La filmoteca de Camelot

21 / 11 / 2013 13:03 Antonio Díaz
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Películas fundamentales para ahondar en la vida y el mandato presidencial de JFK y para entender la fascinación por su figura cincuenta años después.

A mediados de 1961 el periodista Fletcher Knebel entrevistó al general Curtis LeMay, por entonces jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos. En una declaración off the record, este militar acusó al flamante presidente John F. Kennedy de “cobarde” por su manera de gestionar la invasión de Bahía de Cochinos en abril de ese mismo año. Sus palabras no aparecieron publicadas, pero inspiraron al reportero el argumento para una novela de política-ficción que escribiría a cuatro manos con el también periodista Charles W. Bailey II. Publicada en 1962, Siete días de mayo imaginaba a un militar de alto rango que confabula para asesinar a un presidente ficticio llamado Jordan Lyman por su intención de firmar un tratado bilateral de desarme nuclear con la Unión Soviética a principios de la década de los setenta.

El éxito de aquel texto de pura conjetura despertó el interés de la productora Universal, que puso al mando al cineasta John Frankenheimer para que dirigiera a Burt Lancaster, Kirk Douglas y Ava Gardner en los papeles principales. A JFK le había gustado mucho la película anterior de este director, El mensajero del miedo –otra intriga política–, y facilitó el rodaje de algunas escenas en los exteriores de la Casa Blanca, según cuenta este cineasta en los audiocomentarios de la edición de lujo en DVD. El actor Kirk Douglas asegura en su autobiografía, El hijo del trapero, que el presidente en persona le convenció para que rodase esta película. Y se rodó durante 1963, pero este clásico indiscutible del cine de suspense no se pudo estrenar hasta febrero del año siguiente: el asesinato de Kennedy estaba demasiado reciente y las teorías conspiratorias bullían.

Cincuenta años después estas teorías siguen en el imaginario colectivo. En cine se han registrado muchas de ellas, en documentales –algunos de ellos de dudoso valor historiográfico– y en recreaciones ficcionadas. La primera en llegar fue Acción ejecutiva, también protagonizada por Burt Lancaster, en la que se especulaba con la posibilidad de que varios miembros de la Agencia de Inteligencia y políticos de extrema derecha del país pudieran haber ordenado la ejecución del presidente. La más célebre es JFK. Caso abierto (1991), de Oliver Stone, en la que el cineasta neoyorquino reconstruía con excelente pulso las pesquisas del fiscal del distrito de Nueva Orleans Jim Garrison (al que interpretaba Kevin Costner) y las conclusiones del Comité Selecto de la Cámara sobre Asesinatos, que se oponían frontalmente a las conclusiones de la Comisión Warren –que señalaban a un solo responsable, Lee Harvey Oswald– y presentaban indicios de la supuesta existencia de una posible intriga política.

Al margen de su asesinato, su figura ha dado para otros muchos retratos. En vida pudo contemplar el elogioso –e interesante– filme PT 109 (1962) sobre su hazaña al mando del rescate de una lancha torpedera durante la Segunda Guerra Mundial. A principios de los noventa el telefilme JFK: una juventud rebelde retrató su carácter, sus convicciones y sus ambiciones. Y ya en el presente siglo se estrenó la que probablemente sea la obra capital de su mandato, Trece días (2000), que reconstruye los angustiosos momentos vividos en la Casa Blanca durante la Crisis de los Misiles de 1962.

En 2011 se emitió la miniserie Los Kennedy, que recorría en ocho capítulos las relaciones de esta familia a la que la esposa del presidente describió en alguna ocasión como “Camelot”. Más amable y más reciente es el fragmento dedicado a su mandato en El mayordomo, que recorre seis décadas de la historia de Estados Unidos a través de la mirada del criado principal de la Casa Blanca. Este año, coincidiendo con la fecha del aniversario, se estrena en EEUU el telefilme Matar a Kennedy, basado en el ensayo homónimo de Bill O’Reilly y Martin Dugard, protagonizado por Rob Lowe y producido y emitido por la cadena National Geographic (que también lo emitirá en España a través de su canal de pago).

Paradójicamente, la película de su vida fue precisamente la que registra su muerte: la filmación de Abraham Zapruder, videoaficionado que capturó la secuencia del tiroteo que acabó con la vida del presidente. Es la muerte en directo más famosa de todos los tiempos –se puede encontrar en YouTube en una infinidad de velocidades– como demostró el artista experimental italiano Emilio Isgrò en una de sus obras más famosas, Jacqueline, constituida por un lienzo emborronado, una flecha y un pie de foto: Jacqueline (indicada por la flecha) se inclina sobre su marido moribundo. El cuadro lo pinta el espectador con un fotograma rescatado de su memoria. Un fotograma de la película de Zapruder.

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