La próxima crisis de Sudáfrica

12 / 01 / 2018 Jonathan Rosenthal
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La mala gestión económica y el excesivo gasto podrían costarle al país su libertad económica .

Si, ya en los últimos días del apartheid, hubo un momento en que el dominio blanco había llegado a su fin, ese fue el 31 de julio de 1985, cuando el Chase Manhattan Bank dejó de financiar a Sudáfrica. Días antes, un informe del Citibank advirtió de que las finanzas del país eran un “caos”. Otros bancos internacionales pronto harían lo mismo que el Chase suspendiendo los créditos. La presión de los manifestantes por imponer sanciones económicas pudo haber jugado un papel similar, pero las decisiones finales fueron eminentemente comerciales. Los bancos internacionales empezaron a preocuparse de que Sudáfrica no fuera capaz de pagar su deuda. Durante varias semanas, la moneda del país cayó en picado y el Gobierno había inmovilizado los mercados, declarando una moratoria sobre la devolución de la deuda privada. El apartheid podría haber renqueado otros cinco años, antes de que el Gobierno liberara a Nelson Mandela y empezara a hablar de una transición a la democracia, pero fue ese día de julio cuando el apartheid en Sudáfrica perdió su soberanía económica y fue obligado a cambiar.

Los historiadores creen ver en 2018 un año de igual trascendencia para Sudáfrica y para el partido que ha gobernado desde el fin del dominio blanco en 1994, el Congreso Nacional Africano (CNA). Cuando el CNA tomó el poder, heredó un país a punto del colapso económico. La inversión se había estancado, la inflación era muy alta y los costes del apartheid estaban consumiendo los ingresos del Gobierno. No obstante, en su primera década en el Gobierno, el CNA fue un competente custodio de la economía sudafricana. Controló el gasto para frenar el déficit, redujo la deuda respecto al PIB de casi el 50% a menos del 28% en vísperas de la crisis mundial de 2008.

La crisis coincidió con el ascenso de Jacob Zuma al frente del CNA y, en 2009, de la presidencia del país. Desde entonces, una política fiscal acertada ha sido reemplazada por el despilfarro, la mala gestión y el expolio de los recursos del Estado. En menos de una década, la deuda pública se ha disparado hasta el 53% del PIB. Esta cifra no parece demasiado alta en comparación con otros países como el Reino Unido, cuya deuda pública está en el 90% del PIB, pero los altos tipos de interés de Sudáfrica representan un gasto mayor de su PIB en la deuda pública, y desde que la economía se desplomó a principios de 2017, seguida de una lenta recuperación, Sudáfrica ha sido incapaz de crecer y de encontrar una salida a la trampa de la deuda para pagar los intereses derivados de su deuda vigente. En 2017 ha pagado más de 12.500 millones de dólares (10.628 millones de euros) en servicio de la deuda pública, es decir, apenas el 3,5% de su PIB, lo que está provocando una caída en el gasto en otras áreas. Los pagos de los intereses le cuestan al Gobierno dos veces su gasto en educación superior, por ejemplo. Sin embargo, en lugar de retirar el gasto en áreas prescindibles para centrarse en otras más importantes, el Gobierno ha dejado que su deuda siga inflándose. A principios de 2018, cuando el ministro de Finanzas, Malusi Gigaba, informe de los presupuestos admitirá que el déficit público ha crecido hasta casi un 5% del PIB en 2017, a pesar de sus promesas de que se mantendría en el 3%. El rescate financiero de empresas estatales en crisis como South African Airways (SAA) y la eléctrica Eskom, ambas en números rojos, bien podría elevar las cifras. Pero serán las previsiones del gasto para 2018 de Gigaba las que mirarán con lupa los acreedores sudafricanos para saber si el Gobierno conseguirá el dinero necesario antes de las elecciones de 2019. 

¿Zuma y sigue?

Dichas elecciones serán las primeras en las que el CNA corra el riesgo de perder la mayoría parlamentaria, lo que le obligaría a entrar en una coalición para formar Gobierno. Los sondeos son insuficientes y sugieren que la posibilidad de que el CNA pierda su mayoría es escasa, aunque no tanto. Podría perder el control de Gauteng, la provincia económicamente más importante, que incluye Johannesburgo y Pretoria (ya ha perdido la Provincia Occidental del Cabo). Dependerá en gran medida de quién sea elegido candidato presidencial del partido. Muchos analistas creen que el CNA obtendrá menos votos si propone a Nkosazan Dlamini-Zuma, expresidenta de la Unión Africana y exesposa del presidente Zuma, en lugar de Cyril Ramaphosa, reformista y muy cercano al entorno del vicepresidente. Muchos piensan que Dlamini-Zuma formaría un Gobierno muy parecido al de su exmarido, bajo cuyo mandato se extendió la corrupción.

Sin importar el candidato, el Gobierno del CNA se inclinará en febrero por un presupuesto despilfarrador con la esperanza de ganar votos, que podría llevar a Sudáfrica al borde del abismo fiscal como ya lo hiciera en 1985.

Ya se oyen ecos del pasado, algunos de ellos desde las mismas instituciones cuyos comités de crédito ayudaron, involuntariamente, a la desaparición del apartheid. A mitad de 2017, el Citi (sucesor de Citibank) rechazó prorrogar sus préstamos a SAA, obligando al Gobierno a intervenir de urgencia. Si más bancos empiezan a retirar créditos a las empresas estatales, se desencadenará una devaluación de la moneda y un aumento de los tipos de interés. El Gobierno tendrá que intervenir, encareciendo la ratio de deuda/PIB más allá de 10 puntos porcentuales, y quizá obligue a Sudáfrica a solicitar un rescate al FMI, que no lo concederá sin estrictas condiciones.

A menos que Sudáfrica cambie el curso de su economía a principios de 2018, será recordado como el año en que el CNA, el más antiguo movimiento de liberación de África, hizo perder la libertad económica de su país.

Jonathan Rosenthaljefe de África de The Economist

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