Quién es el Puigdi

15 / 01 / 2016 Luis Algorri, Antonio Fernández, Antonio Rodríguez y Luis Calvo
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El nuevo presidente de la Generalitat es más joven, tiene mejor humor y un estilo diferente al del caído Artur Mas. Pero es mucho más radical en su independentismo

Es verdad, vamos a Jerusalén!”, cantaba y bailaba el coro de apóstoles. Y Cristo respondía: “Olvidaos de las luchas, mi destino cumpliré”. Ese era uno de los números estelares de la versión española (protagonizada por Camilo Sesto) de la ópera pop Jesucristo Superstar. Finales de los 70. El joven Carles Puigdemont, que andaba entonces por los veintipocos años, flipaba (como se empezaba a decir entonces) con aquellas letras profundamente reaccionarias revestidas de una música de lo más pegadiza, con su toquecito peace and love. Fue siempre uno de sus discos preferidos.

Y aquella escena con los ruidosos apóstoles danzarines y el Cristo de aires mesiánicos se ha hecho al fin realidad. Carles Puigdemont Casamajó ha “cumplido su destino”: ya es presidente de la Generalitat de Cataluña, seguramente sin esperarlo (aquel Cristo pop de hace cuatro décadas tampoco tenía muy claro cuál era el argumento de su propia historia) y ya ha prometido “dejarse la piel” para llevar al pueblo elegido hacia la Jerusalén celestial de la independencia. La última frase de su discurso de investidura, que él mismo reconoció que estaba bastante improvisado por falta de tiempo para prepararlo, fue “Visca Catalunya lliure!” (Viva Cataluña libre). Eso fue el domingo 10 de enero. Dos días después, al tomar posesión, no repitió el lliure pero, en su fórmula de juramento, suprimió deliberadamente la alusión al Rey, jefe del Estado del que forma parte Cataluña, y a la Constitución, fuente jurídica de su autoridad como presidente. Se limitó a prometer fidelidad al “pueblo de Cataluña”. Y se puso a hacerse selfies con antiguos líderes de Terra Lliure, grupo terrorista catalán de los años 80 que cometió dos centenares de atentados, acabó con la vida de cinco personas y se disolvió en 1991. Como mesías lo está bordando.

El que había de venir era Artur Mas. O eso creía él. Pero los antisistema de la CUP, que tenían la llave de la gobernabilidad, no se fiaban de su seny; preferían a alguien con más rauxa independentista, aunque fuese de derechas, y ese era sin duda el Puigdi, como le llama mucha gente: alcalde de Gerona (capital de la provincia más independentista de Cataluña) y número tres de la candidatura de Junts pel Sí por su provincia.

Y rauxa es lo que le sobra a este hombre. “Que nadie lo dude: Puigdemont es mucho más radical que Artur Mas. Quiere hacerse el simpático, como lo demostró en su investidura lanzando guiños de colegueo hacia los portavoces de la oposición, pero sus planteamientos son profundamente radicales y antiespañoles”, dice a Tiempo un diputado de la oposición.

Lo de “antiespañoles” es indiscutible. En estos últimos años no ha sido difícil escuchar a Artur Mas, y también a Oriol Junqueras, alabanzas en tono sincero hacia la España de la que pretenden separarse. Querían, o eso decían, crear otro Estado pero quedar como amigos y buenos vecinos, después de tantos siglos. Eso es más difícil de encontrar en las palabras del Puigdi, sobre todo en los últimos tiempos. España es, para él, el enemigo del que hay que liberarse; dice que si España fuese un verbo “no se podría conjugar en futuro, porque no lo tiene”. El 21 de diciembre pasado, inmediatamente después de las elecciones generales, escribía: “Es posible que disfrutemos contemplando la ingobernabilidad española. Pero tendríamos que mirar de sacarle provecho y no distraernos”. Otras frases conocidas: “Con España nos arruinamos como país, como economía, como población y como sociedad”, dijo en una entrevista a la radio Com Girona. Y no le lleva nadie ventaja a la hora de quejarse del “enemigo”: no hace mucho acusaba al Gobierno español de tener una “manía ideológica” y afirmaba que “nos persigue”.

