Sudáfrica después de Mandela

11 / 07 / 2013 11:54 Alfonso S. Palomares
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Tras una intensa vida de luchas y fatigas, Mandela quiso poner fin a su carrera política y dejar Sudáfrica en manos de líderes que continuaran con su viejo sueño humanista de la “igualdad en la diversidad”.

El gran Nelson Mandela tenía 81 años al terminar el mandato presidencial en 1999, después de una intensa vida de luchas y fatigas, aparte de conseguir el sueño de construir una sociedad multirracial. Todos comprendieron y aceptaron que pusiera fin a su vida política como deseaba, pero había que hacer las cosas con orden para que la gran obra que había comenzado no se viniera abajo como un puente edificado sobre arenas movedizas, cosa fácil en una sociedad tan variada como la sudafricana, formada por un arcoíris de razas, lenguas y tribus; profundas diferencias económicas y culturales en una geografía estridente, con un cielo cruzado por miles de pájaros distintos y la tierra poblada por toda la gama de flores y árboles, de ahí el exigente lema que le puso Mandela: “Igualdad en la diversidad”. Toda una filosofía de gobierno. Un sueño humanista. Armonía para el futuro.

Para que todo saliera bien dentro de las nuevas coordenadas constitucionales y los estatutos del partido Congreso Nacional Africano (CNA) las fichas del complicado ajedrez comenzaron a moverse en 1997 con la celebración del 50 Congreso del CNA. El cometido principal de ese congreso era elegir al sucesor de Mandela al frente del partido y que después se convertiría en candidato a las presidenciales de 1999. Para hacerse con las dos presidencias había un candidato claro, Thabo Mbeki, vicepresidente con Mandela tanto en el partido como en la República; además el gran hombre, el mito y el héroe fundador de la nueva Sudáfrica, el entrañable Madiba, lo había señalado con el dedo para ese cometido. Tenía 55 años y una biografía brillante de luchador y hombre pragmático. Siendo muy joven entró en el CNA, del que sus padres eran activos militantes y tratando de emularles se comprometió con todas las batallas partidarias. La lucha contra la segregación racial se convirtió lógicamente en su apuesta prioritaria. Pronto empezaron a buscarle varios cuarteles de policía y a reclamarle desde distintos juzgados; solo le quedaban dos caminos por delante: ir a la cárcel o encontrar la salida hacia el exilio y seguir desde fuera la lucha irrenunciable. Consiguió llegar a Inglaterra y más tarde le vemos como flamante estudiante en la Universidad de Sussex, donde consiguió la licenciatura en Económicas. No iba a utilizar su titulación de economista para encontrar un trabajo confortable en Gran Bretaña, lo utilizaría como una nueva arma para su lucha. Siguiendo las indicaciones del partido se trasladó a la Unión Soviética para recibir instrucción militar, ya que si la opción pacífica no daba sus frutos, quedaba el camino de la violencia por la que habían apostado muchos dirigentes, entre ellos Madiba. De la Unión Soviética se trasladó a África, una África agitada por la esperanza después de la larga noche colonialista. “Larga noche colonialista” era la metáfora más utilizada por los nuevos líderes africanos que anunciaban amaneceres radiantes. Volvió a Sudáfrica cuando Mandela salió de la cárcel y el Gobierno racista parecía dispuesto a negociar sobre las bases de las propuestas del CNA.

El poder del pragmatismo. De hecho, él fue el negociador de la vertiente económica. Este era el perfil del hombre que iba a tomar el relevo de Mandela al frente del partido y como candidato a la presidencia. No tenía un gran carisma, pero era pragmático, se dijo entonces que ese era el perfil que convenía en la nueva etapa, pues en la apuesta carismática no tenía nada que hacer en comparación con su predecesor. En donde hubo conflicto fue a la hora de elegir vicepresidente, la exmujer de Mandela, la célebre Winnie, a la que algunos llamaban madre de la patria, aspiraba abiertamente a la vicepresidencia del partido. Winnie era una mujer activa y llena de inquietudes que le crearon problemas entre la Liga de Mujeres. Ya se había divorciado de Madiba. Jacob Zuma se impuso a Winnie alzándose con la vicepresidencia. Zuma era un conocido dirigente que lideraba el ala izquierda del partido con un una atractiva y cálida retórica populista, además había sido uno de los compañeros de Mandela en la prisión de Robbe Island. Otro nombre a tener en cuenta para el futuro es el de Kgalena Motlanthe, que fue elegido secretario general.

Mbeki ganó las elecciones con una contundente mayoría absoluta. Tenía por delante muchos desafíos, el primero, mantener la pluralidad y la coexistencia de derechos entre las razas, pero también había que luchar contra la pandemia del sida, que afectaba a más de cinco millones de compatriotas, contra la violencia común, especialmente en los alrededores de las grandes ciudades, por la reducción de la pobreza y contra las desigualdades, por eso trató de darle forma al programa de discriminación positiva a favor de los negros sin alterar el principio de coexistencia, pero había que reparar las injusticias. La economía crecía razonablemente, pero no lo suficiente para contentar a todos. Además, la distribución de la riqueza no era fácil, pues la mayor parte de los bienes estaba en manos de sus antiguos propietarios.

