“La historia me dará la razón”

05 / 12 / 2016 María Asunción Mateo
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El 10 de junio de 1991, la revista TIEMPO publicó en exclusiva mundial una entrevista con Fidel Castro. He aquí sus pasajes más interesantes.

Castro juega al dominó con el entonces presidente de la Xunta de Galicia, Manuel Fraga

¿Por qué siempre el uniforme? ¿Encierra algún simbolismo?

El uniforme, igual que la barba, no tiene nada de intencionado ni ningún significado especial. Como durante la lucha no disponíamos de navajas ni cuchillas de afeitar, crecía la barba, crecía el pelo, y esto, sin que nadie se lo propusiera, se fue convirtiendo en un símbolo, sin proponérnoslo. De tal manera que los campesinos, la población, distinguía al guerrillero revolucionario por la barba. Llegó a ser nuestra identificación, incluso una medida de seguridad, porque cuando trataban de enviar agentes para penetrar en nuestras líneas tenían que prepararlos con mucho tiempo de anticipación: para ser creíbles debían tener una barba natural. En cuanto al uniforme, yo diría que se ha convertido en una comodidad. Lo vestimos durante la guerra, lo continuábamos usando después, nos habituamos a él, igual que el monje se habitúa a su ropa, la enfermera a su cofia... Y después resultaba una cosa muy cómoda y, desde luego la más económica.

Tiene fama de dormir poco. ¿Es la vigilia buena compañera?

Bueno, tal vez esa fama no sea tan fundada; no duermo en exceso, pero procuro hacerlo por lo menos cinco o seis horas, aunque no lo hago con facilidad.

¿Qué acostumbra a leer?

De todo... Siempre suelo tener cerca de la cama cuatro o cinco libros y los elijo según las circunstancias. Si es un libro científico, de biotecnología, medicina o economía –que es la más inexacta de todas las ciencias– y estoy cansado no lo cojo, prefiero leer, por ejemplo, un tomo de los Episodios Nacionales, de los que tengo una magnífica colección que me obsequió Felipe González. Tengo leídos más de veinte, que, por cierto, me ayudaron a comprender el carácter español, la historia de los españoles. Es uno de los obsequios, en materia de libros, que más aprecio. Me gustan mucho también las novelas de García Márquez.

¿Qué queda en el comandante Castro de aquel joven que un día lo dejó todo para iniciar la Revolución?

Yo creo que realmente no dejé nada, ni tuve nunca la impresión de que dejara algo. No se puede ver mi vida como aquel que en un momento dado lo abandona todo, como pedía Jesucristo para seguirlo. Yo nunca tuve la sensación de dejar lo que tenía por seguir algo. Creo que siempre fui inquieto, rebelde desde muy temprano. Alguno de los episodios de mi vida me ayudaron a agudizar ese sentido de rebeldía y así, lo que fueron rebeldías contra determinadas circunstancias o cosas, se volvieron más tarde rebeldías políticas, con lo cual seguí mi vocación. No cambié, y me parece que sigo siendo igual que entonces y que lo que hoy queda de mí es gran parte de aquello que yo era cuando aún era tan joven.

¿Esa rebeldía pudo comenzar con los jesuitas que le educaron?

