La izquierda inocua

22 / 02 / 2017 Agustín Valladolid
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El triunfo de Iglesias empuja a Podemos a la desinstitucionalización y a renunciar al asalto de la clase media.

Ni Vistalegre fue Sierra Maestra, ni a Mariano Rajoy, que se sepa, se le comparó con Fulgencio Batista; tampoco a Javier Fernández o a Albert Rivera. El segundo capítulo de la asamblea mayor del reino se ocupó poco del enemigo exterior y estuvo más pendiente del sistema informático y del recuento final de apoyos a las dos facciones que llegaron al coso multiusos con la desavenencia a flor de piel, aunque luego, en la recta final de la colosal performance, se fueran del bracete como quien no quiso la cosa. Pero lo que pasa es que sí que quiso, y puestos a tirar de analogías, la de presentar a Íñigo Errejón como un Che Guevara barbilampiño y sin trono, empujado a su particular Bolivia como estación de tránsito en la que perecer o recuperar fuerzas para intentar la reconquista, no hubiera estado del todo mal traída.

Vistalegre II demostró una vez más que los axiomas suelen ser implacables, en este caso aquel que recomienda no prometer dos huevos duros para todos si el mango de la sartén está en manos ajenas. En política, como han demostrado muchos y variados personajes –aquí, sin ir más lejos, casi todos los que han sido presidentes del Gobierno–, los pulsos hay que echarlos cuando eres el “número uno” de tu promoción. Lo que eran Adolfo Suárez cuando legalizó por sorpresa el PCE o el Felipe González que desterró el marxismo de los estatutos del PSOE y se la jugó en el referéndum sobre la OTAN. Incluso se debería incluir por derecho propio en esta categoría tan española de aventajados jugadores de cartas a ese Rajoy de horchata que se dio mus ciego diciéndole “no” al Rey de España y se sentó a esperar que Pedro Sánchez se la pegara en la primera curva.

Errejón salió derrotado de la plaza y no tuvo reparos en reconocerlo, si bien de forma indirecta, utilizando el meandro de la petición de pluralidad, clemencia a los vencedores, temeroso de que a no mucho tardar se impartan órdenes estrictas de no hacer prisioneros. Una demanda, la de la pluralidad, que debiera ser innecesaria en una formación que dice emanar del pueblo llano y cuya sola reclamación dice mucho de lo que algunos se coscan. Y lo que probablemente teme o más bien espera el niño Errejón es que esa pluralidad solo sea un espejismo coyuntural, una manera de guardar las formas hasta que los focos apunten en otra dirección y la limpia no sea tan llamativa. Lo espera y lo necesita para justificar lo que antes o después acabará haciendo: montar su propio proyecto o buscar el camino de regreso a la universidad.

Molesta pluralidad

Porque lo que es seguro es que Pablo Iglesias está decidido a llevar adelante el programa de desinstitucionalización del partido que le ha permitido doblarle el pulso a su íntimo enemigo. Un programa basado no en una molesta pluralidad que tiende a ralentizar la acción, sino en la fuerza de la unanimidad como mejor instrumento para derribar las columnas de la casta que sostiene al capitalismo. Nada que no hayamos leído multitud de veces desde que se inventara la imprenta. Nada que desmienta la tendencia general hacia la consolidación de una izquierda inocua, la que pretende subir todos los peldaños de un salto, en lugar de uno a uno; una izquierda en ocasiones bienintencionada, pero que es más antítesis que alternativa, anticuerpo que eficaz vacuna contra ese neoliberalismo que dicen aborrecer pero que no aciertan a combatir.

Mi buen amigo y colega Rafa Latorre ha definido Vistalegre II, con imaginativa concisión, como el congreso de refundación de Izquierda Unida. Y tiene mucha razón. Si las izquierdas de Jeremy Corbyn o Benoît Hamon se han ganado a pulso formar parte de ese exquisito club de la progresía inservible (como ya se puede apreciar en el caso del británico y no tardaremos en confirmar en el del francés), la de Iglesias va aún más allá, porque con su estrategia de trinchera renuncia de antemano a competir, a conquistar el cielo de la clase media. Solo juega a mantenerse en la categoría y se retira de la carrera por el título. Él, Echenique, los anticapis y decenas de miles de seguidores opinarán de otra manera. Están en su derecho. Pero lo ocurrido en Vistalegre II, se explique como se explique, tiene una traducción diferente a la utilizada en la versión elegida para consumo interno: la que confirma que la prioridad no es, como repiten y repiten, el desalojo de la derecha del Gobierno, sino otra mucho menos épica directamente relacionada con la conservación de la cuota de poder conquistado.

Y, a todo esto, ¿cómo puede afectar al PSOE Vistalegre two? ¿La victoria incontestable de Pablo Iglesias es tan buena noticia para los socialistas como algunos dicen? Está por ver. Dependerá, y mucho, de cómo resuelvan estos las primarias y el congreso, y de quién o quiénes sean los elegidos para enderezar la nave a partir de junio. Pero esa, es ya otra historia.

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