El Papa corre peligro

21 / 07 / 2014 Luis Algorri
  • Valoración
  • Actualmente 0 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 0 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

Francisco excomulgó a los mafiosos y estos han sido los primeros en dejar claro que están contra él. Pero no son los únicos. Ultraconservadores, católicos, ateos y hasta frikis son también enemigos del papa Bergoglio.

Jorge Mario Bergoglio seguramente nunca imaginó que un día iba a protagonizar un episodio digno de las aventuras de Don Camilo y Peppone que escribió Giovanni Guareschi. Lo único que diferencia la realidad de la ficción es que Guareschi nunca metió crímenes en sus relatos.

Hace apenas tres semanas, Bergoglio, convertido en papa Francisco, viajó a Cassano all’Ionio, un pueblo de Calabria situado en el empeine de la bota italiana. Un lugar lleno de viejos que apenas llega a los 15.000 habitantes, pero aquella tarde Francisco habló delante de más de 200.000. E hizo algo que ningún papa se había atrevido a hacer hasta ahora: excomulgó a la ‘Ndrangheta, la todopoderosa mafia calabresa, la más feroz de las cuatro organizaciones mafiosas que martirizan el sur de Italia.

El Papa estaba furioso. Bergoglio no es hombre de grandes cóleras sino un tipo bondadoso, pero en Cassano estaba fuera de sí. Para mantener su autoridad, sus ingresos y el imperio del miedo que les permite prosperar, la ‘Ndrangheta había asesinado a Cocó Campolongo, un niño de 3 años, y a su abuelo. Fue una venganza contra la familia. Los encerraron en un coche y les prendieron fuego. Eso fue en enero pasado. La indignación del Papa no era, pues, en caliente sino perfectamente premeditada.

Pero la excomunión era demasiado. Nunca un papa se había atrevido a tanto. Los mafiosos son personas muy religiosas en el sentido funcional de la palabra: son perfectamente capaces de asistir a misa, participar de los sacramentos y emocionarse con la sangre de San Pantaleón mientras asesinan, roban y amedrentan a la gente. Lo primero es, para ellos, una tradición sin la cual no saben vivir. Lo segundo, un medio de vida.

La reacción de la ‘Ndrangheta, al menos hasta ahora, es la que hace recordar a Don Camilo y a Peppone. Su primera protesta fue, por así decir, litúrgica. En Oppido Mamertina, otro pueblo calabrés, se celebraba una procesión en la que los hombres del pueblo, vestidos todos con veraniegas camisetas blancas, llevaban a hombros una imagen de la Virgen. Fue el miércoles 2 de julio. Los costaleros desobedecieron al obispo Francesco Milito y a las Fuerzas del Orden, que estaban representadas por dos carabineros, y detuvieron la procesión delante de la casa del viejo Beppe Mazzagati, un conocido capo de la mafia condenado a cadena perpetua pero que cumple el arresto en su domicilio por razones de edad. Allí inclinaron la imagen de la Virgen en señal de respeto. Y de desafío al Papa. Que se sepa, es la primera vez que la Madre de Dios participa, siquiera sea involuntariamente, en una protesta de estas características.

Boicot eucarístico.

No quedó ahí la cosa. El domingo siguiente, dos centenares de mafiosos encarcelados en la prisión de alta seguridad de Larino (también en el sur de Italia) decidieron aumentar la presión de un modo, para ellos, terrible: se negaron a ir a misa en la cárcel. “Si estamos excomulgados, para qué vamos a ir”, dijeron, y no fueron a comulgar. Aparte de esa zona, del propio Vaticano y del pueblo inventado de Don Camilo y Pepón, saque la cuenta el lector de en cuántos lugares del mundo podría llevarse a término una protesta mediante huelga de misas.

La scomunica es una dramática palabra que aparece, por ejemplo, en la ópera Cavalleria rusticana, de Mascagni. Francisco, con la excomunión (la pena canónica más grave que puede imponerse a un católico: se le aparta de la Iglesia) culmina un proceso de acoso a la mafia que comenzó dos meses después de que saliese al balcón de San Pedro por primera vez. El 25 de mayo de 2013 Francisco, por medio del cardenal siciliano Paolo Romeo, hizo beato al cura Giuseppe, Pino, Puglisi, asesinado por la mafia siciliana en Palermo 20 años atrás.

La campaña de Bergoglio contra los mafiosos tuvo otro de sus hitos en marzo pasado, cuando el Papa, en la parroquia de San Gregorio VII de Roma, se reunió con los familiares de 842 personas asesinadas por la mafia. Allí se leyeron, uno por uno, los nombres de aquellas víctimas. Junto al Papa, cuya cara de disgusto lo decía todo, estaba sentado Dom Luigi Ciotti, creador de Libera, la gran fundación antimafia de Italia. El Papa, para bendecir a los fieles que abarrotaban el templo, se puso la estola de Giuseppe Diana, otro cura asesinado hace 20 años por la Camorra napolitana.