Ese enfrentamiento con ellos existió, pero más tarde, ten en cuenta que yo ingresé en el Colegio de Belén, la escuela de los jesuitas en La Habana, a los 16 años. Fue una decisión mía que mis padres aceptaron, era el mejor colegio que existía en el país, tenía aproximadamente mil alumnos entre externos e internos... Y unas instalaciones extraordinarias. Ellos me enseñaron el valor elemental de palabras como disciplina, honor, ética, justicia, que yo fui desarrollando a la vez que adquiría conciencia de lo que me rodeaba a través del razonamiento. Nadie me inculcó ideas revolucionarias, tuve que llegar a ellas sin preceptor alguno. Mi rebeldía es un poco genética, quizás mi parte de sangre española, mi parte de sangre gallega, ese carácter español... Porque pocos pueblos hay tan rebeldes como el español... A mí me obligaron a rebelarme desde muy temprano, cuando tenía 6 o 7 años y me amenazaban si me portaba mal con enviarme interno para la escuela. Yo intuí que estaría mucho mejor así, y un día empecé a portarme tan mal que llegué a resultar insoportable y me enviaron interno. Aquella escuela de los Hermanos de la Salle era buena y se vivía mucho mejor que en la casa de la maestra de Santiago, a donde mis padres me habían enviado. Después surgieron conflictos, que llegaron a utilizar la fuerza para cosas intrascendentes, como la disciplina. Llegué, con 11 o 12 años, a un combate personal con el inspector de la escuela, por lo que de ahí me envían a otra casa particular... Mis padres creyeron la versión de la escuela y no querían que estudiase más, y tuve un conflicto serio con ellos porque lo que se proponían me parecía una injusticia y yo quería seguir estudiando.

¿A qué atribuye esa fascinación que tiene sobre su interlocutor?

Partiendo de la premisa de que ejerciera alguna influencia-fascinación, habría que referirse primero a la gente a la que yo hablo. Siempre, desde niño, me gustó la oratoria, leí a Demóstenes, a Castelar, a famosos personajes de la historia. Nunca estudié oratoria, aunque en el Bachillerato de letras había una asignatura que se llamaba así... Que si la introducción, que si la tesis, que si el desarrollo, que si la conclusión... Yo diría que nada de aquello ejerció influencia en mí. Si alguien estudia oratoria se convierte en un orador formal, en un tipo que está con un esquema rígido. Realmente esos estudios o esas lecturas no me influyeron demasiado, porque además me parecían aburridas. Con perdón de Demóstenes y de Castelar, sus discursos me resultarían interminables y aburridos, casi tan largos como los míos... No sé qué pensarán, qué les parecerá a algunos cuando lean después los míos, pero son producto de una inspiración sincera y generalmente improvisados. Aunque tengo que reconocer que en los discursos clásicos había algo especial en la forma de las oraciones y en la belleza de las palabras para conquistar al oyente, pero esto no es lo esencial. Yo creo que la capacidad de persuadir depende de la belleza de las ideas y no de la forma, del contenido de las palabras y no de la belleza de las palabras. Cuando descubrí que el secreto de hablar, el secreto de pronunciar un discurso, era precisamente no pronunciar un discurso, sino conversar con la audiencia, desde ese día logré una cierta capacidad de comunicación y de transmisión de las ideas. Yo entiendo que las ideas que planteo son justas y sobre todo son honestas, porque tú puedes estar equivocado en lo que dices, pero tú tienes que creer en lo que dices, y si crees en lo que dices, puedes persuadir aunque estés equivocado. Creo que los principios fundamentales son esos: que las palabras contengan ideas, que las ideas sean justas o que tú estés absolutamente persuadido de que lo son.

Se habla mucho ahora de la palabra “demagogia”. ¿Quién la ejerce con fuerza en estos momentos?

Casi todos los políticos, sobre todo entre los tradicionales. Pero creo que los que más la ejercen son los políticos norteamericanos, ellos son los campeones de la demagogia.

¿Qué queda de España en Cuba, además de la lengua?

De España quedan muchas cosas más que la lengua.

¿Cosas buenas o buenas y malas?

