Ánimo compañeros

26 / 01 / 2018 Agustín Valladolid
  • Valoración
  • Actualmente 0 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 0 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

Francisco Umbral fue uno de los regalos que me hizo Tiempo cuando aterricé como director en la redacción.

Cuando aterricé por primera vez como director en la redacción de Tiempo, el poder se lo repartían José María Aznar y Jordi Pujol, que ya acumulaba 19 años en el Palau de la Generalitat y aún resistiría otros cuatro más al frente del Govern; 23 años de servicios a la patria con un ojo siempre puesto en Andorra. Jesús Gil cavaba su tumba política preparando en Marbella el asalto a la política nacional; y Joaquín Sabina estaba a punto de presentar su soberbio 19 días y 500 noches, y le decía a Sebastián Moreno en una entrevista que “la gente no espera nada porque piensa que todos los políticos, sin excepción, son impresentables”, o sea, lo que venía diciendo de atrás la progresía artística nacional sin que por supuesto hiciera nada al respecto. 

En aquel primer número de mi recién estrenado puesto, Francisco Umbral, en “Madrid 650”, la sección que escribía en el semanario, proponía rega-larle a Pinochet la estatua ecuestre de Franco que aún se levantaba en Nuevos Ministerios, y que, una vez agotada otra de esas insensatas polémicas de las que tanto disfrutamos en este país, se retiraría con ridículo disimulo en una madrugada del mes de marzo de 2005. De Umbral siempre cuento una deliciosa anécdota que recuerda al joven hambriento de gloria de Las ninfas, a ese maravilloso y poliédrico personaje y grandioso escritor que fue: al poco de ser nombrado director de Tiempo le llamé para invitarle a comer con el subrepticio propósito de pedirle que diera por finiquitado “Madrid 650” y comenzara una serie de retratos de personajes reconocibles de la vida pública española. Me dijo que si no me importaba podíamos quedar dos días después, aprovechando que tenía dentista un poco antes de la hora del almuerzo y debajo de la consulta había un restaurante que le gustaba mucho, pero no recordaba el nombre. Le dije que no se preocupara, que me diera la dirección del odontólogo y yo me ocupaba. El restaurante resultó ser Zalacaín, uno de los más caros del Madrid de aquella época.

Umbral fue uno de los regalos que me hizo Tiempo, como antes en Interviú lo habían sido Manuel Vázquez Montalbán o Forges. Bajar de la quinta planta a la tercera en la mítica sede de O’ Donnell 12, cambiar el despacho de director de Interviú por el de Tiempo, no resultó fácil, pero al mismo tiempo fue, ahora lo puedo confesar, una de las grandes alegrías de mi vida profesional. Había sido colaborador de Tiempo cuando solo era el suplemento político de Interviú, y al poco de su salida como semanario independiente me contrataron como corresponsal político. En los últimos años mis artículos han aparecido puntualmente en sus páginas. Semana tras semana, sin faltar una.

Cuando escribo esto no puedo evitar el nudo en la garganta. Siento una gran pena. Ánimo compañeros.

*Agustín Valladolid fue director de Tiempo de 1999 a 2000.

Grupo Zeta Nexica