La democracia británica y la española: grandeza y miseria

19 / 06 / 2017 Jesús Rivasés
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La moción de censura ha sido en la práctica una moción de investidura de un candidato a presidente, en este caso Pablo Iglesias, que nunca tuvo los apoyos necesarios.

Theresa May, primera ministra británica, patinó al adelantar unas elecciones para ampliar su mayoría parlamentaria. No solo no la mejoró, sino que perdió la mayoría absoluta. Pablo Iglesias también patinó con su moción de censura a Mariano Rajoy. Pretendía, sobre todo, además de acaparar protagonismo y minutos de televisión, empezar a transmitir que él es el líder de la oposición y también orillar todo lo posible a un PSOE en plena recomposición y con un líder, Pedro Sánchez, que no podía salir en la “foto parlamentaria” porque no es diputado. May, a pesar de ganar las elecciones, tiene un futuro complicado porque, entre otras razones, ya tiene una amplia contestación interna en su partido, en el Reino Unido los jefes de los partidos mandan mucho menos que sus homólogos españoles.

Iglesias, más allá de su discurso de extensión e inspiración castrista -y el similar, aunque mejor trabajo de Irene Montero-, se llevó un buen revolcón parlamentario por parte de un crecido Rajoy, que volvió a demostrar sus habilidades como el diputado muy veterano que es. Pedro Quevedo, el diputado de Nueva Canarias, dispuesto a votar a favor de Pedro Sánchez cuando sea necesario, lo resumió en una frase: “La moción de censura es una moción de investidura”. Y en una investidura, como apunta un ministro, se vota sobre todo a una persona, a un candidato, y Pablo Iglesias está muy lejos de aglutinar las voluntades necesarias. Por mucho guante blanco que haya querido mostrar, por táctica, con el PSOE, nadie en las filas socialistas imagina ahora un pacto con el líder de Podemos. José Luis Ábalos, el nuevo hombre fuerte del equipo del secretario general del PSOE, que demostró tablas parlamentarias, recogió el guante de futuras colaboraciones lanzado por Iglesias. Todo es posible y Pedro Sánchez no descarta casi nada, ni siquiera un pacto con Podemos, pero siempre que Iglesias no siguiera al frente de la formación morada. No parece probable a corto plazo, pero puede ocurrir en una democracia parlamentaria como la española, con todas sus grandezas y todas sus miserias, sin olvidar algunos de sus enrevesados procedimientos.

Los británicos votaron el jueves 8 de junio. Al día siguiente, viernes, día 9, la reina Isabell II, alrededor del mediodía, recibió a la doliente Theresa May como líder del partido más votado, y directamente le encargó formar Gobierno, lo que significaba que también debería encontrar apoyos parlamentarios para tener una mayoría estable. Menos de una semana después de la cita con las urnas, el 13 de junio, el Parlamento de Westminster, ya constituido y en pleno funcionamiento, reeligió al a veces histriónico John Bercow como speaker de la Cámara, equivalente más o menos a presidente.

El 20 de diciembre de 2015, los españoles votaron en las elecciones generales. Ganó el PP, pero muy lejos de la mayoría absoluta. El rey Felipe VI, en pleno siglo XXI, el de la globalidad y las comunicaciones instantáneas, tuvo que esperar casi un mes, hasta el 14 de enero de 2016, para que el entonces presidente del Congreso, Patxi López, le informara oficialmente del resultado electoral, no para que encargara formar Gobierno al líder del partido ganador, sino para que iniciara una larga ronda de contactos con los jefes de fila de todos los partidos con representación parlamentaria. El mismo ritual se repitió unos meses después. Las elecciones volvieron a repetirse el 26 de junio. El Rey, otra vez, tuvo que esperar hasta el 20 de julio para que Ana Pastor, presidenta del Congreso, le comunicara los resultados de las elecciones y a partir de ahí, iniciara las consultas para encargar Gobierno a alguien, algo que finalmente hizo con Mariano Rajoy. Es el procedimiento, seguido escrupulosamente, que fija la Constitución y, por lo tanto, no hay nada que objetar. No obstante, ahí está el ejemplo británico, en donde una anciana reina de 91 años apenas tarda unas horas en conocer –oficialmente– los resultados electorales y puede encargar la formación de Gobierno inmediatamente, con independencia de que, en este caso, la elegida luego logre pactar una mayoría. Las tradiciones democráticas británicas no tienen por qué trasladarse a los usos democráticos españoles, pero pueden servir de orientación para evitar bloqueos institucionales como el que hubo a lo largo de casi todo 2016.

El debate de la moción de censura presentada por Podemos contra Rajoy fue concebido por Iglesias como un espectáculo en el que el protagonista era él, con un papel destacado también para su número dos y algo más, Irene Montero. Es una opción democrática, legítima y, por supuesto, constitucional, peor es también una fórmula extrema, que antes solo había sido utilizada en dos ocasiones, por Felipe González y por Antonio Hernández Mancha y, desde luego, con mucha más sobriedad. Las dos fracasaron formalmente, pero a González le allanó el camino a La Moncloa, a lomos de la mayor mayoría absoluta de la democracia. Para Hernández Mancha fue el principio y también el fin de su liderazgo al frente de lo que entonces era Alianza Popular. Ahora, la única y gran duda es cómo sale Pablo Iglesias de la moción de censura y todo indica que lo hace más como Hernández Mancha que como Felipe González, en una democracia que, como la británica, evidencia sus grandezas y sus miserias.

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