradecido ¡Adoro! con sabor a chocolate que hizo relamer y casi animarse a Lara Dibildos, de melena color avellana. Exhibió más que generoso escote bien admitido por Joaquín Capellán, su ya duradero novio. Lorenzo Caprile crea en tono marfileño el traje nupcial de Carmen mientras mamá Campos –que también ¡adooora! y se siente renacer, ojalá y Terelu irán de largo también firmado por el alicantino adicto al chic.
Fran Rivera se casa de nuevo.
No abundó en la reboda –y ya van tres– de Fran Rivera y la abodada Lourdes Montes donde se confirmó que Cayetanita, la hija de Eugenia Martínez de Irujo y el extorero, sale bellezón andaluz del estilo abuela Carmen Ordóñez, destacado por traje rojo asimétrico con hombro al aire del diseñador Roberto Diz. Lourdes vistió modelo de talle bajo muy años 20, con stilettos altísimos, autodiseño poco andaluz pero retro bajo un velo inapropiado sobre absurdo moño alto. Será mejor que vuelva a los pleitos. En vista de lo visto en costura tan casera, poco futuro le veo marcando estilo.