Progres polacos

05 / 09 / 2017 Vicente Molina Foix
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El Reina Sofía ha abierto (hasta fines de septiembre) una exposición conjunta de dos figuras centrales de la vanguardia centroeuropea, Katarzyna Kobro y Wladyslaw Strzeminski.

Vista de sala de la exposición Kobro y Strzeminski (Prototipos vanguardistas), en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Foto: Joaquín Cortés/Román Lores. Archivo fotográfico del Museo Nacional Reina Sofía

Pobres polacos los progres de ahora, sometidos a un Gobierno ultrarreaccionario y nacional-katólico, que trata de cercenar las libertades de un país cuyo arte fue, en el siglo XX, un paradigma de modernidad y arrojo. Cuando sigue en cartel la película del gran Andrzej Wajda, Los últimos años del artista: Afterimage, el Reina Sofía ha abierto (hasta fines de septiembre) una exposición conjunta de dos figuras centrales de la vanguardia centroeuropea, Katarzyna Kobro y Wladyslaw Strzeminski, siendo el último el artista independiente y rebelde cuyos últimos años de lucha frente al dogmatismo estalinista recoge el filme de Wajda. 

Ya hace año y medio que el Reina Sofía nos descubrió a Andrzej Wróblewski, otro pintor polaco contemporáneo de los citados y autor de una vigorosa obra figurativa infiltrada de alusiones políticas. La centralidad de la figura de Wajda quedaba demostrada por el hecho de que también en esa inolvidable exposición, figuraba el director de cine, que fue gran amigo de Wróblewski, inspirador a su vez de muchos motivos formales presentes en Todo está en venta, otra de las películas del cineasta. El desconocimiento previo de estos nombres en España, está siendo paliado, y en ese sentido es muy recomendable leer Paralelismos vanguardistas hispano-polacos, el largo texto de Juan Manuel Bonet en el precioso catálogo de Kobro y Strzeminski editado por el museo madrileño. 

En Los últimos días del artista: Afterimage, Wajda, tras un arranque deslumbrante en una pradera llena de aprendices por la que se desliza como un obús explosivo pero benigno el maestro Strzeminski, le muestra a este envuelto literalmente en su estudio por una gigantesca efigie de Stalin que los esbirros del nuevo Gobierno comunista polaco despliegan en el edificio donde trabaja el pintor. Es muy elocuente ver la contraposición de esas dos esferas plásticas: el rimbombante mamotreto de lona que rinde culto al dictador soviético y la pureza de formas del arte que hace Strzeminski y enseña en sus clases a los alumnos que le siguen, pronto hostigados por la Policía política como lo fue el pintor hasta su cruel y temprana muerte. En las salas del Reina Sofía el mundo presentado parece un sueño de libre creación no manchado por la pesadilla
 sectaria. 

El pintor y su esposa Katarzyna, extraordinaria escultora, se habían formado en Rusia, en los primeros años de la Revolución, al lado de grandes maestros como Tatlin, El Lissitzky o Malevich; cuando en la propia URSS ese arte constructivista y no-objetivo se hizo sospechoso, la pareja polaca volvió a su país, donde, separados matrimonialmente, proseguirían una labor que acabó en el silencio y la temprana muerte. La utopía de las formas puras, elegantes sin frivolidad ni capricho, alcanza su altura más emocionante en la reconstrucción en Madrid de la Sala Neoplástica que ambos, antes de separarse, lograron reunir y exponer en un museo de Lodz, con obras propias y de artistas como Arp, Mondrian, Léger o Hélion. Ese museo, el Sztuki, mostrado en una vibrante escena del film de Wajda a los escolares de la segunda posguerra mundial mientras la hija de los artistas llora humillada, evoca las tensiones entre libertad y dogma que hoy vuelven a darse en Polonia. 

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