Cuba cocina cambios a fuego lento

22 / 08 / 2008 0:00 Ángel Tomás González (La Habana)
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Joani, que lleva 36 años pidiendo el cambio de sexo, podrá hacerlo ahora de manera gratuita gracias a la última medida de apertura aprobada por Raúl Castro.

Joani, diagnosticado transexual masculino en 1972, es mártir de la paciencia cubana. “Si tuviera 90 años cuando se apruebe la operación de cambio de sexo, me la haría y le pediría a los médicos que, si muriera en el salón, la llevaran hasta el final. Así como muerto sería lo que no pude ser en vida”, dijo rotundamente Joani ante cientos de personas convocadas oficialmente para celebrar el día contra la homofobia, celebrado en la isla el pasado 17 de mayo. Pero Joani no tuvo que estirar su paciencia hasta los 90 años de edad. El hada madrina de la comunidad homosexual cubana, la doctora Mariela Castro Espín, directora del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), logró que el Ministerio de Salud Pública, el pasado 4 de junio, legalizara a través de la resolución 126 las operaciones gratuitas de reasignación sexual para transexuales de la isla. Una medida en la que Joani invirtió 36 años a la espera de su aprobación. Los medios de comunicación locales no han difundido, hasta el momento, que el cambio de sexo ha sido aprobado legalmente por el Gobierno de Raúl Castro. A su vez, los veintisiete transexuales diagnosticados rehuyen hablar con la prensa. Han recibido la orientación de mantener la boca cerrada. El primer antecedente en la isla de un cambio de sexo, al femenino, ocurrió en 1988 y su difusión en la prensa local levantó una ola de rechazo a todos los niveles que provocó la cancelación de tales operaciones. “Antes lo veía homofóbico, pero ahora él (Raúl) cambió”, dijo su hija Mariela Castro semanas atrás en la conferencia de prensa convocada para promover el día contra la homofobia. Y aun cuando sea cierto que el presidente Raúl Castro, de 77 años, haya modificado su percepción sobre la diversidad sexual, una mayoritaria parte de la sociedad cubana y del poder político en la isla siguen atrincherados en rechazar la homosexualidad.

Desactivar el dogmatismo requiere de una complicada y larga cirugía política. Precisamente ahora, cuando la UE se plantea la vigencia de las sanciones diplomáticas que impuso al Gobierno cubano tras la oleada de detenciones de disidentes en la primavera de 2003 –la invitación a la disidencia a los eventos organizados por las legaciones diplomáticas europeas en la isla y la restricción de los viajes de alto nivel y la participación europea en acontecimientos culturales–, los ojos del mundo se vuelven al programa de reformas que pueda tener preparado Raúl Castro.

Criterios de futuro

Según defienden algunos analistas locales afinados, en el presente cubano hay dos tipos de criterios de pensamientos sobre el rumbo de futuro que debe tomar la isla. Uno aboga por la refundación del proceso revolucionario con mirada global, modernizadora, y a favor de reducir el control, casi absoluto, del Estado sobre el individuo. El segundo solicita remendar el sistema con parches económicos sin llegar a ejecutar cambios estructurales. Los simpatizantes de esta última tendencia blindan su postura agitando el espantapájaros del retorno al capitalismo. En 1967 Fidel Castro explicó al politólogo francés K.S. Carol: “Es absolutamente necesario desmitificar el dinero, y no rehabilitarlo. En realidad, nos disponemos a abolirlo totalmente”. En consecuencia, tres generaciones de cubanos, décadas atrás, convivieron con la doctrina que abogaba por eliminar “el dinero como incentivo material y valor de cambio”. El incentivo moral, diplomas y medallas, pasó a ser la gratificación otorgada a trabajadores laboriosos y supuestamente eficientes. Los virus de desidia, engaño y la oratoria autocomplaciente infectaron el sistema productivo. La burocracia, a su vez, engordó de inutilidad el sistema económico al enrejarlo con un papeleo de regulaciones, prohibiciones y controles castrados de realismo. El millonario robo hormiga en los centros laborales del Estado, citado con el eufemismo desvío de recursos, encalló como costumbre en la fuerza laboral del país. El Gobierno del presidente Raúl Castro, 41 años después, regresó al dinero su potestad como incentivo material. Según una reciente resolución del Ministerio del Trabajo y Seguridad Social, a partir del próximo mes de agosto, todas las empresas estatales tienen que aplicar el sistema de pago por resultados y sin tope salarial. Esta medida, que otorgó un visado de destierro al ponzoñoso igualitarismo social, ha sido considerada como la medida más trascendente que ha sido ejecutada desde que Fidel Castro tuvo que declinar el poder por enfermedad.

