El auge del populismo

18 / 11 / 2016 Alfonso Guerra
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Las consecuencias sociales de la crisis económica han creado una gran desconfianza en las instituciones que ha abonado el terreno donde crecen los populismos.

El éxito electoral de Donald Trump en los Estados Unidos de Norteamérica ha provocado gran sorpresa en amplios sectores de la sociedad europea. Tras los resultados del llamado brexit y del referéndum sobre el acuerdo de paz en Colombia, son muchos los que hablan de una rebelión popular contra las élites que gobiernan el mundo. Se venía pronosticando, con preocupación, un auge de los movimientos populistas en los países europeos y se cree que pueden tomar un impulso con la sorpresa norteamericana.

Todas las personas con capacidad para influir a través de declaraciones, escritos y comparecencias se mostraban seguras de que el millonario populista nunca podría alcanzar la presidencia del país más poderoso del mundo. Se creía que sus continuas salidas de tono, incluso sus insultos y amenazas, supondrían una suerte de vacuna para los electores. Pero, como se ha visto, otras muchas personas tenían una opinión muy distinta. Es esta la primera lección de las elecciones en Estados Unidos: con demasiada frecuencia los grupos y las personas creen que lo que ellos ven con claridad es seguro que lo ven igualmente claro los demás. Los políticos, intelectuales, periodistas y asociaciones de todo tipo deberían apuntarse a un lema muy útil: mi mundo no siempre es el mundo.

La sorpresa del éxito del outsider Trump es la tercera que ofrecen los electores en pocos meses. Primero fue el brexit, después el referéndum colombiano sobre la paz y ahora la elección del dirigente con más poder del mundo. Es como si los electores hubiesen decidido no seguir las indicaciones de las personas mejor situadas en los diversos organismos de la sociedad,Gobiernos, Parlamentos, periódicos, universidades, partidos políticos... Explicar por qué ha sucedido así es preguntarse por qué asistimos a un auge del populismo.

Si hiciéramos un estudio de los movimientos populistas, con gran éxito en la Europa de los años 30, concluiríamos que, como ahora, se basaban en un terreno previamente abonado, en un malestar social que hiciera volver los ojos de la mayoría hacia alguien que con eslóganes simplistas, directos, con cierto grado de matonismo, se oponga a las élites gobernantes en nombre del “pueblo sojuzgado”.

Durante la última década del pasado siglo se produjo en los países occidentales un cambio radical en las relaciones de propiedad y salarios. El hundimiento de la Unión Soviética, y por ende de la propuesta comunista, convenció a los poderosos grupos económicos del mundo de que no tenían por qué seguir respetando el pacto capital-trabajo traducido en el Estado del bienestar, puesto que la “alternativa” había fracasado. A esta nueva situación la llamaron “el fin de la historia”. Al mismo tiempo se implantó una internacionalización o globalización de la economía y de las comunicaciones favorecida por la revolución tecnológica.

En una adaptación a los nuevos parámetros, el capitalismo viró desde la producción a las finanzas, produciendo una financiarización casi total de la economía.

¿Cómo afectaron estos cambios a los trabajadores y a la clase media? Los salarios se estancaron pero el consumo aumentó. ¿Cómo fue posible? Mediante el endeudamiento de las familias. Pero cuando llegó la hora de pagar todo ese consumo (sustancialmente el de las viviendas de las familias) la burbuja explotó, lo que ha provocado un empobrecimiento general de trabajadores, empleados e incluso técnicos, que de vivir una vida tranquila y cómoda pasaron a vivir sin trabajo (o con un trabajo precario y bajo salario) y sin vivienda, engrosando el ejército de parados-precarios en el umbral de la pobreza. Esta es la situación propicia para el discurso demagógico que asegura resolver con recetas simples todos los problemas, que promete tomar llamativas medidas con la conciencia segura de que si llegan al poder no las aplicarán, más bien harán lo contrario, intentarán un control absoluto de la sociedad.

Pero si usted es un trabajador o empleado que no alcanza a pagar las facturas de los servicios, luz, calefacción, y no puede alimentar a su familia dignamente y llega un populista que insulta a todos y promete la luna, ¿qué razón le puede detener a la hora de elegirle para gobernar? Cuando, además, la alternativa a los conservadores, la socialdemocracia, está entretenida en la búsqueda de modelos e incluso de mecanismos internos de funcionamiento, abandonando su misión de transformar la sociedad hacia la justicia y la igualdad. La socialdemocracia europea continúa sin encontrar el cambio de su estrategia para afrontar la nueva realidad de globalización, financiarización y medios de información y comunicación cada día más influyentes.

Las consecuencias sociales de la crisis económica han creado una gran desconfianza en las instituciones. Los ciudadanos están desencantados con la democracia, que no es capaz de asegurarles un presente y un futuro en dignidad.

Y en este escenario entran como un cuchillo en la manteca las propuestas de Trump y otros populistas: ataques a la globalización; deslegitimación de Wall Street, el poder económico; negación de los tratados de comercio con otros países; ataques a los medios de comunicación que consideran corruptos; críticas al neoliberalismo; promesa de proteger los productos nacionales.

Claro que este catálogo es muy digno de ser considerado, aún más por las personas más afectadas por la crisis en sus condiciones de vida. Ante el matonismo desplegado en la campaña contra mujeres, homosexuales, extranjeros..., los observadores dudan no ya de su capacidad sino de su voluntad para llevar a cabo sus propuestas. Baste una prueba: las primeras informaciones tras el éxito apuntan a que formará su equipo con personajes de Wall Street, que fue demonizada en su campaña. Pero una vez obtenido el poder se puede hacer lo contrario. Es la marca de los populismos de los años 30.

Tras el éxito del populismo de Trump y el anuncio de las posibilidades de los populistas en Francia, Alemania, Italia y España se ha levantado la polémica sobre si existe un populismo de izquierda y otro de derecha.

Si atendemos a las propuestas y al estilo de unos y otros, son todos semejantes, Aunque se distingan en la declaración específica que hacen de ser diferentes. Cambian las etiquetas que les sirven para autodenominarse de una u otra zona ideológica, pero esencialmente el populismo es siempre de raíz conservadora, pues cabalga sobre un fraude político basado en la ambición de poder autocrático con soluciones simples a los problemas complejos, lo que solo se puede hacer pasando por encima de las leyes; en todos los populismos, el demos está por encima de la ley, la opinión por encima de la legalidad, pretensión que siempre acaba con el sometimiento del pueblo, precisamente aquel en nombre del cual dicen hablar, la tiranía sobre la mayoría en nombre de la mayoría.

Si alguien creyó que vivimos la rebelión de los pueblos contra las élites, debería comprobar cómo son élites los que promueven esa rebelión incitando los peores instintos de los más desgraciados de la Tierra, para instalarse en el poder sin límites en nombre de los necesitados.

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