Una noche en el prostíbulo

05 / 11 / 2010 0:00 ANTONIO FERNÁNDEZ [email protected]
  • Valoración
  • Actualmente 1 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 1 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

más grande de Europa Son cerca de 2.700 metros cuadrados en la localidad fronteriza de La Junquera (Gerona) y que visitan, en su mayor parte, ciudadanos franceses.

Viernes 22 de octubre. Apenas 24 horas después de su apertura, el night-club Paradise, en la localidad fronteriza de La Junquera (Gerona) es un hervidero de curiosos y de mujeres despampanantes. El Paradise es el prostíbulo más grande de Europa. Unos 2.700 metros cuadrados dan para una sala con aforo para 500 personas, un hotel con 80 habitaciones, algunas de ellas suites con cama grande y jacuzzi, y una sala VIP para clientes asiduos, que pagan una cuota de 600 euros anuales para disfrutar con botellas personalizadas, canapés y salitas privadas provistas de butaca y barra de striptease.

La mayoría de los clientes del Paradise son del otro lado de la frontera, paisanos franceses en busca de un local que en su país está prohibido. Son tantos los visitantes galos que “ça va?” es la frase con la que las chicas abordan a cualquier cliente que entra por la puerta. Las hay de muchas nacionalidades. Alejandra es venezolana. Aterrizó en La Junquera desde Bilbao. Juana es de la ex Yugoslavia. Anabel y Rosa son rumanas. Las hay brasileñas y alguna checa y húngara. Pero también españolas. Y para todos los gustos: escuálidas, altas, bajas, con rotundas curvas o chicas de calendario; vestidas con deshabillé, semidesnudas con tanga y minisujetador, con vestidos sugerentes e incluso una con traje de noche. Recién abierto, el local puede tener unas 130 mujeres, pero espera llegar a 200 en el futuro próximo. Las prostitutas pernoctan en el mismo hotel, donde pagan 70 euros diarios por cama y manutención. A cambio, jornadas de 12 horas, de 5 de la tarde a 5 de la madrugada. “No tenemos descanso ni días festivos”, se queja una de las chicas.

Ambiente.

El club conserva la estética de nave industrial, por algo está en un polígono a tres kilómetros del pueblo. Paredes de negro azabache y parte del techo simulando estrellas. Tiene dos barras, una en forma de V y otra, más pequeña, paralela a la pared opuesta. Luego, dos pequeños sofás en los extremos y algunas mesas de pie alto diseminadas por la sala para que los clientes o las chicas puedan apoyarse o posar los vasos. En los dos extremos, sendas pantallas de vídeo para proyectar videoclips o spots. El dj es un fan de Shakira y pincha varias veces a lo largo de la noche el Waka waka. Pero también se atreve con Lady Gaga, reggaeton o incluso un pasodoble.

Entre la barra en forma de V y la pared, bajo una pantalla de leds multicolor que ocupa todo lo largo de la nave, está habilitado un escenario donde bailan seis gogós cada media hora, que se intercalan con espectáculos de striptease de Yolanda. Una pasarela cruza a gran altura el local. En ella también bailan. Casi en uno de sus extremos, una especie de jaula sirve para, en ocasiones, simular peleas de chicas en medio de espuma.

La música cambia de ritmo cuando comienzan los espectáculos. Yolanda es una morena despampanante que actúa en el escenario de la barra. Luego, en la pasarela de las alturas, Alicia, una rubia de larga melena, baila hasta quedarse en traje de Eva. Ya de madrugada, Yolanda vuelve con otro espectáculo. Un desnudo que absorbe al personal. Acaba mostrando su ingle brasileña al respetable. “Nosotras no bailamos. Sólo estamos en la parte de acá. Eso para ellas”, explica una de las chicas que revolotean en busca de cliente. Muchos pican: se los llevan por una discreta puerta que conecta directamente con las habitaciones. Las chicas casi arrastran al indeciso que saben que puede picar el anzuelo. “Son 60 euros media horita”, sopla al oído la pesada de turno. “Bueno, como me has invitado a una copa, te lo dejo en 50 euros”, contraoferta inmediatamente.

José Moreno, el dueño del bar, ha impuesto una moda: cobra entrada. Doce euros por consumición alcohólica y diez euros por una bebida sin alcohol. Así nadie se libra de pagar. Veto a los mirones. Las de las chicas cuestan 25 euros y ellas se llevan una comisión de siete u ocho euros, que paga a tocateja el camarero cuando son servidas. Moreno se encargó de dejar bien claro que lo que saquen por servicio es para ellas, aunque una lo desmiente. “También nos cobran comisión por utilizar las habitaciones”, deja caer. Pero eso ocurre especialmente en las suites, de las que la casa se queda 100 euros, porque el precio es de 300 euros la hora.

Clientes habituales.

Hay un centenar largo de clientes. Los visitantes suelen ir en grupo. Decenas de jóvenes franceses pululan por el local. Parecen ir a la fiesta del pueblo de al lado. La edad media es de poco más de 30 años. Pero también hay algunos grupos locales. Juan -nombre supuesto- acude con varios amigos. Tiene 60 años, pinta de empresario y muchas tablas. Es el cliente más saludado por las chicas. Él y su amigo Enrique -nombre también supuesto- reciben besos, abrazos y mimos pegados a la barra. Bromas, arrumacos y parabienes de chicas espectaculares que gritan de alegría y se les echan al cuello. Beben whisky y cerveza, pero no invitan. Ellas parecen acostumbradas a esa liturgia, pero aun así les dan palique un rato.

Lorenzo acude con su amigo, un camionero italiano. “Guapa sí que es, pero en la cama es una tabla”, le advierte sobre una rotunda morena que se cimbrea en las proximidades. Al final, acaban restregándose con dos esculturas que visten una falda tan mini que más parece un cinturón ancho. Por la sala, el jefe de seguridad pasea a menudo, controlando a empleados y clientes. Viste traje y corbata; o sea, no pasa desapercibido.

Afuera, la entrada es amplia. Hay que subir unas escaleras y caminar unos metros para llegar a la puerta, donde son muy visibles los guardias de seguridad. Inmediatamente, un pequeño vestíbulo tiene una barra donde se parapeta el portero que vende las entradas. Moreno calculó muy bien la impresión que puede producir esta parafernalia. Tiene como principales competidores el Dallas y el Madam’s, a pie de carretera pero más pequeños, meta hasta ahora de los lugareños, los franceses ávidos de sexo y los camioneros que pernoctan en la frontera. Pero él cuenta con una limusina espectacular con la que pasearse por los aledaños y atraer clientes. Toda una puesta en escena.

Grupo Zeta Nexica