España nos dejó de las dos; ella, como todas las potencias, como todos los países, tiene de ambas. Buena parte de sus problemas y de sus virtudes nos los transmitió también a nosotros. Yo diría que el pueblo español –si nos olvidamos de los distintos sistemas políticos a lo largo de su historia– es un gran pueblo, un pueblo extraordinario. Y España no es solo uno, es una mezcla, un conjunto de pueblos. Sería un error mirar al español como un pueblo absolutamente homogéneo, puro, porque en la propia España hay varios de ellos. Un carácter es el del gallego, otro el del andaluz, el del catalán, el del vasco, el asturiano, o la gente de Castilla. Yo mismo tardé en darme cuenta de eso, y en la medida en que lo descubría se me hacía más y más interesante España. De España hemos recibido algunas cosas que fueron parte de su historia y de los sistemas políticos que tuvo. Por ejemplo, los hábitos guerreros, que son una virtud o un defecto, pero lo real es que los primeros españoles que llegaron a Cuba llevaban 800 años luchando por su independencia. Si lo miramos desde ese ángulo, del espíritu patriótico, nacionalista, español, luchador por la independencia, es una virtud ese espíritu guerrero. Si lo miramos desde el ángulo de un país que conquista territorios y usa la fuerza para imponer su dominio, es algo negativo. Los españoles tuvieron espíritu de conquistadores de sueños y esa característica sirve de caldo de cultivo a muchos privilegios, hábitos, costumbres, mal uso de los recursos administrativos y también a la corrupción. Pero había una España que llevaba consigo la tendencia a la organización; dondequiera que llegaban los españoles les organizaban el ayuntamiento, las autoridades locales, la administración, establecían las leyes. Nos transmitió, por tanto, la legislación de Roma, las costumbres, instituciones, públicas... Algunas positivas, otras negativas. Hay una mezcla de todo. Entre las mejores cosas está la lengua, que es un precioso patrimonio, porque hoy nos sirve de entendimiento universal a todos los latinoamericanos. Los españoles, además de su cultura, nos transmitieron también su espíritu rebelde, ese carácter, ese temple que se combinó aquí con la sangre india y la sangre africana. Nosotros nos alegramos muchísimo de ser una mezcla de sangre, de españoles, africanos y de indios, en distintas proporciones y grados. Porque hay algunos países latinoamericanos que son casi europeos, pero la inmensa mayoría somos pueblos mezclados. Y de ese cruce de sangre han resultado pueblos y etnias nuevas que nos han dado una riqueza extraordinaria. Te hablé del espíritu rebelde, pero te podría hablar, además, del tesón español, de la constancia, del espíritu de trabajo, de la obstinación o la terquedad, o como quieran llamarlo, de los españoles. Hemos recibido algunos factores negativos, pero te lo digo con toda honestidad, también muchos factores positivos.

Debo decir, con toda justicia y en honor suyo, que Franco tuvo una gran paciencia, una paciencia infinita con nosotros. Y cuando el Gobierno de Estados Unidos quería que España rompiera las relaciones diplomáticas con Cuba, Franco se obstinó en no romperlas. Quizá porque se educó en la tradición que dejó aquella guerra oportunista de fines del pasado siglo, en que Estados Unidos interviene en Cuba con un propósito imperialista y no de ayuda a su independencia. Nuestra visión histórica de aquella guerra es muy negativa, por el oportunismo que entrañó, por lo que significó de dominación sobre Cuba durante casi sesenta años. Fue también una guerra humillante para España.

Le habrán dicho ya muchas veces que es un mito viviente, ¿no? Pero, comandante, ¿quién puede sustituir a un mito?