El dinero ya no es pecado

A día de hoy no sólo el dinero ha dejado de ser un pecado ideológico en Cuba. Ahora tampoco ya está mal visto el deseo por la tenencia de bienes de consumo, como una televisión de pantalla gigantesca, ordenadores y teléfonos móviles, entre otros. Para la mirada foránea son medidas de maquillaje; desde dentro de la isla, son medidas de ruptura conceptual de patrones ideológicos falsifi cados en la era del socialismo de palo (ortodoxo) del Moscú del pasado siglo. Raúl Castro, el pasado 24 de febrero, en su primer discurso como presidente, prometió a los cubanos que el país “tendrá como prioridad satisfacer las nece sidades básicas de la población, tanto materiales como espirituales, partiendo del fortalecimiento sostenido de la economía nacional”. Pero no esbozó la estrategia económica que aplicaría para hacer realidad esa promesa. Y hasta el día de hoy los cubanos de a pie conviven con la interrogante de si el vigente modelo económico será reformateado para instalar otro más sincronizado a las expectativas de una sociedad que, en solitario, inició un proceso de metamorfosis desde hace más décadas o si solamente se ejecutará una reparación parcial. El clima informativo en la isla actualmente está cubierto por una densa niebla de silencio y, según parece, su permanencia será prolongada. Pero es visible, a pesar de la citada niebla, que el colegiado gobierno de Raúl Castro tiene pisado el freno del debate público en dos temas claves: el mercado y el Estado como único patrón empleador, por tener la propiedad del 90% de los medios de producción y servicios. “A veces cuando se habla de mercado se piensa que es igual a capitalismo. Esa confusión nos ha llevado a tomar decisiones bastante drásticas. En un país y en una economía, así sea socialista, el mercado tiene que ser un componente importante”, dijo Omar Everleny, doctor en Economía y subdirector del Centro de Estudios de la Economía de Cuba (CEEC) de la universidad de La Habana, en una reciente entrevista a un medio de prensa extranjero. A pesar del argumento del citado economista, en el contexto de la nomenclatura del poder político subsiste la percepción de considerar al mercado como un agente transmisor de la lepra ideológica capitalista. Y contradictoriamente los cubanos ayer y hoy en día tienen que acudir al sumergido mercado del capitalismo salvaje para solucionar problemas de su entorno doméstico porque el Estado no tiene –y si existen no funcionan– para atender reparaciones de electricidad, fontanería o albañilería, entre otros, en los hogares del país. Los currantes del mercado de reparaciones hogareñas lo hacen por libre y con materiales generalmente adquiridos por la vía del desvío de recursos (robo) de entidades del Estado. Las ferreterías estatales tienen precios inaccesibles para los salarios promedios de las familias cubanas. En una carta publicada en el diario ofi cialista Juventud Rebelde el pasado 12 de junio, Fidel Castro denunció que “la corrupción y el desvío de recursos convierten a los que lo practican en defensores del libre mercado, a través del cual transforman el fruto de sus robos en mercancía”. Y con la intención de desmotivar a que los cubanos de a pie apelen a resolver necesidades cotidianas en las redes del efi ciente mercado negro, Castro alegó que estos mercaderes ilegales “no son siquiera conscientes de lo que sucedería con nuestro pueblo si el país cayera de nuevo en manos del voraz y monstruoso imperio (Estados Unidos)”, añadió. Cinco días después de la citada carta de Castro, el diario Granma publicó una nota informando de que “fueron cerrados trece talleres y diez almacenes clandestinos con la acción del Gobierno Provincial, la Policía Nacional Revolucionaria y el pueblo”. En dicho operativo policial se incautaron 1.938 platos, 1.575 pozuelos, 2.049 pellizcos para el cabello así como maquinarias para la fabricación de objetos de plástico y de aluminio. La nota de Granma también reveló que el Ministerio del Interior ha creado un Grupo Operativo de Lucha contra las Indisciplinas Sociales (un eufemismo ofi cial usado para no citar la palabra delincuencia). “Que persigan el robo en almacenes del Estado me parece bien. Otra cosa son esos pequeños talleres. Ellos resuelven necesidades a los cubanos que no podemos comprar con divisas. Deberían legalizarlos”, comenta Rodrigo, jubilado y vecino del municipio habanero Playa. De la misma manera, el citado economista Omar Everleny mantiene el criterio de que la pequeña y mediana empresa, privada o cooperativa, permitiría descargar al Estado cubano de compromisos que no son decisivos en la economía socialista y, al mismo tiempo, podría generar un tejido que impulse la eficiencia, reorientando hacia sectores sociales una parte del gasto que ahora se destina a empresas inefi cientes. La táctica social gubernamental visible, por ahora, está centrada en tres palabras: ‘Disciplina social, laboriosidad y efi ciencia’. La tríada maldita del socialismo. Pero nada se dice de si habrá un cambio estructural en el socialismo isleño a mediano plazo.

