Cuando la caridad se convirtió en negocio

28 / 10 / 2015 Carolina Valdehíta
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Toneladas de ropa de segunda mano procedente de Europa y EEUU desembarcan en el África subsahariana

Todo tipo de prendas expuestas en el Toy Market de Nairobi, uno de los mayores mercadillos de ropa de segunda mano del mundo.

El negocio de Estela atrae a los clientes como la miel a las abejas. Su tenderete en el Toy Market de Nairobi (Kenia), uno de los mayores mercadillos de ropa de segunda mano del mundo, vende prendas desde 30 chelines (unos 25 céntimos de euro), y rebuscando en el interior se pueden encontrar primeras marcas que en su día colgaban de algún armario europeo o norteamericano.

El consumismo en el mercado de la moda hace que los gustos sean efímeros, ocasionando un sobreabastecimiento de ropa. Los contenedores para depositar la ropa usada están por todas partes, facilitando deshacerse de las prendas que han dejado de tener un lugar en el armario y, además, con una grata sensación de beneficencia. Sin embargo, se trata de una falsa sensación. La realidad es que mucha de esa ropa se exporta al Tercer Mundo perdiendo el significado de la palabra donación por el camino. El negocio de la ropa de segunda mano mueve 4.300 millones de dólares (3.800 millones de euros) anuales y un tercio de este pastel se destina exclusivamente al mercado del África subsahariana.

Exportadores e importadores. Quien haya viajado por África habrá podido ver la cantidad de pequeños puestos de ropa que se encuentran por los más recónditos lugares. Según Naciones Unidas, Estados Unidos es el principal exportador del mundo, seguido del Reino Unido, Alemania, Corea del Sur y Holanda. Y los países que reciben más ropa son Ghana, Kenia, Benin, Togo, Tanzania y Camerún.

Como Estela, decenas de vendedores exponen en el Toy Market de Nairobi sus puestos con toneladas de ropa a precios acordes con su economía. Cada comercio está especializado en un producto: ropa de niño, vestidos, transparencias, faldas hippies, vaqueros, camisetas de algodón o zapatillas de marca. El camino que sigue esa moda va desde los contenedores de beneficencia hasta las organizaciones encargadas de recogerlo o bien hasta una planta de clasificación en Europa. Allí se desechan las prendas en mal estado y se determina qué será vendido en cada región. Una vez en África, un gran mercado ofrece la posibilidad a los comerciantes locales de comprar prendas a granel o mediante una selección previa. Estela busca esa diferencia y prefiere hacer una selección de las prendas que va a vender: una blusa de seda le cuesta un euro, y ella lo vende por dos. Sin embargo, si compra una gran bolsa de ropa sin selección previa le resulta más barato y luego ella lo vende por céntimos de euro. Sin saberlo, vende prendas por un euro, que en Europa se pagan a más de veinte.

Doble lectura. El profesor Andrew Brooks desentraña esta industria de la falsa caridad en su libro La doble vida de los jeans. “Es complicado poner una cifra exacta de lo que supone este mercado en el continente africano, porque muchos países no tienen buena calidad a la hora de hacer el recuento de datos. Nuestras estimaciones son que podría sobrepasar los mil millones de dólares [880 millones de euros] –explica Brooks–. Las empresas Humana y People to People son dos jugadores importantes en este mercado y ha habido cierta controversia relacionada con sus operaciones. También gigantes como el Ejército de Salvación y Oxfam participan en este negocio, además de pequeñas y medianas empresas con menos renombre”.

En cualquier país del África negra la venta de ropa de segunda mano es uno de los principales ingresos para la población, pero a la vez atenta directamente contra la industria textil local. Múltiples fábricas tuvieron que cerrar en los 90 bajo la presión política de los bancos y los Gobiernos de Occidente. Prendas importadas más baratas inundaron los mercados y los trabajadores del sector textil perdieron sus empleos. Al mismo tiempo, hubo una caída de los ingresos de todo el continente debido a la crisis de la deuda. La industria textil ghanesa fue la más afectada: entre 1975 y el 2000, los empleos se vieron reducidos en un 80%.

Así, el constante suministro textil proveniente de los países desarrollados tiene una doble lectura: para algunos ha supuesto una gran ayuda a varias regiones, que se han visto beneficiadas con este abastecimiento de ropa, sin embargo, los críticos evidencian que llevar a África las cosas que “los ricos” ya no quieren limita el desarrollo de los países y los condena a sufrir desigualdades e injusticia. El verdadero enriquecimiento se produce en las empresas intermediarias que facilitan la llegada de la ropa a estos países, mientras que los vendedores locales consiguen ganarse la vida con dificultad. La dependencia que se sigue creando entre los antiguos colonizadores y los países africanos sigue siendo brutal. Países como Nigeria, Ghana y Sudáfrica han establecido límites para las empresas de importación aunque no han tenido todo el éxito que se esperaban. Por otro lado, continuar con las tradiciones de vestimenta resulta muy complicado para los más pobres: las típicas telas con estampados africanos ascienden a unos cinco euros el metro más la mano de obra para producir el modelo, mientras que una camiseta importada son céntimos de euro. “Hasta que no haya una reorientación radical de la actividad económica que se requiere, el continente no podrá atajar el problema”, concluye Brooks. A partir del día en que la caridad se convirtió en negocio ya nada fue igual.

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