En esa reunión de San Gregorio, Francisco tuvo palabras terribles para la mafia. Les amenazó con el infierno. Les conminó a convertirse, a ellos, que se tienen por más católicos que nadie. Fue mucho más lejos que Juan Pablo II, que nunca llegó a pronunciar la palabra mafia (solo habló del fenómeno mafioso, como si se produjese por causas meteorológicas) a pesar de que, al principio de su pontificado, la Cosa Nostra ponía bombas en iglesias.

Pero ni Francisco ni nadie había llegado a la palabra maldita: excomunión. Todo indica que las protestas no han hecho más que comenzar. La sanguinaria ‘Ndrangheta difícilmente se conformará con manipular una procesión y con montar un chusco boicot eucarístico en una cárcel. Pero, de momento, han hecho algo que casi nadie había tenido, hasta hoy, el valor de hacer.

Se han puesto enfrente del Papa. Públicamente. Este Francisco que tan bien parece caer a todo el mundo ya tiene enemigos declarados. El problema, el verdadero problema, es que tiene muchos más... que no lo dicen tan claro.

Los tradicionalistas.

Algunos sí. Buena parte de los obispos polacos y unos cuantos croatas están hasta las narices del papa Bergoglio y no se lo callan. Dicen que su estilo humilde, rápido, sonriente y siempre contento ni les gusta ni va con ellos. El presidente de la Conferencia Episcopal polaca, Stanislaw Gadecki, dice que esto es lo que pasa por elegir a papas que proceden de países donde hace sol: que están siempre contentos de todo, como este argentino que no deja de sonreír. Pero que ellos, que viven entre frío y nubes, prefieren la solemnidad de la liturgia y la pompa catedralicia. Eso de andar todo el día hablando de los pobres les parece una vulgaridad. Estos obispos, inequívocamente de extrema derecha, piensan que Francisco es “el arma de los enemigos de la Iglesia”. Y los obispos croatas, algunos de los cuales no ocultan su simpatía por los nazis ustachi de los años 30, ni siquiera le mencionan en el periódico de la Conferencia Episcopal. No lo pueden ni ver.

Otros no lo dicen tan claro. Nunca se ha admitido en público, pero quienes estaban allí cuentan que, el día de la elección de Bergoglio, el carismático líder de cierto poderoso movimiento eclesial ultraconservador, un español que aglutina a cientos de miles de personas en todo el mundo, obsesionado con el incesto, con la “defensa de la familia” y con llenar estadios de multitudes, sufrió un espectacular ataque de cólera cuando vio al nuevo Papa. Gritaba que el demonio había vuelto a apoderarse del trono de Pedro. Si la Iglesia es (y es incontestable que lo es) una estructura de poder en la que se pelea por ganar influencia, los movimientos neocons, tan favorecidos por Juan Pablo II, viven tiempos aún más difíciles que los que padecieron con Benedicto XVI, que ya trató de frenarles... y que acabó renunciando. Esos neocons tienen sólidos apoyos en la poderosísima Curia que Francisco, armado de valor y de cardenales amigos, quiere reformar a fondo. Lo mismo que Juan Pablo I.

Pero no lo reconocen en público. Cuando hablan de él no dejan de alabar su humanidad y su cercanía... mientras ven que el Papa ya no les obedece, no les recibe, no prosigue la aprobación de sus normas, les da la espalda. Y tiemblan cuando dice cosas como que los católicos no deben estar “obsesionados con imponer las doctrinas”, que es lo que ellos llevan haciendo desde siempre.

Usan los medios de comunicación que, en mayor o menor medida, poseen o les apoyan. Así, uno de los vaticanistas más respetados, el tradicionalista Vittorio Messori, escribía hace tiempo que “muchos en la Iglesia están perplejos por un estilo donde creen ver un matiz populista, típico de un sudamericano que de joven sufrió la fascinación del carisma demagógico de Perón”.

Una web muy seguida por los neocons más intransigentes, messainlatino.it, clama que “el rechazo de los símbolos visibles del pontificado, la preferencia de no definirse ni siquiera Papa, el abandono de los aposentos pontificios, nos llevan a vislumbrar el peligro de de-sacralizar y disminuir el papado como institución de origen divino”. Y cuando Francisco declara que “un católico debe perseguir lo que en su conciencia es el bien”, le acusan de relativismo, una de las perversiones más perseguidas por Juan Pablo II y por su sucesor alemán.

