Una estadística turbadora

21 / 07 / 2016 Ignacio Vidal-Folch
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El 40% de los españoles no lee ni un solo libro al año, y el 7% lee uno solo, lo cual viene a ser como no leer ninguno. Son datos de un sondeo del CIS hecho público el pasado 6 de julio, entre otros datos igualmente pavorosos sobre el “consumo” de “bienes culturales”, visitas a museos, a salas de cine, etcétera.

Ante estadísticas así la respuesta más socorrida es echarse las manos a la cabeza y buscar los culpables a diestra y siniestra. Echarle la culpa al “sistema”; a los programas educativos; a la clase política, que no toma cartas en el asunto ni ha sabido consensuar una reforma educativa sólida y humanista; a los padres, que no predican con el ejemplo; a la triste historia de España, que raras veces se ha tomado en serio la cultura; a la irrupción avasalladora, en los hábitos de ocio, de las nuevas tecnologías que, por usar un término que les es propio, “formatean” los cerebros de sus usuarios acostumbrándoles a excitaciones y gratificaciones continuamente renovadas por incesantes estímulos producidos por el cliquear del ratón...

Estoy convencido de que todo eso es verdad, todos son factores que alejan a las generaciones de la lectura, pero a lo peor hay otros factores más incómodos de tomar en consideración.

Uno, la misma mecánica de la industria cultural, que ha invadido el espacio de productos literarios en tal abundancia que resulta imposible discernir, con el agravante de que lo que abunda pierde consideración y automáticamente se deprecia en la estima del ciudadano.

Dos, algo a lo que apunta un pasaje del libro de entrevistas de Laure Adler con George Steiner, titulado Un largo sábado, y recién publicado por Siruela. Hay un momento en que Steiner se pregunta (naturalmente preocupado) si en realidad un gran y sostenido interés por la alta cultura, como el que le ha animado a él toda la vida, en vez de ayudarnos a comprender y empatizar con los problemas de los desheredados no nos insensibiliza, ya que comparado con la sofisticación de la cultura el mal de la gente corriente parece muy simple y poco interesante.

Nunca hubo una sociedad tan cultivada como la europea de principios del siglo XX, lo que no impidió que ese fuese el siglo más masivamente inhumano de la historia. No hace falta recordar a los estereotipados oficiales nazis –los que en casa escuchaban Bach y luego activaban la cámara de gas–, ni las conclusiones de aquel escandaloso texto de Sloterdijk, “Normas para el parque humano”, sobre el fracaso del humanismo y la conveniencia de la manipulación genética como única vía posible para encaminar a la humanidad por fin hacia la paz y la armonía, para sospechar que es posible que, sin racionalizarlo, sin formularlo, se haya difundido entre las nuevas generaciones la convicción de que la cultura del libro no es eficiente ni necesaria, ha fracasado y es prescindible. Con mirar un par de pantallas ya está el mundo mapeado hasta donde pueda serlo. Es lo que piensa, o quizá solo siente, la mitad de los españoles. 

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