Mejor la muerte

12 / 12 / 2017 Luis Algorri
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Con su último espectáculo Praljak ha sido, como Goering, otro hijo de perra dueño de su propio destino.

Hermann Goering, uno de los mayores criminales de la Edad Contemporánea, se suicidó en su celda de Nuremberg la noche antes de que lo ahorcasen. Se tomó una cápsula de cianuro de potasio que le hizo llegar un soldado norteamericano dentro de una estilográfica. La investigación sobre este asunto (de dónde sacó Goering el veneno) ha durado décadas. Pero nadie pareció prestar demasiada atención a la nota que el torpe gobernante nazi dejó: “He sido dueño de mi destino”.

Un sujeto parecido, el exgeneral bosniocroata Slobodan Praljak, ha hecho lo mismo: suicidarse antes de arrostrar no la muerte, sino una condena de 20 años. Pero este Praljak había hecho teatro y se le notó: se tomó el veneno (un frasquito que contenía no sabemos qué) delante del Tribunal Penal Internacional de La Haya y de sus estupefactos jueces revestidos con togas rojas, negras y blancas, como obispos luteranos. Todo fue emitido por televisión. Lo hemos visto.

Praljak, cuyo único error escenográfico consistió en no colocarse derecho el nudo de la corbata cuando se echó la pócima a la garganta, no era precisamente el ángel del Señor que anunció a María. Cometió, ordenó o consintió incontables asesinatos, torturas, violaciones, secuestros, deportaciones, destrucciones y todo género de actos inhumanos durante las inextricables guerras de la antigua Yugoslavia. El tipo estaba, pues, familiarizado con la muerte, lo mismo que Goering, y probablemente le había perdido el respeto. O por lo menos le tenía bastante menos respeto que a su propio orgullo.

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