Eso no es nuevo en él. Carles Puigdemont no ha tenido, como otros muchos –Mas, por ejemplo– épocas más o menos remotas en las cuales consideraba que la independencia de Cataluña era inviable o incluso contraproducente. Sus partidarios presumen de ello: “Carles no es un independentista de nuevo cuño. Es independentista desde 1981. Y es el mejor líder que hubiésemos encontrado para encarar la difícil etapa que nos espera”, dice ahora a Tiempo un alto cargo de CDC. Y otro de sus compañeros es incluso más entusiasta: “Cuando nadie en Convergència era independentista, él ya lo era. En sus planteamientos es más radical que Mas y se puede decir que es un adelantado a su tiempo”. Son muchos años, pues, preparando el camino al Señor, como decía Godspell, otro musical cristiano-hippy de la misma época que el Superstar. E igual de marchoso. Porque lo que nadie le niega a Puigdemont, ni entre sus partidarios ni entre sus detractores, es sentido del humor y un estilo mucho más suelto y casual que el de su predecesor, el siempre atildado Artur Mas.

Así, para algunos de sus propios compañeros de Convergència, Puigdemont es “el cupista de la derecha”. Le tienen por demasiado independentista, lo cual no quiere decir en absoluto que sea progresista ni de izquierdas. Lo que le llena la cabeza es otra cosa. Un antiguo compañero de trabajo lo dice muy claro: “Siempre ha estado obsesionado con los temas catalanes. Su obsesión es el nacionalismo y a todo trata de encontrarle la parte asociada a esta idea”. El hombre que el pasado 29 de noviembre, tras la célebre asamblea de la CUP en la que se produjo un delirante empate a 1.515 votos, decía que “con la independencia me pasa como con la comida; mejor si no hay aditivos ni colorantes”, es un señor que, como dice uno de sus compañeros, “por las mañanas escuchaba la Cope y se enfadaba mucho. Eso le servía para cargar adrenalina para todo el día”.

Suspicacias con la casa real. Pero es verdad que Puigdemont, por más indepe radical que sea, está lejos de ser un tipo al que no se puede sacar de casa porque te la monta en el momento menos pensado. Prueba de ello son sus relaciones con la Corona, que han ido deteriorándose a medida que el procès independentista se radicalizaba pero que no empezaron mal. Y eso tiene que ver con la Fundación Príncipe (hoy Princesa) de Girona, que es uno de los títulos de quien ha de heredar el trono de España.

Esa fundación se creó en 2009 (don Felipe era entonces Príncipe de Asturias) como un espacio para promover la educación y la formación de los jóvenes. La iniciativa fue bien acogida entre el empresariado catalán en un momento en el que la ciudad era gobernada por el PSC. Fue una reacción a las primeras quemas de imágenes del rey Juan Carlos y de banderas españolas en Cataluña.

Desde que Carles Puigdemont se convirtió en alcalde de Gerona, en 2010, las relaciones de la alcaldía con esta institución ligada a la Corona han sido correctas, sobre todo al principio, aunque no exentas de tiranteces... que han ido creciendo. El hoy presidente de la Generalitat no ha faltado estos últimos años a los premios que entrega la fundación cada mes de junio, bajo la presidencia de los Reyes. Es verdad que ha evitado los desplantes o malos gestos con la Casa Real. Pero en junio de 2014, tras la proclamación de Felipe VI como jefe del Estado, CiU impulsó una declaración municipal en la que se decía que el título nobiliario de Principado de Girona que lleva el heredero al trono desde hace siglos “no representa” a la ciudad.

Puigdemont admitió entonces que la alcaldía no podía otorgar o retirar títulos de este tipo, porque forman parte de la Corona, pero subrayó que si una distinción lleva el nombre de un lugar determinado “estaría bien saber qué piensa esa ciudad” y si tal honor cuenta con el respaldo de los ciudadanos. Su iniciativa logró únicamente el respaldo de las formaciones soberanistas. Algo muy diferente a lo que sucedió en 1981 cuando el Consistorio de Gerona, por unanimidad, solicitó a don Felipe que ostentase el título de Príncipe de Girona.