Le llaman “el papa piacione”: algo así como el simplón que sonríe todo el tiempo y no sabe por qué, el tonto del pueblo.

El estadounidense John Allen, otro respetado experto en asuntos vaticanos, señala la astucia de los ultraconservadores, singularmente de los llamados “grupos provida”. Su estrategia es repetir y repetir que el Papa les apoya, y para ello difunden y amplifican cualquier frase suya que les interese, como sucedió con la marcha provida de Washington en enero pasado. Pero es inocultable que se indignan cuando Francisco dice (regreso de su viaje a Brasil, el año pasado) que él no es nadie para juzgar a los gais, por ejemplo. O que, cuando le invitan una y otra vez a que asuma los “valores innegociables” de la Iglesia, en referencia al aborto y la eutanasia, Francisco dice que “los valores son valores y basta, no puedo decir que entre los dedos de la mano hay uno más o menos útil que los otros”.

Es evidente que Francisco no está a favor del aborto ni de la eutanasia. El Papa jesuita es cualquier cosa menos un revolucionario. Pero no se trata de eso. Se trata de que no dice aquello que otros quieren que diga para así apoyarles, como sucedió siempre en el largo reinado de Wojtyla. Eso es lo que Francisco no hace. Y se atreve –acaba de hacerlo– a pedir perdón públicamente a las víctimas de curas pederastas: algo que a Wojtyla, defensor a machamartillo de Marcial Maciel y de sus Legionarios de Cristo, ni se le habría pasado por la cabeza. Como concluye otro vaticanista, Gerald O’Connell, del Vatican Insider, “esa gente querría un papa guerrero. Pero Francisco no es así y por eso le critican los ultracatólicos, sobre todo los de Italia y Estados Unidos”.

Los “radicales”.

Pero también le caen palos al Papa desde el lado de los izquierdistas y ateos que, sencillamente, no creen lo que dice Bergoglio y que piensan que todas sus críticas –durísimas– a la economía de mercado, a la globalización y a la explotación de los pobres no son más que palabras vacías, propaganda, pura pose. Puede ser. Aunque este Piacione es el primer papa en la historia que dice, por ejemplo, que “la ideología marxista es errónea, pero no me siento ofendido cuando me acusan de ser marxista”.

Uno de los casos más curiosos es el del periodista y político Giuliano Ferrara, un hombre que empezó de comunista, luego fue socialista (europarlamentario con el PSI), luego navegó en las procelosas aguas de Berlusconi (fue ministro en 1994) y ahora, como director del periódico Il Foglio, se proclama “intelectual del teoconservadurismo italiano”. Ferrara es coautor del, hasta ahora, más agresivo libro que se haya escrito contra Francisco, Questo Papa piace troppo (Este Papa gusta demasiado), escrito en colaboración con dos católicos ultratridentinos, Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro. El estrambótico Ferrara dice: “Me molesta la ternura que predica este papa, estoy totalmente en contra de eso”. Y la costumbre de Francisco de detenerse cada vez que ve un enfermo, como pasó hace un mes en Calabria (hizo parar a toda la comitiva de vehículos para darle un beso a un chico que estaba en una camilla), le parece “una ostentosa exhibición de humildad muy poco franciscana”. No deja de resultar curioso ver que un ateo acusa al Santo Padre de “relativismo moral y religioso”.

Ferrara acaba coincidiendo con los ultraconservadores en el temor ante lo que pueda pasar en el Sínodo Extraordinario sobre la Familia que tendrá lugar el próximo otoño. Lo más fácil es que Francisco defienda que los divorciados que se han vuelto a casar puedan recibir la comunión si hacen un acto de penitencia, algo que los ultras tienen por uno de sus “valores innegociables”. Y de ahí a abrir la puerta al fin del celibato sacerdotal obligatorio hay, en realidad, poca distancia.

Los frikis.

Las más divertidas de todas las críticas al papa Bergoglio pueden encontrarse en YouTube. Basta teclear “Francisco anticristo” y aparecen la friolera de unos 16.000 vídeos en los que personajes tan fascinantes como el “patriarca Elías del patriarcado católico bizantino”, el “escatólogo” Alfredo Alegría o un sacacuartos mexicano que se esconde bajo el nombre de “Zona de Conspiración” aseguran con toda rotundidad que este papa es el anticristo, comunista, masón luciferino, miembro de los “illuminati” y hasta que está en connivencia con los extraterrestres para que estos invadan la Tierra. Está claro que amigos y partidarios no le faltan a este papa al que el periodista español José Manuel Vidal, director del diario Religión Digital, llama “el papa de la primavera”. Pero enemigos tampoco. De todos los colores.

Grupo Zeta Nexica