Primero, me preocupa eso de la palabra “mito”, y todavía más la de “viviente”, porque al mito se le puede dar una especie de connotación de algo que ya no existe, y los mitos deberían existir después de la muerte de la gente, ¿verdad? Yo creo que ese es un mérito de Estados Unidos, principalmente, porque allí han hablado mucho de nosotros, nos han hecho mucha oposición, han sido demasiado hostiles. Y en la medida en que un país tan poderoso, con tantos recurso, ha luchado contra un país tan pequeño como Cuba y no ha podido vencerlo, en la medida en que ha hablado tanto de nosotros y tan mal, ha contribuido a darnos una publicidad universal. Creo que la Revolución tiene un mérito grande: haber resistido. No es un mérito mío, sería absolutamente injusto, arbitrario, atribuírselo a un solo hombre. Pero suele ocurrir así, que le atribuyen a un hombre los méritos de millones, a un general las glorias de los que mueren en los combates, cuando muchas veces él está distante dando órdenes. En el caso de Cuba, los méritos de nuestro pueblo, como ha ocurrido históricamente, por alguna ley psicológica se tiende a atribuirlos a los jefes. Sin embargo, yo no pienso así, creo que nuestro pueblo tiene grandes méritos en lo que se ha hecho y en lo que falta por hacer y eso es lo que contribuye a darle una gran fama, a que se conozca mucho el nombre de Cuba. También influye el que muy pocos países están en condiciones –o no se atreven– a desafiar a los poderes y Cuba ha sido capaz de hacerlo. Durante mucho tiempo dijeron, incluso, que éramos un satélite de la URSS. Hoy, que se han producido cambios importantes en la Unión Soviética, en que hay una situación mundial distinta, hoy que no existe la Guerra Fría, se ve con más claridad que nunca que el pueblo de Cuba es un pueblo soberano, un pueblo independiente que no es satélite de nadie, que gira en torno a principios y a ideas. Somos satélites de un sol de justicia y de un sol de ideas revolucionarias, pero no de ninguna nación, de ningún país. Estos últimos acontecimientos internacionales y la valentía con que el pueblo de Cuba se enfrenta a las consecuencias de esa situación internacional contribuyen a aumentar el prestigio de Cuba, como país heroico, como país valiente en muchas áreas, sobre todo en el Tercer Mundo, donde las simpatías hacia nosotros son muy grandes, aunque no tanto como en el mundo desarrollado. Entonces suele decirse “Castro hizo esto, Castro hizo lo otro” y personalizan en alguien los procesos históricos. Yo no tengo esa concepción de la historia, siempre se lo atribuyo al pueblo. A todo lo que te he dicho se puede deber, en parte y explica el que alguien diga de mí que soy eso que tú llamas un “mito viviente”.

Una de sus frases más difundidas y admiradas es “La historia me absolverá”, que da título a un libro suyo, ¿Cree que la historia ya le ha absuelto o tiene que pasar todavía mucho tiempo?

Si piensas con realismo, la historia ha tenido distintas interpretaciones a lo largo de 3.000 años y tú no puedes asegurar la imparcialidad de ella, porque depende de los que la escriben, de las ideas de quienes la escriben y del sector social desde donde se escribe. De la historia de Grecia unos cuentan maravillas, otros dicen que fue una sociedad que de democrática no tenía nada, que era una oligarquía, donde unos pocos tenían derecho al voto mientras la inmensa mayoría estaba privada de ese derecho, y que los demás eran esclavos. Sin embargo, siempre se cita a Grecia como ejemplo de democracia. Después se habló de Roma y del Senado romano y la historia contemporánea cuenta que fue un gran imperio y todas esas cosas que se saben. Durante la Revolución francesa, por ejemplo, exaltaban a Bruto, que asesinó a César. Después vinieron otros revolucionarios y dijeron que Bruto representaba la oligarquía romana y que César había sido defensor de los derecho de los plebeyos en Roma... y así se ha escrito a favor y en contra de Cicerón y de montones de personajes de la historia. Cuando yo pronuncié la frase “La historia me absolverá”, me estaba refiriendo a acontecimientos muy concretos: el ataque al cuartel Moncada, el juicio que se me hizo con relación a este ataque. Tiene un sentido relativo en el que el pueblo reconocerá un día la causa, las naciones reconocerán un día la justicia de nuestra causa. Los hechos nos darán la razón, fue lo que quise decir, y así fue. Cada día hay otra nueva historia, toda la historia de la Revolución, del proceso revolucionario, de la construcción del socialismo en Cuba, con nuestros aciertos y nuestros errores. Pero si yo pudiera estar en una situación igual y fuera a haber un juicio, no tendría duda en repetir otra vez la misma frase: la historia me absolverá. Porque más tarde o más temprano los pueblos nos darán la razón. Hoy ya nos la dan una gran parte de ellos. Los pueblos mirarán con admiración esta página escrita durante mas de treinta años por la Revolución cubana, los hecho al final nos darán la razón. No se puede saber si mañana o pasado mañana, pero cuando tú tienes confianza absoluta en la justeza de lo que estás haciendo, es en ese sentido en el que yo diría otra vez: la historia nos absolverá.

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