“Si, pese a ello, la Casa Real insiste y persiste (sic) en el uso de un título que no cuenta con el apoyo de la ciudad, ellos sabrán qué hacen. No me parece una manera inteligente de actuar”, aseguró Puigdemont después de que Felipe VI subrayase, en su primer discurso como monarca ante la citada fundación, que había sido un honor llevar el título que ahora ostenta la princesa Leonor.

Periodista comprometido. Carles Puigdemont tiene una biografía que cabría calificar de veloz, tanto en lo profesional como en lo político. Nació en 1962 en la localidad de Amer, en Gerona, donde su familia tiene una pastelería. Tras estudiar el bachillerato en su pueblo natal y empezar Filología Catalana, se hizo periodista: en 1981 entró a trabajar en el diario El Punt, del que llegó a ser redactor jefe.

Pero en la actividad profesional del nuevo Molt honorable destacan otras cosas. Por ejemplo, impulsar la compañía Intracatalonia, que más tarde daría lugar a la Agència Catalana de Notícies (ACN). Puigdemont funda la empresa en 1999, aunque antes había acumulado experiencias al pedir un año sabático para recorrer Europa. El resultado de aquel periplo fue un libro con el expresivo título de Cata... qué?

Así que pocos años después ya tenía más que diseñado el modelo de comunicación que él quería y que, a su entender, necesitaba el Gobierno de Jordi Pujol, por quien jamás (al menos hasta que pasó lo que pasó con la fortuna familiar) ha ocultado su veneración. En una primera etapa, el capital de la ACN fue privado, pero tanto Puigdemont como los dirigentes de CiU tenían ya la intención de que entrase en ella dinero público. El motivo era claro: las dos grandes agencias, Efe y Europa Press, no estaban bajo el control –ni empresarial ni ideológico– del Gobierno catalán. Y era indispensable que este dispusiese de un medio propio que produjese y difundiese noticias al servicio de la causa.

En 2002, la entonces Corporación Catalana de Radio y Televisión (CCRTV), o sea, la actual CCMA, que controla TV3 y Catalunya Ràdio, compró la mayoría de las acciones de Intracatalonia: así se consumó una operación esencial para el nacionalismo. Ya podían generar sus propias noticias sin depender de agencias generalistas y, esto era lo peor, españolas, o sea no nacionalistas. La Generalitat, que ya financiaba la televisión pública, una radio pública y controlaba el diario Avui, cerró el círculo de “prensa y propaganda” con la propiedad de su agencia de noticias. Hoy, Intracatalonia le cuesta a todos los catalanes casi 3,3 millones de euros al año. Y el 65% de sus ingresos son de subvenciones públicas a fondo perdido.

Puigdemont dejó Intracatalonia (o la ACN, como se prefiera) y pasó a elaborar otro proyecto: la puesta en marcha de Catalonia Today, un diario en inglés sobre Cataluña cuyos destinatarios debían ser los turistas que visitasen esta comunidad o los extranjeros que viviesen en ella. El proyecto se puso en marcha en 2004. El director fue el corresponsal de The Times en Barcelona, Stephen Burgen, y la difusión inicial fue de 15.000 ejemplares.

La idea era recibir subvenciones públicas de la Generalitat, pero eso planteó dificultades y finalmente el proyecto de Catalonia Today se asoció al diario Avui.

Como periodista siempre apostó por los nuevos canales de comunicación. Ha sido, en este sentido, un incansable innovador. Y es un usuario casi frenético de las redes sociales. Su nick en Twitter es KRLS, la divisa de Carlomagno.

Pero el emperador de los francos tenía, quizá, más tiempo para pensar lo que decía... porque no tenía Twitter, que es un medio que exige inmediatez, que propicia calentamientos de boca y que hace muy difícil la reflexión sosegada. Puigdemont, que ya se ha convertido en el primer presidente de la Generalitat que tiene cuenta propia (que lleva él en persona) en la red del pajarito azul, empezó a dejar claro en la red que por la boca muere el pez: “Lo que acaba de perpetrar Montoro es como un cierre de cajas pero al revés. El Estado español nos quiere para pagar y callar”, escribía el 24 de noviembre ante la exigencia de Montoro de que Cataluña justificase todos los gastos antes de enviarles dinero. Y al día siguiente volvía a la carga: “Han perdido completamente el seny. Han enloquecido. El Gobierno español boicotea una misión comercial catalana a la China”. Y por ahí seguido.

