Certezas y esperanzas

20 / 01 / 2017 Alfonso Guerra
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El año que se inicia ofrece un panorama incierto y desesperanzado, justo lo contrario de lo que necesita el pueblo español.

Se inicia un año con una realidad política que se caracteriza por escasas certidumbres, después de un año perdido entre intentos de investidura.

Hasta entonces la política española, como la de otros países europeos, estaba marcada por la existencia de dos grandes partidos que, para simplificar, podríamos distinguir como uno de centro izquierda (PSOE) y otro de centro derecha (PP). Cuando la crisis financiera desencadenada en 2007 se extendió a la economía de todos los países, tanto la gestión con que la afrontaron las autoridades europeas, como los Gobiernos (en el caso de España, dos años de José Luis Rodríguez Zapatero y cinco de Mariano Rajoy) produjo un gran malestar en la población. Pensar que recortando prestaciones sociales, aminorando los salarios e ignorando la segunda derivada de la crisis (la pérdida del empleo imposibilitaba el pago de la hipoteca, la pérdida de la vivienda) se podrían paliar los efectos de la crisis económica fue, y sigue siendo, una fórmula ciega.

A partir de la indignación popular algunas fuerzas políticas ofrecieron alternativas irreales pero atractivas para los más afectados por la crisis, sobre todo entre los más jóvenes que avizoran un futuro sin oportunidades, sin esperanza.

Los efectos electorales no tardaron en manifestarse. El voto de la izquierda se dividió en dos (PSOE y Podemos) con el apoyo de algunos medios de comunicación sectarios que favorecieron la ruptura de la izquierda para garantizar el Gobierno de la derecha y con la complacencia del partido conservador (PP), al que le apareció también un competidor en su flanco de centro derecha (Ciudadanos).

Hoy el sistema político español está representado por más de una docena de partidos con plaza en el Congreso de los Diputados, pero con unos pocos partidos que monopolizan la actividad, si no la imagen de la vida política: PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos, a lo que se añaden los nacionalistas, hoy fuera del sistema democrático con la política permanente de violación de las leyes, en el caso del nacionalismo catalán.

Los cuatro partidos principales no ofrecen hoy grandes certezas a los ciudadanos inquietos por los cambios que se producen como consecuencia de la financiarización de la economía y los recortes de prestaciones y salarios.

Parecería que los objetivos de todas estas organizaciones están más vinculados a razones internas, a la búsqueda de beneficios propios que a facilitar la vida a los ciudadanos.

El Partido Popular ha ido reduciendo su política a lograr mantenerse en el poder mediante una campaña incesante que busca convencer a todos de que la crisis ha pasado y que ello ha sido gracias a su gestión económica. Es cierto que las cifras macroeconómicas han mejorada sensiblemente, pero ha sido a costa de la destrucción de una sociedad que había alcanzado niveles de igualdad desconocidos en nuestra historia. La gestión de la crisis ha creado una sociedad de tres tercios: la clase alta (con altos ingresos, algunas retribuciones avergüenzan a todos salvo a los ejecutivos que las cobran), una parte de la clase trabajadora de nivel aceptable de vida y un precariado (trabajadores y desempleados) que es empujado a una vida sin horizonte. Pero la sociedad recibe un bombardeo constante para convencernos de lo bien que marcha la economía. Es una pantalla que intenta ocultar la realidad. El Gobierno anuncia que en 2016 se han firmado más de 20 millones de contratos laborales; si hay cuatro millones de españoles en paro y se han firmado veinte millones de contrataciones, el problema estaría más que resuelto. El truco está en que los contratos tiene un ridículo plazo de vigencia, hay contratos de una hora, cuatro horas, un día, una semana. Significa esto que además de cuatro millones de parados, otros tantos no están generando derechos de prestación de pensión cuando alcancen la edad de jubilación.