Enderezar la agricultura

El discurso del gobernante Partido Comunista de Cuba está vociferando que la alimentación es un tema de seguridad nacional y está apretando clavijas para que la agricultura logre, en un plazo razonable, abastecer a los hogares cubanos con el fi n de reducir las importaciones de alimentos. El país desembolsó 1.600 millones de dólares (1.031 millones de euros) en 2007 para cubrir las necesidades de alimentos y materias primas y este año tendrá que invertir unos 2.500 millones de dólares (1.611 millones de euros) para al menos igualar los mismos volúmenes de abastecimientos, en momentos en que el défi cit de la balanza comercial en la isla asciende a unos 6.000 millones de dólares (3.867 millones de euros). Pero el tema agrario en la isla es un desastre difícil de enderezar. Un ejemplo publicado recientemente en el diario Granma ilustra los límites de ineficacia a que ha llegado la agricultura. La fábrica La Conchita, en la provincia de Pinar del Río, para enlatar puré de tomate, mermelada de guayaba y dulce de coco tuvo que importar en el año 2006 300 toneladas de tomate de China, 395 toneladas de guayaba de Brasil y 50 toneladas de masa de Sri Lanka. A su vez, el país importa más del 85% de los productos de la canasta familiar básica, por lo que el Gobierno se ha propuesto, en los próximos cinco años, disminuir su importación de alimentos hasta un 50%. Uno de los obstáculos para reactivar la agricultura consiste en que el 80% de los 11 millones de cubanos viven en zonas urbanas y la fuerza laboral campesina tiene un promedio de edad de 55 años. Pero economistas locales alegan también que para romper el círculo de baja producción, descapitalización y emigración de fuerza laboral en el campo, se requiere una fuerte inversión, incluso de capital extranjero. Las autoridades cubanas han dicho que van a distribuir tierras entre quienes quieran hacerlas productivas, pero hasta el momento no se ha difundido que haya ocurrido. El 50 % de la tierra fértil de la isla está ociosa. La verdad de las cifras es aún más demoledora. El sector cooperativo y campesino privado posee hoy el 35% de la tierra cultivable. De ellos, 225.000 personas son propietarias. El resto, hasta llegar a 350.000 agricultores, son usufructuarios. Todos ellos son responsables de más del 60% de la producción agrícola del país. El 65% restante de las tierras cultivables pertenecen a granjas estatales que durante más de cuatro décadas no han logrado abastecer el consumo local. La opinión más extendida entre los cubanos es que para revertir la improductividad agraria el Gobierno tiene que cambiar las reglas de juego y permitir que se haga rico quien sude la camisa faenando en el campo y que se libere el mercado agrario que actualmente es controlado por el Estado.

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