La devastación de Irma

Foto: Martin Bureau/AFP

Mientras el mundo entero miraba a Miami y contenía la respiración por el paso del mayor huracán registrado nunca en el Atlántico, una pequeña isla del Caribe empezaba ya fuera de los focos a enterrar sus muertos. En solo unas horas Irma había reducido San Martín a escombros. Barrió las calles y con ellas cualquier autoridad. Las armas tomaron la calle y los cincuenta españoles que vivían en la isla tuvieron que pedir ayuda a Exteriores para huir de los saqueos. Ante los desastres, cuando los recursos básicos escasean, siempre se impone la ley del más fuerte. La vida no vale más que una botella de agua. Eso, nos guste o no, dice más de la brutalidad de los hombres que de la de los huracanes.