Un partido, el PP, que aún no ha despertado del sueño de la mayoría absoluta, que no ha comprendido su nueva situación en minoría. Basta observar la torpe gestión con la que ha querido zanjar los errores (bastante más que errores) cometidos con la tragedia del Yak-42. La recientemente nombrada ministra de Defensa asume las acusaciones del Consejo de Estado sobre el asunto, para gestionar enseguida torpemente el cese como embajador del ministro responsable en el momento de la tragedia. No saben bajarse de la soberbia, instalados en una insensibilidad que hoy la sociedad no puede soportar.

Por su parte, el principal partido de la oposición, el PSOE, se debate en su propio jardín. Parecería que está más interesado en lograr la división que la unidad. Un partido de una larga trayectoria al servicio de los hombres y mujeres de España, que ha sacrificado durante más de un siglo libertad y vida de muchos, que se parte en dos porque su cónclave máximo, su congreso, se celebre un mes antes o un mes después. La mejor decisión del año en el PSOE fue la elección de Javier Fernández para presidir la gestora provisional. Un hombre culto, socialista verdadero, que siente el socialismo con pasión y razón, gran orador, sensible y con autoridad. Seguir las ideas expresadas por él en el último Comité Federal es el mejor servicio que pueden hacer los militantes socialistas a su partido.

Por fortuna, ya han fijado la fecha y a plazo fijo deberán resolver su situación de crisis. Todos deberían apuntar a salir de su congreso de junio con un apoyo máximo al programa, al discurso de que se doten a sí mismos para ayudar a los españoles a encontrar una vía más justa de convivencia, favoreciendo una vida digna para todos. No se trata de apoyar a un nombre o a otro, sino de encontrar un discurso mayoritario, dirigido a la mayoría de ciudadanos para cumplir con su condición de partido de Gobierno.

Podemos, el partido recipiendario de los votos de la indignación provocada por la crisis y por la gestión de la crisis, pretende representar una forma nueva de hacer política, aunque sus actos recuerdan más a la vieja política del caciquismo de los primeros años del siglo XX. No se resolverán los problemas de los españoles hablando con un madero ni con ingenuos dibujos animados. En la fracasada investidura de Pedro Sánchez en marzo de 2016, Podemos se negó a una fórmula que desbancase del poder al Partido Popular. Ese es el verdadero rostro de Podemos, el papel de mantenedor del Partido Popular.

Inmersos en una lucha que tiene bastante de diferencias de estrategia pero también de lucha por el poder personal, nos descubren que su política de elecciones internas abiertas a la participación de todos los ciudadanos es un auténtico fraude, como ha quedado evidenciado por el líder de la Comisión de Garantías de Podemos en Baleares. ¡Así que la modernidad era esto!: la “gente” vota, pero el aparato de Podemos hace una purga previa de los votos y después proclama a los vencedores que le convienen. Un fraude sin paliativos, y como se teme el responsable de la Comisión de Garantías, un posible delito.

Ciudadanos es un partido que nació con unos objetivos nobles y sensatos en Cataluña, luchando casi en solitario contra la locura nacionalista, pero que tras el salto a la política nacional se ve preso de su relación con el PP. A veces le apoya, por sentido de la responsabilidad, la necesidad de que el país cuente con las decisiones políticas necesarias; a veces se enfrenta, por sentido ético, cuando no puede admitir algunos disparates del Gobierno. Tiene el riesgo de convertirse en un partido quiero y no puedo, que le puede hacer desvanecerse.

Esa es la panorámica que se ofrece a nuestros ojos a comienzos de 2017. Pocas certezas y escasa esperanza. Pero es justamente lo que necesita el pueblo español: certezas que disipen las inquietudes sociales, esperanza que impulse la búsqueda de la dignidad arrebatada.

Está claro cuál es la tarea de los partidos: ofrecer certezas donde hay demasiados afectados por la angustia, dar esperanza donde hay mucha desesperación. Confiemos en que impere el buen sentido y la vocación de servicio.

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