La tierra del hijo naciente

22 / 01 / 2018 Sarah Birke (Tokio, Japón)
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Japón se prepara para una nueva era.

Akihito, el emperador de la gente

El contraste no podría ser más descarnado. Tokio, una de las ciudades más modernas del mundo, es el hogar de los robots que sirven sushi, los aseos de última generación y los trenes bala. En el corazón de la ciudad, fosos y recintos amurallados rodean el verde enclave del Palacio Imperial, hogar de la más antigua monarquía del mundo. La familia está encabezada por el emperador, que desciende de la Diosa del Sol, según la religión sintoísta, y debe cumplir con los deberes y rituales religiosos, como plantar la primera semilla de arroz del año.

En 2018, Japón tendrá la oportunidad de reflexionar sobre su imperio cuando el país se prepare para la abdicación de Akihito (84 años) a finales de año. Cuando abdique (en marzo de 2019 o a finales de 2018), será el primer japonés de sangre real en hacerlo en casi dos siglos, marcando el inicio de una nueva era para su hijo (los japoneses nombran sus periodos y años según quien ocupe el Trono del Crisantemo; 2018 será, pues, Heisei 30). A Naruhito, de 57 años, le será difícil llevar los zapatos de su padre. El pelo canoso y los ojos chispeantes de Akihito han forjado la imagen de una institución tan impopular como controvertida cuando se hizo cargo de ella en 1989. Su padre, el emperador Hirohito, que en su día fue considerado un dios en forma humana, provocó y justificó las agresiones militares japonesas, que culminaron en la derrota y la ruina del país al final de la II Guerra Mundial.

Akihito ha actuado como el sanador en jefe. El emperador está excluido de los actos políticos, pero ha logrado ampliar hábilmente sus competencias. Ha viajado por toda Asia disculpándose por los excesos bélicos de Japón, al contrario que sus políticos, que, en su mayoría, no creen que haya que pedir perdón. Nadie duda de su inclinación liberal y de su antipatía por los líderes japoneses.

A nivel nacional, se ha ganado el respeto de la gente al hacer más accesible la familia real. Raramente aparece en público y cuando lo hace se espera que se comporte como mandan los cánones de la Agencia Imperial, el órgano público a cargo de la familia real (tan hermético que se sabe que oculta información del Gobierno). Akihito ha sido fotografiado arrodillado junto a las víctimas de terremotos e inundaciones. Recibe clamorosas ovaciones cuando asiste a eventos públicos. Se dice que Naruhito es muy parecido a su padre, pero tendrá que trabajar duro para encarnar la imagen del ojiisan (abuelo) de la nación. A los políticos extremistas les gustaría frenarle. Recuerdan aquellos días en que el jefe imperial era algo más que un símbolo ceremonial, como lo define la Constitución de posguerra, redactada por EEUU. La popularidad de la monarquía puede caer en picado, pero no se hará ningún esfuerzo por convertir Japón en una república. No obstante, la Casa Imperial se enfrenta a serios problemas. Actualmente la componen 18 miembros y la mayoría están inactivos porque son mujeres. Solo uno de los cuatro herederos, Hisahito, el sobrino de 11 años de Naruhito, es joven. Japón quizá tenga que reabrir el debate sobre si permitir a las princesas que contraen matrimonio con plebeyos permanecer en la familia real (hoy están obligadas a abandonarla) o permitirles que se conviertan en emperatrices (medida que los conservadores creen que mancillaría la imagen de la institución). 

El partido de la estrella naciente

Japón se enfrentará a algo más que a intrigas imperiales en 2018. El primer ministro Shinzo Abe ha obtenido una gran victoria en las elecciones anticipadas a la Cámara Baja en octubre de 2017. Aunque los votantes estén ya cansados de Abe (muchos le votaron por falta de alternativa), ha guiado al Partido Liberal Democrático a la victoria tres veces, y está en muy buena posición para un tercer mandato como partido líder en 2018. Si lo logra, Abe pasará a la historia a finales de 2019 al convertirse en el primer ministro más duradero desde la posguerra. Abe tiene mucho que hacer en 2018. Japón está modernizando sus defensas para contrarrestar las de China y Corea del Norte, que siguen con sus programas nucleares y han lanzado dos misiles balísticos sobre Japón en 2017. Algunos temen que un futuro misil alcance su territorio por accidente o, peor, sea dirigido deliberadamente hasta una de las bases militares estadounidenses en Japón.

La parte más fácil para Japón es adquirir nuevos equipos; la más difícil, revisar el artículo 9 de su Constitución y reconocer a Japón como fuerza militar de segundo orden. Esta es la meta de Abe. Se ha comprometido a hacerlo hacia 2020 y ha preparado el camino al conservar la mayoría de dos tercios de la coalición gobernante en la Cámara Baja. Pero no será fácil. Para realizar cambios se necesita el respaldo de las dos terceras partes de ambas Cámaras del Parlamento y una mayoría en referéndum. Una amplia mayoría de la población se muestra cautelosa ante los cambios constitucionales. Para agradarles, Abe debe centrar sus esfuerzos en revitalizar la economía. Japón ha disfrutado de una buena racha. El PIB nominal ha aumentado y los salarios empiezan a crecer. Pero la gente ha de ser más optimista y gastar más: el objetivo del 2% de inflación, establecido por el Banco de Japón, está aún lejos. Japón debe cumplir las mil veces nombradas reformas laborales para que la gente encuentre empleo más fácilmente y se corte de raíz la cultura nacional del trabajo excesivo y la improductividad. 

Sarah Birke: jefa de la delegación en Tokio de The Economist

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