Político precoz. Carles Puigdemont empezó muy pronto en política. Ya en los años 80, en los tiempos de Jesucristo Superstar, se afilió a la Crida a la Solidaritat, que en aquel tiempo impulsaban un casi desconocido Àngel Colom (que llegaría a ser secretario general de Esquerra Republicana de Catalunya y que ahora milita en CDC) y de la que fue portavoz Jordi Sánchez, hoy presidente de la Asamblea Nacional Catalana (ANC).

Pero a la vez contribuyó a impulsar la Joventut Nacionalista de Catalunya (JNC), la rama juvenil de Convergència, en las comarcas gerundenses. En 2006 ya fue candidato en las listas al Parlamento catalán, y con éxito: fue elegido y en 2011, con el PSC en una profunda crisis, logró desbancar a los socialistas del Ayuntamiento de Gerona. Ganó las elecciones municipales y fue elegido alcalde. Obtuvo 10 concejales frente a los 7 del PSC, eso en un consistorio con 25 miembros. En mayo de 2015 logró conservar la alcaldía (de nuevo con 10 concejales) y en julio de ese año sustituyó a Josep Maria Vila d’Abadal como presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia (AMI). El paso siguiente fue aparecer como número 3 en la lista de Junts pel Sí de Gerona. Y fue reelegido diputado.

La corrupción le salpicó su hoy muy comentado flequillo cuando se supo que su jefe de campaña en las elecciones de 2011, Josep Manel Bassols, fue uno de los detenidos el pasado octubre, en el marco del caso 3%: la investigación sobre presuntas comisiones cobradas por Convergència que lleva el juez Josep Bosch, titular del juzgado de instrucción número 1 de El Vendrell y una de las pesadillas de Artur Mas. Bassols, por si fuera poco, es el marido de la Comisionada para la Transparencia: una jueza fichada por Artur Mas para la Generalitat después de archivar la denuncia contra Ferran Falcó, el máximo dirigente de Convergència en Badalona, a quien habían implicado en el denominado caso Adigsa (el cobro de comisiones a cambio de las obras adjudicadas por esta empresa pública durante los años 90 del pasado siglo y los primeros del actual).

Pero si la corrupción le ha rozado, aunque no le haya herido, Puigdemont se ha desquitado más que de sobra con su enorme habilidad para agitar, ante propios y no tan propios, el asta de la bandera independentista. Eso es lo que le ha llevado al Palau de Sant Jaume en sustitución de Mas.

Un ejemplo que se ha hecho rápidamente célebre. En un acto de la ANC en 2013 (el Molt honorable es miembro de la ANC y de Òmnium Cultural), Puigdemont dijo esto que sigue: “Y hoy, como ayer, nuestra esperanza de liberación es firme y fervorosa. Los invasores serán expulsados de Cataluña como lo fueron de la pacífica Bélgica”.

Se armó, naturalmente. Pero se armó ahora, después de la investidura. El día de su discurso como candidato a president explicó esas palabras y dijo que no eran suyas. Que las había dicho en un acto de aniversario del fusilamiento del periodista e intelectual Carles Rahola, que es quien las había escrito... durante la Guerra Civil. No él. Se trataba de un artículo de Rahola titulado “Contra el invasor” y se refería a los bombardeos de la aviación italiana sobre Barcelona. Eso es cierto. Pero otra cosa es lo que todo el mundo entendió cuando escuchó al alcalde de Gerona y diputado en el Parlament citar precisamente esa frase en plena efervescencia independentista. La frase no era suya, pero tampoco era casual. Y en 2013 provocó tantos entusiasmos como críticas está generando ahora.

