Naturaleza salvaje

12 / 07 / 2017 Florian Sanktjohanser
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Un recorrido por el parque nacional Denali, en Alaska, uno de los más visitados de América.

La parte norte del parque nacional Denali, en el Estado de Alaska (Estados Unidos), cuenta con algunos senderos bien trazados, se puede llegar allí en autobús y tren y, como consecuencia, sus campings suelen estar muy frecuentados. En la parte Sur, en cambio, no hay caminos ni campings, solo un campamento base situado en lo alto en un lago glaciar. La aventura comienza en Anchorage, la ciudad más grande de Alaska. Viajamos hacia el Norte por carretera. El piloto, un hombre con una perilla y gafas de sol, nos está esperando en Fish Lake. El hidroavión zumba cuando sobrevolamos Ruth Glacier, una corriente de hielo de cinco kilómetros de ancho que serpentea montaña abajo. Al fondo se alza, siempre blanco, el Denali, el monte más alto de Norteamérica, de 6.190 metros. La vista es indescriptible. El hidroavión entra en un valle de montaña situado a gran altura y aterriza en el Backside Lake, un lago de color gris lechoso, el más alto donde puede aterrizar. Subimos por la cuesta detrás del glaciar y empezamos a atravesar el paisaje salvaje, sin senderos.

Esa noche comemos en platos de plástico. El cielo nocturno es impresionante, con estrellas que brillan en el horizonte y la Vía Láctea resplandeciendo sobre nosotros. De repente, alguien sacude mi tienda de campaña. “¡Vámonos. Auroras boreales!”. Un destello verde atraviesa el cielo. Aparece una espiral roja. Después de un largo rato nos rendimos ante el frío y el sueño. A la mañana siguiente caminamos sobre la cresta de una morrena. Alrededor de media hora después llegamos a las bonitas cascadas de Cook’s Creek. Esta es la ruta estándar.

Al llegar a la cima, el monte Denali se alza delante de nosotros en todo su esplendor. Granito gris coronado por hielo blanco. El pico era conocido oficialmente como Monte McKinley hasta 2015, cuando el presidente Barack Obama lo rebautizó con el nombre tradicional en lengua atabascana. A la mañana siguiente emprendemos la última caminata, a lo largo de un río sin nombre hacia Ruth Glacier. Allí, a una distancia segura, vemos un oso negro en la maleza. Levanta brevemente la cabeza mirando hacia nosotros antes de alejarse. [DPA]­

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