Una mancha en la vida de Mandela

08 / 07 / 2013 11:27 Luis Reyes
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Winnie Mandela, esposa del dirigente negro durante 38 años, ha sido una pesadilla para ‘Madiba’. No es solo corrupción, robo o chantaje lo que ha ensuciado su apellido, sino también torturas y asesinatos.

El lugar común de que tras cada gran hombre hay una gran mujer no se puede aplicar a Nelson Mandela. Su esposa durante 38 años, Winnie Madikizela Mandela, es más bien su punto oscuro, una vergüenza en su vida aunque él no sea responsable, pues estuvo encarcelado durante casi todo el matrimonio. Pero durante ese larguísimo periodo, Winnie arrastró el apellido de Mandela por el fango, aunque era tanto el prestigio de él que se quisieron ignorar los crímenes de ella. No se puede decir que sea una Lady Macbeth porque no pretendía que su esposo fuese rey, sino lograr poder y riqueza para sí misma, pero sí coincide con el personaje de Shakespeare en que sus manos están manchadas de sangre de forma indeleble.

Winnie era una trabajadora social de 20 años cuando en 1956 conoció a Mandela, 18 años mayor y divorciado. Se casaron en 1958 y tuvieron dos hijas, pero convivieron solo un lustro antes de que él fuese a la cárcel. Winnie se había convertido en viuda de hecho, pero era la viuda de un mito que fue creciendo con los años. Winnie siguió la estela del activismo político de su esposo ausente, lo que le costó ir dos veces a la cárcel por cortos periodos y ser confinada en una aldea durante siete años. Después de esto se instaló en Soweto, el suburbio negro de Johannesburgo, donde era una auténtica cacica, con el prestigio que le daba el apellido Mandela acrecentado por la persecución que había sufrido. La llamaban la Madre de la nación.

Su estilo sin embargo no casaba con la imagen de serenidad y abnegación que transmitía Mandela. Winnie era soberbia, autoritaria y rapaz, como si pensara que, por ser quien era, tenía derecho de pernada sobre toda la comunidad negra. Su discurso político era demagógico y no ya violento, sino brutal: en los mítines predicaba la “liberación de este país” mediante el uso de “cerillas y necklaces”, es decir, llantas de neumáticos encajadas en el cuello de alguien a las que se prende fuego, provocando una muerte horrible.

Hay que resaltar que el necklace jamás se aplicó a los odiados racistas blancos que oprimían a los negros, sino a los negros acusados de colaboracionistas, lo que en realidad se achacaba a cualquiera que no acatase la dictadura de la Madre de la nación. Winnie impuso un reinado de terror en Soweto sirviéndose de una guardia pretoriana, que usaba la curiosa tapadera del Mandela United Football Club. No eran futbolistas sino pistoleros, mafiosos, sicarios dispuestos a torturar y matar.

Es difícil establecer todos los atropellos, extorsiones, robos, palizas y asesinatos –al menos 10– en los que ha estado implicada Winnie porque, incluso a día de hoy, los testigos están atemorizados por las prácticas mafiosas de la ex de Mandela. En 1991 se conoció en profundidad un caso –uno de tantos– porque Winnie fue procesada y condenada a seis años de prisión por el secuestro con resultado de muerte de un niño de 14 años. El caso, no obstante, resulta paradigmático de la forma de entender la política de Winnie.

El infanticidio. Había en Soweto un pastor metodista, el reverendo Paul Verryn, rival político de Winnie, que decidió quitarlo de en medio. En vez de asesinarlo, Winnie concibió un plan más elaborado para desacreditarlo. El pastor acogía en su casa a cuatro adolescentes, y Winnie se presentó un día con sus guardaespaldas, capitaneados por el entrenador del club de fútbol Mandela, y los secuestró. Quería que los chavales acusaran al reverendo de corrupción de menores, y para lograr que confesaran lo que convenía les aplicó el método clásico de la Inquisición, la tortura. Al entrenador se le fue la mano y uno de los chicos, Stompie Moeketsi, de 14 años, murió.