Otro ejemplo, muy reciente. A primeros de diciembre, cuando comenzaron a llegar citaciones a ayuntamientos independentistas que se habían solidarizado con la resolución de “desconexión” aprobada en el Parlamento catalán el 9 de noviembre (y anulada de inmediato por el Tribunal Constitucional), el cupero Lluc Salellas pidió públicamente a Puigdemont su solidaridad con los consistorios afectados. Y Puigdemont no solo aprobó una moción similar, sino que, como presidente de la AMI, le respondió con un tuit público: “Lo hacemos. Con Celrà y La Seu d’Urgell. Además, hacemos comunicado conjunto con la ACM”. La ACM es la Asociación Catalana de Municipios, una entidad de convergentes creada por Jordi Pujol para hacer sombra a la Federación de Municipios de Cataluña (FMC), que agrupaba a ayuntamientos de izquierdas.

Dos días más tarde, el alcalde volvía a la carga: “Nos investigan por si somos rebeldes y sediciosos por dar apoyo a nuestro Parlamento en el camino de la independencia. Esperable e inútil”. Y días más tarde, adjuntaba una noticia del portal independentista Vilaweb y decía: “El Estado persigue ayuntamientos por las esteladas pero permite esto: simbología fascista de cuarteles”. Adjuntaba la noticia que incluía un vídeo en el que se mostraba una bandera franquista y una de la División Azul en un cuartel del Ejército.

Esa toma de posiciones y la coincidencia esencial con la CUP en sus planteamientos (siendo miembro de un partido conservador) ha sido lo que le ha dado el pasaporte definitivo hacia la presidencia de la Generalitat.

Carles y marcela. El nuevo president es independentista hasta en su vida personal y familiar. En 1998 conoció a la que hoy es su esposa, Marcela Topor, nacida en Rumanía, cuando ella era actriz del grupo Ludic Theatre y visitó Cataluña para participar en un festival internacional amateur. Puigdemont era entonces asesor de la Casa de Cultura, el organismo que organizaba el evento; luego fue su director, cargo que le ofreció el convergente Carles Páramo, alcalde de Roses y presidente de la Diputación.

Poco después, fue Carles quien viajó hasta Rumanía y en el año 2000 se casaban en Roses. Poco después repitieron boda en la localidad de Iasi, en el norte de Rumanía, para casarse por el rito ortodoxo. Ambos se complementaron a la perfección: él le enseñó catalán; ella le enseñó rumano a él, que también habla francés e inglés. Y los dos se unieron en la santa independencia. El hasta ahora alcalde de Gerona mantiene una estrecha relación con la comunidad rumana de su ciudad y celebra varias reuniones anuales con sus líderes. Y en Rumanía fue donde el matrimonio recibió a otra pareja con la que mantienen una amistad muy sólida: Joan Laporta, expresidente del Barça y también independentista radical, y su esposa. Son amigos de los de salir y hacer viajes juntos.

Marcela se quedó en Gerona y entró a trabajar en Catalonia Today como secretaria, de la mano –naturalmente– de Puigdemont. Hoy es la directora y editora del medio, donde escribe una columna de opinión. En su artículo del pasado 6 de diciembre, el último que está colgado en la web, cuenta Marcela que 2015 ha tenido varios hitos, como “la victoria del bloque independentista en el Parlamento catalán o la resolución de soberanía para comenzar el proceso de creación de un Estado catalán. Con el Gobierno español determinado a frustrar las ambiciones catalanas y las dificultades para elegir un presidente, sin duda veremos mucha actividad política en 2016 y cómo Cataluña continúa con su apuesta por la independencia”. Son, pues, un matrimonio bien avenido, en lo personal y en lo patriótico. Tienen dos hijas: Magali, de 8 años, y María, de 6.

Marcela, a quien sus amigos llaman Mars, tiene también un programa de entrevistas los miércoles en la cadena Punt Avui TV: Catalan Connections. En la cadena la presentan como la editora de Catalonia Today.

El fan posadolescente de Jesucristo Superstar ha llegado, pues, a lo más alto, en una espectacular pirueta política, y está más decidido a devolver (¿?) la libertad a su pueblo. Él es el ungido para romper la unidad de España. A lo mejor tiene algo que ver que Gerona fuese elegida por la cadena HBO para rodar allí, el verano pasado, la nueva temporada de Juego de tronos. 

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