El relato

19 / 07 / 2017 Alfonso Guerra
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El rey don Juan Carlos hizo fracasar un intento de golpe militar autoritario que evitó al pueblo español una más de las etapas de represión y muerte.

El Congreso de los Diputados en 1936

Desde hace algún tiempo se juzga la política en función de que revele o no un relato. A la hora de valorar las políticas de gobernantes o partidos no se toman tanto en consideración la posición que adoptan sobre los más importantes asuntos, las decisiones que se toman sobre los grandes problemas de la sociedad, las resoluciones que ayuden a favorecer la felicidad de las personas, sino que adquiere un protagonismo principal si el gobernante o el partido es capaz de transmitir un relato.

Así, Donald Trump, el presidente del país más poderoso del mundo, se ha sentado sobre un polvorín de disparates, pero… tiene un relato: Make America great again, que él traduce en que las élites de Washington han estado engañando a los norteamericanos auténticos. Él va a arreglar tamaño fraude: expresará su intención de expulsar a los emigrantes y su negativa a gastar el dinero de los americanos en ayudar a los más pobres, pues los que padecen una severa pobreza son los únicos culpables por no haber sabido labrarse una vida de éxito. No es muy diferente del relato de Vladimir Putin, la reconstrucción del imperio ruso a costa de la dura necesidad de los más humildes, que terminan por añorar la “seguridad” que les proporcionaba el infierno soviético. En nuestro país el relato triunfante es el que condena al bipartidismo como compendio de todos los males y exalta a los partidos emergentes como suma de virtudes, a pesar de que la nueva situación convierta al Congreso de los Diputados en un espectáculo más propio de una cabalgata: claveles, cartelería, banderas; el objetivo es único, llamar la atención aunque sea haciendo el ridículo. En todo caso en España hasta el relato es polémico. No hay forma de ponerse de acuerdo en algunos hechos clave de nuestra historia reciente. El relato se hace múltiple a la hora de contar qué significó la Guerra Civil y qué la Segunda República. A este último periodo histórico quiero referirme impulsado por la lectura de las enmiendas, cinco, que los jóvenes socialistas presentaron en el reciente congreso del PSOE, reclamando la proclamación de la Tercera República. No me resultó extraño dado el componente sentimental de la política que profesan los más jóvenes. De la Segunda República han corrido paralelamente dos relatos. Desde el primer día la derecha elaboró un relato según el cual la maldad de los republicanos, vengativos y asesinos, propiciaron un desorden social de tal magnitud que el levantamiento militar, según ellos, fue el desenlace natural para detener aquel aquelarre.

Aún hoy siguen manteniendo que el golpe militar fue una reacción al asesinato de Calvo-Sotelo cuando todos pueden consultar los documentos publicados en los que los rebeldes cierran contratos con los italianos de Mussolini de compra de aviones, armas y munición, y todo ello mucho antes de aquel crimen. No les importa, ellos siguen, incluyendo algunos historiadores conservadores, manteniendo con firmeza su relato. En el lado contrario la izquierda ha escrito su propio relato que idealiza la Segunda República muy posiblemente por comparación a lo que fue la dictadura que le siguió. Pero la República no fue un todo homogéneo. Su proclamación encendió una llamarada de esperanza en los corazones de muchos españoles, y realizó cambios muy importantes en beneficio de la mayoría más humilde de la población. A la vez, hoy disponemos de suficientes recursos históricos y de perspectiva en el tiempo para reconocer los errores que cometieron los partidos y dirigentes de la República. Se tiende a fabricar una imagen de la República como una sola realidad, pero no, República hubo cuatro: la de colaboración de clases, socialistas y partidos burgueses republicanos, desde 1931 a 1933; la de la derecha extrema, desde 1933 a febrero de 1936; la del Frente Popular hasta la sublevación de parte del ejercito en julio del 36; y la de la Guerra Civil hasta 1939, con la derrota de la República y el triunfo de los sublevados.

Estoy convencido de que los jóvenes que reclaman la República no se sienten identificados con todas esas repúblicas, o tal vez desconocen que no es posible la identificación con una República homogénea. Existen argumentos lógicos para defender la forma republicana de Gobierno. Resulta más democrática la elección que la herencia, y si el levantamiento de julio del 36 lo fue contra un Gobierno de la República, parecería lo más lógico que al recuperar la libertad en 1977 volviera el régimen republicano. Pero a la sensatez de la teoría es preciso añadir los datos de la realidad, las circunstancias y el contexto. El pasado no tenía por qué determinar ni el presente ni el futuro, sobre todo a los que no habían vivido los enfrentamientos anteriores. Antes que la República estaba la democracia.

Sin embargo los socialistas plantean en la redacción y debate de la Constitución un voto particular en defensa de la República. No fue comprendida aquella decisión, precedida de un anuncio de aceptación de lo que se aprobara en el Parlamento constituyente. Es decir, que el dilema monarquía/República sí se voto en sede parlamentaria, en la que reside la soberanía popular. Con ello se pretendía dotar de una legitimidad democrática de la que hubiese carecido si no se hubiera sometido a la decisión del Congreso, refrendada más tarde por la inmensa mayoría de los españoles. Todavía quedan algunos propagandistas que repiten que la forma republicana no tuvo oportunidad de ser defendida durante el periodo constituyente. En todo caso el dilema monarquía/República no puede ser planteado con posiciones irreductibles. Lo importante es que la monarquía o la República se fundamenten en la garantía de democracia y libertad.

La polémica nominalista es absurda pues la sola constatación de la existencia de monarquías democráticas y repúblicas totalitarias deshace toda interpretación integrista. El novelista Javier Cercas, en un magnífico artículo del EPS, afirmaba que “es mil veces preferible una monarquía como la noruega que una República como la siria”. Creo que todos estaremos de acuerdo, o tal vez no, a tenor de algunas declaraciones. La enseñanza que se puede obtener es que en lugar de elaborar relatos debemos ocuparnos de las razones y de los datos de la realidad. El antimonarquismo de algunos españoles tiene una bien justificada base en la actuación de algunos monarcas de nuestra historia, pero no de los titulares desde la recuperación democrática. Aún mas, el rey Juan Carlos hizo fracasar un intento de golpe militar autoritario que evitó al pueblo español una más de las etapas de represión y muerte. La sociedad española no ha sentido ningún estremecimiento cuando lo defenestró por la cacería de un elefante.

Debemos acostumbrarnos a analizar nuestra historia reciente con un poco más de reflexión y tolerancia. Recientes declaraciones de un político de los que llaman emergentes preguntándose para qué un Rey, si este no puede intervenir en la política, no deparan muchas esperanzas. Al parecer no ha entendido nada, ni tan siquiera se ha detenido a examinar el fracaso de la dinastía alfonsina, justamente por intervenir en la política atacando a la democracia. Al redactar la Constitución, deliberadamente se despojó al monarca de poderes políticos, asumiendo solo los de representación, moderación y arbitraje para garantizar la estabilidad democrática. Esperemos que los políticos neófitos aprendan aceleradamente. El país lo necesita.

Grupo Zeta Nexica