Qué fue de Martin Luther King

04 / 01 / 2018 Jon Fasman (Washington)
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Medio siglo después de su muerte, el debate racial sigue muy vivo en EEUU.

Martin Luther King, asesinado el 4 de abril de 1968, se ha convertido en un santo en Estados Unidos. Su estatua se encuentra justo a la Explanada Nacional, y el aniversario de su nacimiento es día festivo en todo el país. El movimiento multirracial que lideró llevó al presidente Lyndon Johnson a aprobar la Ley de Derechos Civiles en 1964, que prohibió la segregación en las escuelas y la discriminación en las empresas en función de raza, sexo, religión u origen. También empujó a Johnson a aprobar la Ley de Derecho a Voto, que hizo cumplir la Decimoquinta Enmienda, que garantiza el derecho a voto de todo ciudadano, sin importar su raza.

Desde entonces, Estados Unidos ha hecho avances graduales pero estables en pos de que las leyes reconozcan la igualdad racial. Ya solo unos pocos fanáticos defienden la segregación. En 1964 solo el 7% de los votantes registrados de Misisipi eran negros, pero en 2012 los afroamericanos representaban el 13% del total de votantes, lo que se ajusta a su peso dentro de la población, y su tasa de participación supera a la de los blancos.

Algunos temen que la victoria de Trump amenace estos progresos. El presidente arrancó su campaña con la afirmación de que los mexicanos eran narcotraficantes y violadores. Durante su primer año de mandato se ha referido a los supremacistas blancos que ondearon banderas nazis y confederadas en un pueblo de Virginia como “muy buena gente”. Por el contrario, ha llamado “hijos de puta” a los jugadores de rugby negros que han protestado contra la brutalidad policial.

Mientras tanto, América es cada vez menos blanca y más hispana y asiática. Ya no se trata de si los afroamericanos merecen plenos derechos, sino de qué hay que hacer para mantener la igualdad racial en cuestiones de educación y sanidad y hasta qué punto Estados Unidos ha de abrirse al mundo.

Barack Obama trató de acabar con esa desigualdad con una reforma de las leyes de criminalidad (que se aplican más a negros que a blancos) que tuviera consecuencias económicas duraderas. Obama fue el primer presidente en estudiar una reducción de la población carcelaria. Pero Trump ha dado un golpe de timón y ha ordenado a los fiscales federales que endurezcan las penas.

Pero todavía peor que ninguna medida concreta es la sensación de que Trump ha dado voz a los revanchistas contrarios a los avances raciales. No podrá deshacer las victorias políticas de Luther King, pero puede iniciar una guerra cultural y alinearse a favor de sus bases blancas, enfurecidas con el hecho de que Estados Unidos sea un país cada vez más diverso.

Jon Fasman: corresponsal en Washington de The Economist

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