Mbeki se convirtió en un presidente altamente polémico cuando cuestionó el consenso científico de que el sida no lo causaba el virus VIH y que, por lo tanto, los medicamentos antirretrovirales no lo curaban. En un tenso congreso sobre el sida, arropado por un grupo de científicos heterodoxos, defendió que no había que suministrar antirretrovirales a las mujeres embarazadas para evitar que los hijos nacieran con el virus. Había una razón de fondo que movía a Mbeki, pero que solo confesó a medias: los medicamentos eran muy caros. Quienes defendían la eficacia del tratamiento contra ese virus acudieron a los tribunales logrando una sentencia favorable. A pesar de todo, la aplicación se fue retrasando, tanto que, cuando tuvo que abandonar el poder, le culparon de la muerte de 365.000 personas a causa del sida por no haberles aplicado el medicamento adecuado a su debido tiempo.

Bonanza económica. Mbeki siempre defendió y trató de comprender a un tipo como Robert Mugabe, acusado de haber diezmado a la oposición de Zimbabue con métodos violentos y haber amordazado a la prensa e impedido la independencia del poder judicial. A pesar de su pésima gestión en el asunto del sida y de la defensa de Mugabe, Thabo Mbeki ganó las elecciones de 2004 con una confortable mayoría absoluta. La economía había crecido al 4,5% y se había creado bastante empleo dando origen a una cierta clase media entre los negros. Convirtió el país en el centro del crecimiento de África, algo bastante lógico si tenemos en cuenta que posee el 25% del PIB del continente. Fue quien creó el eslogan: “Renacimiento africano”. Suena bien, aunque la realidad no se compadece con la frase.

Los conflictos con el vicepresidente Zuma coincidieron con el inicio del segundo mandato de Mbeki y tuvieron serias consecuencias sobre la gobernanza del país y sobre la estabilidad en el seno del CNA. El consejero económico de Zuma, Shabir Shaik, fue condenado a 15 años de cárcel por aceptar sobornos en unas operaciones de compra de material para el ejército. La sospecha se extendió sobre Zuma, que terminó siendo acusado por la fiscalía, parece que por instigación del presidente. Mbeki dio un paso más y le destituyó como vicepresidente, pero Zuma no es un hombre que aceptara fácilmente la derrota y se refugió en el partido, donde contaba con fuertes apoyos, entre ellos el del sólido secretario general, Kgalena Motlanthe. Al año de dejar la vicepresidencia, cuando Zuma diseñaba el asalto al poder, se vio envuelto en un nuevo escándalo: la hija de un amigo le acusó de violación y además anunció que esperaba un hijo como consecuencia de ese acto. Zuma se presentó ante el tribunal, afirmó que habían sido unas relaciones sexuales consentidas y que reconocía al hijo. Sucedió en medio de una campaña publicitaria en la que para combatir el sida se recomendaba el uso del preservativo y evitar los cambios de pareja. En respuesta al tribunal, Zuma confesó que no había usado preservativo, pero que se había lavado concienzudamente después, dando por supuesto que con solo lavarse evitaba el contagio. Le llovieron las críticas. Fue absuelto del delito de violación porque la muchacha se dio por satisfecha con el reconocimiento del niño.

Sin buscarlo, apuntalaron sus estrategias en la lucha por el poder las denuncias del prestigioso arzobispo de Ciudad del Cabo, Desmond Tutu, Nobel de la Paz, contra la política económica de Mbeki por no hacer lo suficiente para mejorar la situación de los pobres y promover medidas económicas que solo beneficiaban a una pequeña élite negra. Los tribunales absolvieron a Zuma de los delitos de corrupción y este puso en marcha sus ambiciones presentando la candidatura a la presidencia del partido en el congreso que iba a celebrarse en 2007. Fue un congreso a cara de perro. Por una parte, el presidente Mbeki llevaba como aspirante a la vicepresidenta a Nkosazana Dlamin-Zuma, antigua mujer de Jacob Zuma. Este, que llevaba como vicepresidente a Motlanthe, ganó ampliamente la partida y a continuación puso en marcha una serie de acusaciones contra Mbeki, que se vio obligado a dimitir de la presidencia de la República, bajo amenaza de destitución. Zuma fue proclamado candidato a las elecciones presidenciales de 2009, para cubrir el tiempo que faltaba y cumplir con las fechas constitucionales, y Motlanthe fue nombrado presidente provisional  hasta que se celebraran las elecciones que terminó ganando Zuma por amplia mayoría absoluta.

A la sombra de Mandela. A los pocos meses de comenzar el mandato le estalló un nuevo escándalo al flamante presidente: había dejado embarazada a la hija de un amigo y esperaba su descendiente número veinte. En medio de este escándalo pronunció un importante discurso en el Parlamento. Escuchándole, en una de las tribunas, estaba Mandela, flanqueado por dos mujeres; a un lado su exesposa Winnie y al otro, la actual, Graça Machel. El presidente señaló que iba a ser el año de la acción contra la pobreza, el paro juvenil y la desigualdad social. Habló también de educación, de salud, de desarrollo global, de creación de empleo y de la lucha contra el sida. Terminó con apelaciones a la reconciliación, el no al racismo y por una construcción del futuro con blancos y negros. Estuvo brillante y recobró parte del prestigio perdido.

Su Gobierno ha luchado por esos desafíos, francamente difíciles, con más o menos éxito. La crisis financiera mundial está afectando seriamente a sus programas por la igualdad y el empleo. A pesar de que Mandela seguía desde la distancia y tratando de no inmiscuirse en la evolución política del país, su inmenso prestigio era como una sombra benéfica para sus sucesores.

Ahora la pregunta es: ¿sin Mandela seguirá la construcción del país basada en la coexistencia de blancos y negros con iguales derechos?

El tiempo lo dirá. No son horas de profecías.

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