El crimen ocurrió en 1988 y el juicio de Winnie y sus futbolistas tuvo lugar en 1991. Todavía gobernaba el poder blanco, pero De Klerk ya había liberado a Mandela y puesto en marcha la liquidación del apartheid. Fue inevitable condenar a Winnie, dadas las evidencias, pero esa sentencia era una patata caliente que quemaba en las manos de quienes querían hacer un traspaso de poderes pacífico. ¡Ahora que habían liberado al prisionero de Robben Island, no iban a meter los blancos a su esposa en la cárcel! Los abogados de Winnie recurrieron y en la revisión se la condenó simplemente a una multa.

Al año siguiente Winnie fue acusada del asesinato del doctor Abu Baker Asvat, un miembro de la comunidad india famoso por su trabajo humanitario y dirigente de un partido rival del CNA, asesinado a tiros por dos pistoleros. El doctor Asvat era un importante testigo del asesinato del niño Moeketsi, y su eliminación al poco del primer crimen quitó de en medio una amenaza para Winnie, pero no fue posible probarle nada. La propia muerte del doctor Asvat era una lección para cualquier posible testigo de cargo contra Winnie, y explica lo difícil que es encontrarlos hasta hoy día.

Además, ¿quién querría ensuciar el nombre de Mandela, la esperanza de blancos y negros en una transición pacífica? Sin embargo, el propio Mandela se estaba dando cuenta del monstruo que había crecido en su familia durante su cautiverio, y ese año de 1992 se separó de Winnie, aunque en términos amistosos. No obstante, un año después Winnie pareció completamente blanqueada cuando el CNA la eligió presidenta de su rama femenina, y en 1994, al formarse el primer Gobierno negro de Sudáfrica tras las primeras elecciones en que votaron todos, Nelson Mandela nombró a su todavía esposa ministra de Cultura y Ciencia.

La personalidad de Winnie no permitía sin embargo componendas. Con un ministerio en sus manos, las corruptelas que había practicado en Soweto se multiplicaron a escala nacional. Las acusaciones de abusos y enriquecimiento criminal se acumulaban, y Nelson Mandela tuvo que echar del Gobierno, tras un año en el cargo, a aquella mancha negra que ensuciaba su vida.

Todavía le faltaba tragarse un sapo a Nelson Mandela por culpa de su mujer. Winnie era también una depredadora sexual. Sus escandalosas relaciones con otros hombres ponían en ridículo a su marido, que tuvo que pasar por la vergüenza de que un periodista le mostrara una carta de amor de Winnie a un amante. Esto es un pecado privado que no tiene que ver con la ejecutoria pública de una figura política, y el presidente Mandela se vio obligado a dejar su pedestal de Padre de la nación y acudir a un tribunal como cualquier marido ultrajado, pues fue imposible un divorcio amistoso por las exigencias económicas de ella.

Comisión de la verdad. La ruptura de lazos con su exesposa no significó que Nelson Mandela se librase de la carga de Winnie. Utilizando un arma que manejaba con destreza, la demagogia, se dedicó a envenenar las relaciones interraciales, a animar a los negros a que se tomaran la justicia por su mano por los años de opresión blanca, y luego a acusar a los gobernantes negros moderados de haberse convertido en blancos y perpetuar la situación.

Cuando en 1996 se puso en marcha en Sudáfrica la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que debía examinar los crímenes políticos del apartheid, resultó inexcusable incluir en la investigación a Winnie Mandela. Las conclusiones del informe final, en 1998, son esclarecedoras tanto por lo que dicen como por lo que no dicen: “La señora Winnie Madikizela Mandela es política y moralmente responsable por las graves violaciones de los derechos humanos cometidas por el Mandela United Football Club”.

En el año 2003 un poder negro que aún no había cumplido una década encarceló a Winnie Mandela, la que seguía presentándose como Madre de la nación. Mandela ya había dejado la presidencia y estaba retirado de la política. Winnie fue acusada de 43 cargos por robo y fraude y condenada a cinco años de prisión, aunque solamente pasó 8 meses tras las rejas. Sus abogados lograron una revisión del juicio en la que se libró de los cargos por robo, aunque se mantuvo su culpabilidad en los fraudes, pero este es un delito menor y fue puesta en libertad, para que siguiera su carrera de agitadora política y ave rapaz.

Ahora, ante el final de Mandela, esa ave convertida en necrófaga planea a la espera de hincar su pico en el cadáver del prisionero de Robben Island.

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